La ruta de asfalto que termina abruptamente y abre las puertas al paraíso cordillerano al cual se accede entre montañas y caminos caracoles de ripio
Está a una hora del centro de la ciudad de Mendoza en auto, en dirección norte.
Cada rincón de la Argentina tiene su paisaje soñado que enamora a su gente y sus visitantes, nacionales y extranjeros. En muchos casos, algunos lugares son comparados con destinos europeos como Suiza, pero, lo cierto es que las provincias albicelestes tienen mucho para ofrecer y, no solo en paisajes, ya que, en ellos guardan historias creadas por la propia naturaleza, el hombre y su intervención y, de cada turista que visita los mágicos lugares.
De sur a norte, los centros de esquí en el país se encuentran en las provincias de Tierra del Fuego, Santa Cruz, Chubut, Río Negro Neuquén y Mendoza. Cada región cuenta con sus atractivos invernales para la práctica del deporte en la temporada alta de invierno, pero, en verano presentan paisajes totalmente diferentes como atrapantes.
En este caso, en la provincia cuyana de Mendoza, capital nacional del vino y, una las regionales más importantes de la producción vitivinícola con el Valle de Uco como epicentro, se encuentra también un encanto de lugar entre las montañas alejado tan solo 47 kilómetros de la Casa de Gobierno provincial, que invita a remontarse a otra época de la historia nacional al recorrer sus paredes de cemento, como los paredones naturales donde solo se escucha en trinar de los pájaros. Su sistema hídrico se desarrolla en humedales y vertientes, donde el agua vuelve a filtrarse nuevamente en el terreno.
La ruta provincial N°52 está asfaltada hasta el pórtico de ingreso al predio del Hotel Villavicencio.
“¿Qué es lo primero que pensas cuando digo Villavicencio?” preguntó, la guía de la visita a la Reserva Natural Villavicencio en diálogo con Agencia Noticias Argentinas, Maira Pina quien está en tercer año de la carrera de la Licenciatura en Turismo y, se encuentra realizando las prácticas profesionales como parte del mismo programa del convenio que tiene la reserva con la Universidad Nacional de Cuyo (Facultad de Filosofía y letras) y, la única respuesta posible era agua. Y lo es desde hace 20 mil años nutriéndose de la cordillera de Los Andes producto de las precipitaciones como del deshielo.
En Mendoza los suelos van cambiando en sus distintas regiones. En el caso particular del agua de Villavicencio, los acuíferos principales se alojan en rocas volcano-sedimentarias alcanzando diferentes profundidades, entre los 1.500 y los 1.700 metros y temperaturas de entre 34° y 38°C.
La interacción del agua caliente con la roca produce su mineralización y las fuertes presiones y altas temperaturas vuelven a impulsarla naturalmente hacia la superficie a través de una fractura tectónica, aflorando a 1.750 metros de altitud formando alrededor de 100 manantiales en la Reserva Natural Villavicencio, describió Pina en el inicio de la narración frente al imponente Hotel Villavicencio que desde 1.978 no hospeda a huéspedes. Desde junio de 2.013, el lugar es Monumento Histórico Nacional tras la declaración correspondiente a un decreto presidencial.
En la región se estiman cerca de 100 humedales/vertientes de las cuales solo dos se utilizan para el envasado de agua en la propia planta industrial, donde se solamente el agua se filtra y recibe un estudio de calidad. No se le agrega nada y, por eso es agua mineral natural en las 60 mil hectáreas de la reserva.
El agua y un español, los protagonistas de esta historia
En 1.561 se funda la provincia de Mendoza siendo un punto estratégico en la conexión mercantil entre los puertos de Valparaíso con el del Río de La Plata, pero, hasta entonces el agua no era protagonista, recién en 1.680 arriba a las tierras de la zona Joseph Villavicencio, un minero enviado en busca de oro que obtenía al introducir la molienda por trapiche a estas tierras. En 1.704 fallece y en su memoria por haber sido el primer habitante estable de la zona deciden llamarla Villavicencio.
Tuvieron que pasar 200 años para que el agua tome importancia cuando en 1.904 llegaron tres franceses y dos mendocinos (un médico y un farmacéutico) al lugar para investigar el agua de la cual habían escuchado que tenía propiedades curativas, dicho por los lugareños que la calificaban de “curativa y mágica”. Al estudiarla y ver que tenía minerales, cuestión que para la época no existía por lo que tomaban agua que anteriormente había sido utilizada, lo cual no era saludable y producía:
- Ulceras.
- Problemas en los riñones.
- Problemas estomacales.
Y al tomar el agua se sentían mejor y se curaban. Por eso, decían que tenían propiedades curativas y mágicas. Entonces, al ver todo esto y que tenían un negocio delante, deciden instalar en 1.904 la marca Unión Villavicencio haciendo surgir la primera marca en Argentina de agua mineral en botella. Con ello, empiezan a adquirir deudas debido a que tenían que transportarla damajuana a bordo de una carreta a toda la provincia de Mendoza llevando tan solo 10 o 15 litros de agua por damajuana lo cual era inviable.
Hoy el agua Villavicencio se consigue en cualquier lado, pero en la época solo accedían a ella quienes tenían la receta de un médico para ir a un hospital o farmacia a retirarla para tomar. No era accesible para todo el mundo.
El lugar llamó la atención de un visionario, Ángel Velaz, un importante empresario ganadero de origen vasco, miembro de la Sociedad Rural Argentina, muy influyente en la economía del país y quien años más tarde lograría formar la empresa consignataria de hacienda más importante de Argentina “Ángel Velaz y Cía. LTDA S.A.”
En 1.919 llega a un acuerdo con la Unión Villavicencio S.A. firmando un contrato por 10 años de usufructo con la opción de compra de dicha compañía, operación que termina concretando antes, haciéndose cargo también de toda la deuda y problemas económicos de la “Unión Villavicencio”. En 1922, se oficializa la compra de las tierras creándose así la sociedad “Termas de Villavicencio S.A.” con Ángel Velaz como dueño y presidente a cargo de la compañía.
Mejor prevenir que curar, decía Ángel Velaz
El propósito de la obra de ingeniería tenía como fin abaratar costos de traslado del agua. Asimismo, Velaz creía que si la gente podía acceder al agua para evitar los problemas de salud era mejor que curar y, por eso, puso varios vertedores en la zona para que la gente tuviera accesibilidad y, así, el agua dejó de ser comercializada en farmacias y hospitales pasando a ser más pública.
En la época fueron surgiendo más aguas mineralizadas, pero, no minerales como Villavicencio y, para distinguirla, Velaz decidió crear el hotel y etiquetar en la botella la postal del mismo y en el entorno montañoso. Esa idea hasta 1.934 no se pudo concretar producto de que un alud, ese año, en la Ruta Nacional N°7 la dejó inhabilitada por muchos años; y a consecuencia de ello, Vialidad Nacional diseñó la Ruta Provincial N°52 para mantener la conexión Chile. Fue entonces que Ángel Velaz le propuso a Vialidad que él ponía los materiales si ellos prestaban la maquinaria.
Actualmente la ruta sigue camino hasta Uspallata. Siempre de ripio, y el entorno natural que ofrece en su recorrido es maravilloso.
La construcción del hotel
Dos años llevó el trabajo de aplanamiento del terreno para lo cual tuvieron primero que dinamitar el cerro y así comenzar en 1.939 a construir el hotel que solamente llevó seis meses, ya que, Velaz era un ganadero muy rico de la zona en la época y, puso a trabajar a sus más de 100 trabajadores que tenía por turno; es decir, en total fueron más de 300 personas que levantaron el hotel trabajando mañana, tarde y noche.
El arquitecto francés Raúl Dubec y uno de los estudios de arquitectura más famosos de Argentina “Sánchez, Lagos y De la Torre” estuvo a cargo del diseño del hotel, mientras que, la obra, fue llevada a cabo por el Ingeniero Civil, Emilio López Frugoni y su empresa constructora, para que tuviera el estilo normando alpino francés con el objetivo de que la gente que antes iba a vacacionar a Europa lo hiciera en las montañas de Mendoza.
El hotel Villavicencio y sus prestaciones
Actualmente conserva las mismas cuatro plantas desde que se construyó. La galería, hoy vidriada, antes estaba abierta, era la Sala de los Caballeros donde había juegos de mesa, billar y, en la terraza estaba la Sala de Té de las Señoras.
En el primer piso funcionaba la barbería y, la peluquería para las mujeres, además de la recepción. También contaba con biblioteca, sala de estar, restaurante y en la parte trasera funcionaba el frigorífico donde conservaban la carne para tener todo a mano, ya que, antes la gente se hospedaba entre tres y cuatro meses de vacaciones.
Además, “cada habitación tenía su tina con una sentadilla. Las termas no están en el predio del hotel porque sus aguas emergen de 34° a 38° y, para que sean termales deben estar arriba de los 40°, por lo que Ángel Velaz construyó una caldera detrás del hotel donde se calentaba a temperatura termal y mediante cañerías subía a cada una de las habitaciones. Por eso, una tina en cada habitación, ya que, al recepcionarse era un médico quien recibía a la gente y, de acuerdo a la dolencia que tenía, el profesional de la salud le recetaba cuánto tiempo debía permanecer en el agua termal en el baño”, describe Maira Pina.
El Jardín
El jardín contaba con cancha de tenis, de bochas y criquet y, el hotel también ofrecía una amplia red de senderos para disfrutar y conectar con el paisaje. Ejemplo de ello resultan los extensos jardines en sus alrededores.
La Capilla, intacta desde su construcción
La capilla se encuentra conservada tal cual fue construida, con el mismo mobiliario como los bancos y el altar de algarrobo, la decoración en madera de pinotea con el detalle del sincelado y el techo de caña. En la parte superior trasera se ubica el sector destinado para el coro en donde se conserva el armonio que se utilizaba en la época.
La Virgen de Lourdes y el Sagrado Corazón son dos de las figuras que tiene en su interior.
La misma respeta una estructura y disposición anterior al Concilio Vaticano Segundo, iniciado en 1.962 y, una muestra de ello, lo representa la disposición del altar ya que la misa se ofrecía de espalda a los feligreses y en latín como el confesionario, el cual se ubica hacia la izquierda de la puerta de ingreso, donde el practicante se colocaba de rodillas frente a la puerta.
El sector del altar presenta una acústica especial dada por la forma de semi campana y complementada por un orificio en el altar que hace que todo funcione como una gran caja de resonancia.
El óleo que se observa fue pintado en el año 1.944 por el artista mendocino, Horacio Cruz, en el cual representa “La Última Cena” y, contiene detalles únicos que requieren una atención especial, como en la parte baja del mantel donde aparecen los nombres de los apóstoles en latín de acuerdo al orden en el que aparecen.
La luminosidad alrededor del rostro de Jesús que a simple vista se observa es realzada con la entrada de luz natural. Tomando una foto, sin flash, el efecto logra que en el lugar del rostro de Cristo se visualice una luz brillante, símbolo de la divinidad. Además, también llama la atención en la pintura la mesa vacía; este detalle fue pensado para que el sacerdote colocase el cáliz de la misa en la parte superior del altar, creando el efecto visual de que el cáliz estaba ubicado en el centro de la misma como parte de la pintura. Esto se puede interpretar simbólicamente como que Cristo está presente en la celebración a través de su bendición del cáliz desde la pintura.