Dante Panzeri es considerado por el periodismo deportivo progre un faro que ilumina el camino. Es cierto que el bueno de Dante cuenta en su haber con algunos gestos maravillosos, como por ejemplo renunciar a la dirección de El Gráfico porque desde la familia Vigil le querían imponer un editorial del por entonces ministro de economía, un tal Álvaro Alsogaray.

También se opuso férreamente a la realización del Mundial 78 aunque su motor no era la crítica a la dictadura o la defensa de los Derechos Humanos, sino que la organización del Mundial era un antro de corrupción, lo que por otra parte también era cierto.

Es sabido además que Panzeri detestaba a los jugadores de fútbol, amaba la disciplina del rugby y sus costumbres (defendía una categoría social que lo identificaba, según los parámetros actuales), no podía entender por qué los jugadores de fútbol se sindicalizaban cuando para él no eran trabajadores y otras tantísimas cosas que, si bien no lo colocaban en las antípodas del mundo progresista, cuanto menos lo alejaban bastante.

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Vamos a tomar un ejemplo para que comprendan mejor algunos gestos de Panzeri que hoy sonarían inaceptables.

Cuando trabajábamos en la revista "Un Caño", el lector Agustín Avenali le hizo llegar a Fabián Mauri, gran fotógrafo y editor periodístico, un texto de Dante Panzeri publicado en el diario "El Día de La Plata", el 30 de marzo de 1976.

La columna lleva un título suave: “Cómo acabar con los melenudos”. En ella, el calvo periodista quería persuadir a los futbolistas para que se cortaran el pelo y, además, proponía que el que no lo hiciera, fuera sancionado.

Pinceladas sobre Panzeri

La fecha de publicación fue una semana después del golpe, lo que da cuenta del contexto y de la naturalidad con la que se hablaba de represión en aquellos tiempos y que la noción no era ajena a lo que se publicaba en los diarios.

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No era la primera vez que Panzeri asumía posiciones incómodas. Otra vez en "Un Caño" publicamos una nota en la que proponía que aquellos hinchas que se consideraran decentes debían actuar como “Comandos Civiles” infiltrados en las tribunas para señalar a los violentos ante las autoridades. O sea que alentaba que se crearan grupos parapoliciales, por llamarlos de alguna manera. También recordamos una muy favorable crítica que dedicó al programa político “Tiempo Nuevo”, de Neustadt y Grondona, en la sección Espectáculos de la revista Satiricón en 1975.

En esta columna denostando a los melenudos, Panzeri confiesa un desprecio por ellos, aunque admite que no cuenta con herramientas legales para prohibirlos. Y entonces propone bucear por el reglamento del fútbol hasta encontrar el intersticio por donde instalar la idea de que “es peligroso” practicar deportes con pelo largo” y así entonces poder prohibir su uso.

Es probable que, a esa altura de su vida, Panzeri estuviera podrido del fútbol, y su fastidio lo llevara a perpetrar textos frívolos y a urdir tristes argumentos como el que podrán leer a continuación.

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Calculamos, a esa altura, el fútbol también estaba podrido de él y de su arcaica forma de pensar, aún para 1976.

Aquí el texto.

Espero sinceramente que no les guste:

“Cómo acabar con los melenudos”

Por Dante Panzeri

“Las autoridades del club Vélez Sarsfield parecen haber impuesto, para todos sus futbolistas (no sé si profesionales y amateurs o solamente amateurs) la condición inexcusable de presentarse en todos los casos con cabello corto.

La extensión de la cabellera no cuenta por ahora, con ningún instrumento legal por el que alguna autoridad la pueda determinar en su correcta medida. Parece ser igualmente correcto llevar el cabello muy largo, corto o rapado.

Pinceladas sobre Panzeri

El derecho de cada uno a optar por la pelambre que más le agrade, parece por ahora incuestionable por los demás, sin perjuicio de nuestro agrado o desagrado por las extensas melenas; y aun barbas, de la masculinidad.

Por cierto que el actual resurgimiento de esas costumbres, o la implantación de otras vinculadas con la vestimenta humana, tiene un evidente propósito (confesado, además) agresivo de las llamadas tradicionales en materia estética, que desde las iniciales corrientes “existencialistas” hasta los actuales “hippies”, soportan una sistemática negación que, sin alcanzar a un nuevo dogma, sí es valedera para la sustentación de una pregonada nueva moral de vida, que en muchos casos no es otra cosa que la concreta abolición de la moralidad a través del libertinaje del pudor, de la ética, de la estética, como manera de derrumbar los límites fronterizos entre lo moral y lo desaprensivo. El cabello largo es un premeditado símbolo de la desaprensión de la rebeldía humana, por la rebeldía misma, que hasta el momento no nos ha proporcionado un hombre mejor sino solamente la preocupación constantemente agudizada de su empeoramiento en punto a conducta.

No obstante eso, su licitud es por ahora incuestionable, máxime cuando no siempre el cabello largo es sinónimo de antihigienización, como que también es motivo de largas y costosas permanencias de la humanidad masculina en peluquerías y lavaderos de esa costumbre ex femenina. A la higiene no la determina la extensión de los cabellos, según está visto que ella tanto está presente, como ausente, con cortos o con largos pelos.

Es así que, no obstante su estrecho parentesco con muchas nuevas formas de corrupción humana, hasta el presente no ha sido posible emprender ninguna acción jurídicamente valedera contra esa moda arraigada en la masculinidad.

El deporte, organización social para la preceptoría de la higiene en muchos aspectos, se ve enfrentado con la misma indefensión jurídica para actuar, desde su esfera, como un poder prohibitivo de aquella moda aun desagradable para los más, pero de total respeto para con los menos que de ella gustan. Esto es, el deporte aún no parece tener – o sentirse dueño – de las armas de valedera razonabilidad para exigir, como las Fuerzas Armadas, el cabello medianamente corto entre sus integrantes. Es así como entre estos proliferan los llamados melenudos que ciertamente no constituyen un símbolo deportivo – sin cuestionar niveles higiénicos – puesto que implícitamente una cabellera de larga extensión constituye un elemento obstruyente de la plena libertad de movimientos, a menos que se apele a la ahora llamada “vincha de Vilas”, atuendo no contemplado en la reglamentaria vestimenta deportiva, aunque tampoco prohibido expresamente por los textos que precisan las prendas a autorizarse (como el del fútbol).

Pero he aquí que, si bien el deporte no tiene derechos concretos para exigir de sus cultores un llamado pelo corto (que tampoco sabemos qué dimensión tiene exactamente), aquellas particulares exigencias de su realización pueden servirle, sí, para determinar que muchas cabelleras reduzcan su extensión, sin incurrir para nada en la prohibición expresa del pelo largo, ni en la cuestionable exigencia de que todos los deportistas tengan pelo corto. Del mismo modo con las barbas, in incurrir en ningún caso en la siempre factible provocación de la rebeldía a través de lo que se prohíbe o se pretende obligar.

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El camino es mucho más simple. Y no es otro que el de hacer cumplir estrictamente (por los jueces que tienen a su cargo esa fiscalización) las reglamentaciones deportivas que proscriben jugar “con elementos peligrosos” en el vestuario o en el cuerpo del deportista. Pueden ser ellos tapones cortantes en los botines, medallas suspendidas por cadenas al cuello, anillos, y por ende cabellos largos, cuyo peligro tanto está dado en el riesgo de que cubran la normal visibilidad del melenudo, como que sirvan para que sus adversarios los tomen de ellos, como por otra parte es frecuente. Ese es un derecho de los jueces, pero mucho más que un derecho de quienes hacen cumplir la ley de juego, una obligación incuestionable de quienes a ella se someten. Concretamente, y por ejemplo, los jugadores de fútbol, que si se ajustan a la obligación de mantener decoro en el vestuario que les autoriza el reglamento, como medias levantadas y camisetas no escapadas del cierre del pantalón, también tienen la misma obligación respecto del pelo o la barba que el juez considere factores de anormalidad para el juego. Eso acabaría con cualquier leguleyería emprendida para defender el derecho al pelo largo, pues en ningún momento se prohibiría su uso de modo explícito, sino que solamente se observaría su presencia como antirreglamentaria entre las 17 leyes que forman el código internacional de juego y que contemplan por igual el decoro del vestuario como la no portación de elementos de perturbación al juego. A nadie se le prohibiría el uso posterior – en la vida callejera – del peluquín femenino que más le agrade. Pero el fútbol se limpiaría de ese repulsivo espécimen que es el melenudo con sensación de sucio, aun cuando se bañe constantemente.”

“Por otra parte: si las personas responden a una identidad legal fotográficamente registrada en sus documentos, y si esa identidad tiene que probarse antes de cada incursión deportiva está muy claro que el melenudo en cuestión jamás es la persona de la fotografía legal pertinente, y por ende ha modificado su identificación, lo que le impide jugar, pues pasa a ser un desconocido. Su cara no coincide con la de su documento.”