Si la Argentina había dado un ejemplo de seriedad política y justicia en 1985 con el juicio a los genocidas de las tres juntas militares, Chile le aportaba a la humanidad la peor salida “democrática” de una dictadura, incluso todavía más retrógrada que la que llevaron adelante los españoles tras la muerte de Franco, en 1975.

¿Por qué decimos peor? Porque si la salida de Franco sucedió por la muerte del dictador y con la convicción de los políticos y gran parte de la sociedad española de que había que hacer borrón y cuenta nueva, lo pasado pisado y que la justicia para los asesinados, fusilados, desparecidos, torturados y encarcelados era parte de un pasado que querían esconder debajo de la alfombra; Augusto Pinochet en Chile, cuando dejó el poder fáctico el 11 de marzo de 1990, no sólo se quedó como Comandante en Jefe de las tres armas sino que además aseguró para sí el cargo de senador vitalicio, dejó una constitución neoliberal y sentó las bases para que el país quedara preso de esas políticas llevadas adelante por la dictadura durante las décadas siguientes.

Historia de los Mundiales: Francia 1998 y Pinochet enjuiciado

Pinochet se mofó de las instituciones, provocó a quien se le pusiera enfrente y se rió de sus opositores al consolidar su dominio político aún por fuera del poder, el que había ostentado durante 16 años, entre 1974 y 1990.

Así estaba la renaciente democracia chilena en 1998, es decir ocho años después de la salida de Pinochet del gobierno: manca. Pero ocurrió lo que pocos esperaban, algo que es popularmente conocido como “El accidente Pinochet” y Chile, después de dos décadas y media, se encontraba con la posibilidad de sacar la basura de su casa.

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Pinochet, que recientemente había dejado la conducción del Ejército y asumido como senador vitalicio (esto es real, no es chiste: ocho años después Pinochet seguía en el centro de la escena), fue a Londres para operarse una hernia discal lumbar. Llegó el 21 de septiembre y, el 10 de octubre, el juez español Baltazar Garzón dictó un orden de detención en su contra por los delitos de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición de personas perpetradas durante la dictadura que dirigió entre 1974 y 1990. 

Seis días después, y ante la sorpresa de la comunidad internacional, el dictador fue detenido por agentes de Scotland Yard. Y de allí en más se desarrolló un juego macabro gestado entre el poder político chileno (representado por su presidente, Eduardo Frei) y el orden mundial.

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Chile reclamaba que Pinochet fuera devuelto a su país de origen mientras que, desde el exterior, convencidos de que en caso de regresar a Chile seguiría impune, se reclamaba su juzgamiento.

El 23 de octubre, Baltasar Garzón ordenó además el embargo de los bienes de Pinochet, con lo que salieron a la luz decenas de cuentas en Luxemburgo y Suiza que el dictador tenía ocultas. En definitiva, ese general del ejército chileno que se llenaba la boca hablando de decencia y moralidad, además de un asesino era un ladronzuelo de baja estofa que escondía el dinero robado en cuentas secretas. Era un bandido más que se había valido de la muerte, desaparición, tortura y asesinato para llenarse los bolsillos con dinero.

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El 29 de octubre Pinochet fue trasladado a un hospital psiquiátrico al norte de Londres, bajo custodia policial, y se fueron sumando nuevas denuncias de familiares de asesinados y detenidos desaparecidos, entre ellas la de Isabel Allende, hija del ex presidente Salvador. Inglaterra entonces comenzó a recibir los pedidos de extradición de España, de Suiza (por la desaparición de Alexis Jaccard) y de Francia (por las torturas al juez Roger Le Loire).

Pinochet estuvo 503 días detenido en Londres y, como no podía ser de otra manera para gente de su calaña, se valió de un ardid, de una trampa, para regresar a Chile, en donde tenía supuestamente garantizada la impunidad.

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El 2 de marzo de 2000, el Ministro del Interior inglés Jack Straw, liberó a Pinochet porque había exámenes médicos que indicaban que no estaba en condiciones psíquicas de ser juzgado, con lo que esa misma noche, Pinochet se embarcaba rumbo a Chile para dejar atrás a la justicia internacional.

En Santiago fue recibido por el Comandante en Jefe del Ejército, Ricardo Izurieta y por 6 mil personas, que fueron a vitorearlo. Sí. Eso pasó en el año 2000.

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Durante la detención del tirano fue evidente la sobreactuación del presidente chileno Eduardo Frei, quien sostenía que la soberanía chilena había sido vulnerada. Y su línea de acción diplomática fue que debía ser liberado por razones humanitarias. Que en la misma oración aparezcan las palabras “razones humanitarias” y “Pinochet” parece una burla del destino.

Entre los políticos que apoyaron a Pinochet aparecen los nombres de George W. Bush y Margaret Thatcher, esta última por el respaldo logístico que Chile le había dado a Inglaterra durante la guerra de Malvinas.

Tres días después de su regreso a Chile, y cuando Pinochet ya respiraba aliviado, sucedió lo impensado: un juez chileno (Juan Guzmán Tapia) pidió su desafuero parlamentario, lo que fue aprobado por la Corte de Apelaciones y por la Corte Suprema porque había sospechas fundadas de la participación de Pinochet en las Caravanas de la Muerte, organizadas por Sergio Arellano Stark.

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Las caravanas de la muerte era el nombre que se le dio a una delegación del Ejército chileno que recorrió el país en 1973 para “acelerar procesos y uniformar los criterios en la administración de justicia” de los detenidos después del golpe militar de septiembre. El recuento de esos “criterios” que tomó está delegación decantó en el asesinato y desaparición de 97 presos políticos. Esto, al menos, es lo comprobado.

Con estas pruebas arriba de la mesa, el juez Guzmán Tapia ordenó la detención de cinco oficiales retirados –el general Stark, el brigadier Espinoza, los coroneles Brito y Arredondo y el capitán Díaz Araneda– por el secuestro de 19 personas en esa Caravana de la Muerte. El procesamiento fue confirmado por la Corte Suprema de Chile que, en un histórico fallo valoró a los secuestros como delitos permanentes e imprescriptibles mientras no aparecieran los restos de los desaparecidos y por lo tanto no estaban alcanzados por la Amnistía de 1978.

Todo este periplo terminó el 17 de julio de 2006 cuando la Corte Suprema le quitó los fueros parlamentarios a Pinochet y lo confinó en prisión domiciliaria. El 3 de diciembre de 2006, Pinochet fue internado luego de un infarto de miocardio y, una semana después, el 10, moría a los 91 años. Y con él terminaba una de las historias más negras vividas por nuestro continente.

Mientras se desenvolvía todo el lío Pinochet en Londres, muy cerca de allí se jugaba el Mundial de Francia, que le daría al equipo local su primer título mundial. Además, después de 20 años y cuatro mundiales sin triunfos locales, otra vez se coronaría un país anfitrión. El último había sido Argentina, en 1978. Francia, además, se convertía en el tercer país que repetía la organización de un Mundial después de México (70 y 86) e Italia (34 y 90). Francia había recibido al tercer torneo de la historia 60 años antes, en el 38.

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Otra de las novedades del torneo fue que, por primera vez, participaron 32 equipos, lo que ordenaba de una vez por todas el asunto de los cruces de cuartos de final sin tener que recurrir a mejores terceros o a algún otro invento raro. En este caso eran 32 equipos divididos en 8 zonas y los dos mejores de cada grupo pasaban a los octavos de final y los otros 16 se tomaban el avión de regreso a casa.

El equipo local llegaba bien pisado al torneo, pero los candidatos a quedarse con el título eran Brasil, Holanda y Alemania, en ese orden. Lo que nadie imaginaba era que Croacia, tres años después de finalizada las guerras yugoslavas que dejaron desde 1993 más de 140 mil muertos y 4 millones de exiliados, se iba a convertir en la revelación del torneo.

Los clasificados para los octavos de final fueron Brasil, Noruega (grupo A), Italia, Chile (B), Francia, Dinamarca (C), Nigeria, Paraguay (D), Holanda, México (E), Alemania, Yugoslavia (F), Argentina y Croacia (G).

En octavos, uno de los partidos más recordados del equipo de Passarella es la eliminación de Inglaterra en la serie de penales (4-3) luego de empatar 2-2 tras 120 minutos emocionantes. También fue significativa la resistencia que Paraguay le opuso a Francia, que apenas pudo superarlo en tiempo suplementario por 1-0. El resto de las series dejaron clasificados a Brasil (sacó a Chile 4-1), Dinamarca (4-1 a Nigeria), Países Bajos (2-1 a lo que quedaba de Yugoslavia), Italia (1-0 a Noruega), Alemania (2-1 a México) y Croacia (1-0 a Rumania).

En cuartos de final pasaron: Brasil (3-2 sobre Dinamarca), Holanda (2-1 sobre Argentina), Francia (0-0 y 4-3 en los penales sobre Italia) y Croacia (3-0 ante Alemania).

Las semis fueron excelentes: Brasil y Holanda jugaron un partidazo que terminó 1-1 en los 120 minutos y el equipo sudamericano llegó a la final al vencer 4-2 en los penales y Francia venció 2-1 a Croacia.

La final entre Francia y Brasil fue una exhibición de los locales, que la ganaron 3-0 sin dejar ninguna duda de su superioridad.  

Francia de esta manera se quedaba con su primera conquista y Argentina se quedaba con un honroso sexto puesto. Fue otro paso hacia un fútbol más moderno y de mejor calidad. Francia 98 fue un salto de elegancia para recuperar el terreno perdido por el fútbol, que desde Alemania 74 se había aburguesado y había dejado de entregar aquellos recordados espectáculos que tanto habían sido admirados por el mundo entero. El Mundial volvía a recuperar sentido. Y la humanidad entera encontraba algunas razones para soñar con que la Justicia, de una vez por todas, diera cuenta de los genocidas que habían asolado a América durante la década del 70. O sea, se podía soñar con un futuro más promisorio.