El equipo base de Francia es el siguiente: el arquero Hugo Lloris y los defensores Jules Koundé, Raphael Varane, Dayot Upamecano y Theo Hernández. La mitad de la cancha se la reparten Aurelien Tchouameni y Adrien Rabiot. Unos metros más adelante juega Antoine Griezmann. Y los tres delanteros son Ousmane Dembélé, Olivier Giroud y Kylian Mbappe. Si sacamos los nombres y apellidos nos topamos con un 4-2-1-3, que no es el dibujo habitual de los equipos en la actualidad. Es raro ver que un entrenador ponga a tres delanteros netos.

¿Esto quiere decir que Francia es netamente ofensiva? No. Es un equipo que sabe esperar su momento, que normalmente le regala la pelota a sus adversarios y que puede ser letal lanzado en contraataque, porque todos son capaces de llegar hasta el área rival.

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Francia tiene dos grandes cerebros dentro de la cancha: Rabiot y Griezmann. Rabiot es quien maneja los tiempos y Griezmann el nexo entre los de atrás y los puntas. De los pies de ambos salen pases para aprovechar la velocidad de Dembélé y Mbappe. Giroud, el centro delantero, está para otra cosa: para empujar a la red todo lo que le quede cerca.

Lisandro Martínez o Di María, el dilema de Scaloni

Dicho esto de Francia, ¿qué es lo que hay que hacer para minimizar sus virtudes y agrandar sus errores?, que por otra parte son muchos, especialmente en el aspecto defensivo.

Hay dos manuales. Uno establece que lo mejor es hacer la táctica espejo, es decir no jugarle mano a mano y esperar que ellos sean los primeros en equivocarse. Y otro dice que hay que atacar, especialmente por las puntas, que es en donde tienen mayores problemas para frenar a los adversarios. Si repasan los partidos con Polonia y Marruecos, me darán la razón.

Y en eso anda ahora Lionel Scaloni. Deshojando la margarita entre poner a Lisandro Martínez o a Ángel Di María. Un pétalo dice Lisandro. El otro, Ángel. ¿Qué hará el entrenador? No lo sabemos. Lo que inclinará la balanza para un lado o para el otro será si apuesta a la precaución o si se lanza al golpe por golpe.

Lisandro Martínez o Di María, el dilema de Scaloni

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Un equipo factible para encerrar a los tres delanteros y a Griezmann es poner a cinco defensores:Nahuel Molina, Cristian "Cuti" Romero, Nicolás Otamendi, Lisandro Martínez y Marcos Acuña.

Eso le permitiría rodear mejor a los extremos de Francia sin descuidar al Giroud. Todo, por supuesto, con la colaboración de Alexis Mac Allister y Rodrigo De Paul.

Pero esto, que parece hiper defensivo, tiene su costado complicado y es que si Molina y/o Acuña pasan al ataque, la defensa quedaría mano a mano con los tres de arriba en el momento que Argentina, como va a pasar en algún momento, pierda la pelota.

Y eso sí que es un problema. El 4-4-2 con Molina o Gonzalo Montiel (ataca menos pero es más fuerte en la marca), "Cuti" Romero, Otamendi y Acuña más la colaboración de Mac Allister y De Paul, tal vez reúne menos gente para defender pero suma una preocupación extra para Francia, que se vería obligada a mirar de reojo lo que podrían generar Lionel Messi, Julián Álvarez y Di María.

Es entonces el viejo dilema de la manta corta de Tim, aquel DT brasileño que dirigía a San Lorenzo en 1968 y usaba esa metáfora para definir a su equipo: "Si ataca mucho, se destapa los pies; si se defiende en exceso, se descubre el cuello y la cabeza".

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Entre uno y otro planteo por ahí suena una mejor música, que podría ser poner a los cuatro en el fondo pero sin proyecciones permanentes o con relevos de De Paul y Mac Allister si los marcadores suben por los costados vacíos o con pelota; y con Di María y Julián Álvarez más concentrados en recuperar en el momento de perder el balón.

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Si yo fuera Scaloni, que no lo soy por suerte para Argentina, elegiría el sistema 4-3-2-1, con Di María dentro de la cancha. No descubro nada tampoco. Con esos planteos le ganó a Brasil en el Maracaná la final de la Copa América y a Italia en Wembley la Finalísima. Porque si algo queda claro es que, para ganar una final, hay que arriesgar.

Y es preferible pensar en lastimar al adversario que en defender el arco propio como si fuera la bastilla. Porque a pesar de todos los recaudos que se puedan tomar siempre puede pasar algo que rompa el partido: una mala salida, una pifia, un rebote o cualquier otra cosa. Y por eso lo mejor es no olvidarse de mirar hacia el horizonte. Y mucho más si encima se sabe que es un horizonte permeable al que se puede llegar con cierta facilidad.