Desde aquella memorable frase de Juan Domingo Perón (en medio de un esquema populista que terminando la década del 40 ya mostraba signos de agotamiento) hasta el día de hoy, el dólar ha sido parte de la realidad de los argentinos.

Nada parece haber cambiado de aquellos tiempos a hoy. Desde aquel momento a la actualidad hemos destruido varios signos monetarios: nuestra primera ha sido el “Peso Moneda Nacional”, que fue la más duradera de nuestra historia y que gozó de varias décadas de estabilidad. El “Peso Moneda Nacional” dejó de existir en diciembre de 1969 dejándole su lugar al “Peso Ley” la que nacía quitándole los primeros dos ceros a nuestra denominación.

El “Peso Ley” no iba a tener la misma suerte de su antecesor: estuvo en nuestros bolsillos apenas 13 años -entre enero de 1970 y mayo de 1983- para luego darle paso “Peso Argentino”, que le quitaba otros cuatro ceros a la moneda y con el tiempo iba a dejar escritos dos hitos históricos para nuestra vida monetaria: por un lado, fue la moneda con el billete de máxima denominación de toda la historia –el de 1.000.000 de “Pesos Argentinos”- y por el otro, los “Pesos Argentinos” fueron los billetes que menos han durado como moneda nacional: a solo dos años de su nacimiento verían su final de la mano de los “Australes”, flamante moneda que nuevamente optaba por la quita de ceros: esta vez fueron tres ceros los que se le quitaron a su antecesor.

Los “Australes” han sobrevivido –a muy duras penas y luego de atravesar dos hiperinflaciones- hasta finales del año 1991, cuando le dio paso al “Peso
Convertible”, no sin antes pasar nuevamente por la poda numérica: esta vez la misma fue de 4 ceros: 1 “Peso convertible” pasaba a ser el equivalente de 10.000 “Australes”. Luego, en el año 2002 y casi de manera imperceptible, el “Peso convertible” dejaba de existir –luego de la derogación de la Ley de Convertibilidad- pasando a ser denominarse simplemente “Peso”.

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A partir de aquel momento donde el “Peso” dejo su paridad de 1 a 1 con el dólar la inflación se descontroló y el apetito por el dólar fue creciendo. Vino el cepo, las retenciones a las exportaciones, créditos con organismos internacionales y el FMI, congelamiento virtual de las importaciones y decenas de medidas intentando que esos dólares propiedad de quienes los producen sean siempre parte de las arcas del Gobierno de turno.

El resultado no ha sido más que el esperado: las reservas netas (aquellas verdaderamente liquidas) hoy se encuentran en terreno negativo, las exportaciones se desaceleran y el apetito importador avanza sin freno. Los dólares cada vez son menos y lo único que el gobierno parece tener a su alcance es el ejercicio de mendigar por el mundo créditos que no llegan, fondos que no aparecen e inversiones que rehuyen a un país cuya clase política ha demostrado ser parte de otros tiempos.

La Argentina podrá normalizar su moneda y el flujo de dólares solo cuando nos integremos al mundo y dejemos de creer que aquí las reglas económicas que tuvieron éxito en el resto del mundo no funcionarían. Lo que evidentemente no ha funcionado es el populismo que nos ha intentado hacer creer que la Argentina no está lista para ser parte del mundo moderno.

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