Para disfrutar hay que sufrir. Ese bien puede ser el lema del Mundial de Qatar 2022. Porque Argentina, que parecía acomodada en el resultado y en el juego, recibió otro golpe de esos que le aflojan las piernas cuando Goodwin estableció el 1-2 tras el rebote en Enzo Fernández que descolocó a "Dibu" Martínez. Y de ahí en más todo fue vertiginoso.

Argentina sostuvo el 1-2 con dos herramientas: la defensa aguerrida y la capacidad de Lionel Messi para generar réplicas que eran despilfarradas una y otra vez por Lautaro Martínez, quien tiene la mira telescópica descalibrada.

Un gol de Messi y otro de Julián Álvarez -tras una definición espectacular después de robarle la pelota al arquero Ryan- le dieron al equipo la paz necesaria para desarrollar su juego. Todo parecía una fiesta, un paseo, un tránsito normal hacia los cuartos de final. Pero llegó ese zapatazo de Goodwin y las certezas se transformaron en dudas.

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Los jugadores argentinos defendían con uñas y dientes (ni que hablar de la tapada final de "Dibu" Martínez, que casi mata de un infarto a medio país), pero los únicos que entendían cómo había que encarar el partido eran De Paul (apretaba adelante, picaba, no se replegaba) y Messi, que sabía que la receta era encontrar el tercero más que clausurar el arco propio.

Pero antes de la locura, hubo otra historia más serena, casi soporífera. Porque el primer tiempo fue el de la paciencia. Argentina lo jugó como si estuviera convencida de que en la primera pelota que le quedara a Messi o a Julián el partido se iba a romper. La premisa era tocar, tocar y tocar, aunque muchas veces de manera improductiva.

Los primeros 20 minutos fueron un monólogo de Argentina, pero en su propio campo. Y Messi, como Julián y el Papu, basculaban de un lado para otro pero sin recibir juego. Y para peor, las pelotas que le daban, eran forzadas, divididas, merecedoras de una genialidad para salir indemne. Y eso pasó un poco porque Messi ya no es aquel Messi de hace 15 años y otro tanto por el porte físico de los australianos, que casi lo duplicaban en complexión física.

Desde los 20 minutos de ese primer tiempo los australianos clonaron la estrategia de Argentina. Se quedaron con la pelota en sus 30 metros defensivos, sin que los de Scaloni mostraran la mínima intención de apretar la salida. Y así, el partido, era un plomazo infumable.

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Hasta que a los 35 minutos el Papu Gómez recibió una falta sobre la derecha (allí lo había enviado Scaloni). Messi ejecutó y la pelota salió nuevamente hacia la posición del 10 que tocó con Mac Allister y picó para recibir la devolución. El pase salió fuerte, rebotó en Otamendi y le quedó a Messi pisando el borde del área. Y en ese instante apareció el Messi actual, este de 35 años, el que no se apura y tiene la claridad necesaria en el lugar en donde todos se apuran. La acomodó para la zurda y sacó un pase "bochinesco" a la red entre 12 mil piernas. ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! El primero de Messi en fases eliminatorias en su quinto mundial. El gol que necesitaba para sacarse la "mufa" en este tipo de definiciones.

El final fue épico, de arco a arco. Con Messi, De Paul y Lautaro Martínez empeñados en convertir el tercero y los otros ocho argentinos desparramándose por la cancha para defender la ventaja.

El tercero no llegó. Y el empate de Australia, tampoco. Argentina consiguió el objetivo cortando clavos. Ahora viene Holanda. Queda la sensación, más allá de los sofocones, que con este Messi experimentado, veterano de mil batallas, incapaz por ahí de sacarse tres rivales de encima como antes, pero con un cerebro prodigioso para entender el juego, a cualquier rival se le hará muy difícil expulsar a Argentina de esta carrera. Messi es único y hace la diferencia. Y juega para Argentina.