Los hermanos José María y Marcos Mauricio Leonelli sacudieron con sus asesinatos en serie a toda Mendoza de comienzos de 1900 y se les computan oficialmente tres crímenes, pero hay al menos otros cuatro mas que se sospecha en su haber, ya que mataban a prestamistas que les reclamaban
pagar sus deudas.

Más allá que se habla de siete homicidios, el número real de víctimas sería mayor.

Transcurría 1916 y en medio de la Primera Guerra Mundial y tras los festejos por el centenario de la Independenci, estos sujetos llevaban a cabo sus más terribles planes​: asesinar a quienes les prestaban plata.

El 20 de diciembre, a las 11.30 el matrimonio de Juan Putativo y María Miletti escucharon pedidos de auxilio desde la casa ubicada en Santa esquina Urquiza: "Socorro, me matan", se oía.

Una menor encontró a un policía de facción entre las calles San Juan y San Luis y le pide que la acompañe, pero en el camino se suma otro agente y entre los dos van hacia una vivienda.

Los uniformados golpearon la puerta y el hombre que atendió dijo que la casa estaba desocupada, pero tenía manchas de sangre en la camisa, por lo que los efectivos entraron.

Ya en el interior de un sótano encontraron un cadáver con el rostro cubierto por una lona y un alambre en el cuello, al tiempo que tenía el cráneo destrozado y había sido posteriormente ahorcado.

Se trataba de Tufik Ladekani, un sirio al que asesinaron para apropiarse del dinero que traía y sus victimarios, los hermanos Leonelli, fueron apresados junto a su madre, Teresa Paolantonio.

Ladekani tenía apenas 18 años, era un prestamista y cambista de moneda extranjera que tenía cierto prestigio en la comunidad mendocina, operaba en la zona bancaria y en unos días iba a contraer matrimonio.

Ese día a la mañana, José María Leonelli le habría propuesto un negocio, por lo que la víctima se dirigió con él a cerrar el trato en la cochería de la que eran dueños los homicidas.

Sin embargo, ya en la casa de la esquina de Salta y Urquiza lo esperaba el hermano mayor, Marcos Mauricio, quien lo atacó con la palanca de freno de madera de uno de los carros que tenía un pesado remache de hierro en un extremo.

En tanto, José María tomó un alambre, le dio dos vueltas alrededor del cuello y comenzó a estrangularlo mientras el joven se resistía y gritaba hasta que murió. Ambos fueron llevados a dos celdas de la comisaría tercera de la capital mendocina.

Los investigadores sospecharon que los Leonelli habían cometido otros asesinatos similares, pero los acusados negaron rotundamente esas atribuciones durante el primer interrogatorio.

En la casa ubicada en la calle Urquiza 171 realizaron una excavación de la que participó un grupo de bomberos, con el objetivo de hallar pistas de otras muertes. Y lo lograron, porque encontraron el cadáver en descomposición de otra víctima, otro desaparecido llamado Julián Azcona.

Pero eso no fue todo, porque días después mientras se trabajaba en ese domicilio, hallaron los restos de Juan Dávila en un pozo del baño.

Teresa Paolantonio de Leonelli quedó viuda con cinco hijos y el almacén que su esposo tenía fue cerrado, pero en su lugar abrieron una cochería sus dos hijos mayores, Marcos Mauricio y José María.

Debido a las deudas, tuvieron que hipotecar sus propiedades, situación que solo conocían dos personas: Dávila y Azcona, acreedores de los Leonelli.

Ambos habían desaparecido en forma misteriosa hasta que se descubrieron ambos cadáveres.

Las sospechas sobre la participación de los hermanos en crímenes no resueltos, determinaron una investigación y se impulsó con toda celeridad un relevamiento en los terrenos de su propiedad.

A partir de allí, y para indignación de la sociedad mendocina, comenzaron a esclarecerse las extrañas desapariciones.

El 23 de diciembre de 1916, un cadáver fue encontrado en el baño, que todavía llevaba alrededor de su cuello la toalla y las cuerdas con que había sido estrangulado.

Ese era Azcona, un español vendedor de cigarrillos que se había vinculado comercialmente con Marcos y José y por algunos negocios estos le debían 6.000 pesos.  La víctima les había pedido en varias ocasiones que les paguen la deuda.

El 18 de julio de 1916, Azcona salió con su carretela a vender tabaco y horas después el dueño de la Cigarrería Inglesa recibió un telegrama del hombre, que decía que dejaría su carretela frente al centro Región Valenciana para que la pasara a buscar su hermano Adrián, porque él debía viajar con urgencia al norte.

Todo fue tal cual lo indicó, pero el vendedor no apareció mas y empezó el misterio.

El 24 de diciembre del mismo año aparecieron otras partes de cuerpos humanos, animales, ropas, huesos y un sombrero con las iniciales J.M.D.

Esta prenda pertenecía a Dávila, un hombre dedicado a los negocios del corretaje que había desaparecido el 15 de marzo de 1915, cuando fue a la casa de los Leonelli a cobrar un crédito hipotecario de 8.000 pesos.

El 25 de diciembre, en plena Navidad, fueron hallados en otras partes de la casa pequeños restos que pertenecían a una criatura de aproximadamente siete meses de gestación.

Los Leonelli tenían una finca en Guaymallén, conocida como la Bola de Lata.

Los vecinos aseguraban que salía un olor nauseabundo de una de las habitaciones y se sospechaba que allí tenían ocultos otros cadáveres, pero no se hallaron otros cuerpos.

Francisco Petruolo era otro de los acreedores de los Leonelli: le debían una hipoteca de 10.000 pesos y apareció muerto en el canal Zanjón -en la actualidad canal Cacique Guaymallén- tras caer con su vehículo.

Se dedujo que los hermanos homicidas habían premeditado una trama para simular la cancelación del compromiso y luego lo ultimaron, simulando el accidente.

Las familias de otros desaparecidos como Alejo Samper y Tomás Guajardo,aseguraban que los asesinos seriales tenían deudas económicas con ellos y creían que en ese domicilio podían estar los restos de ambos y así poder terminar con una interminable búsqueda.

Además, hubo más denuncias de desapariciones de personas vinculadas comercialmente con los Leonelli, pero no se pudieron comprobar debido a que sólo se identificaron los restos de cuatro.

Los homicidas fueron llevados a juicio en 1918 por tres hechos: los de Dávila, Azcona y Ladekani.

La existencia de otros restos como el del feto los comprometían, pero no fueron invocados en la acusación por falta de un plexo probatorio suficiente.
José María fue condenado a 25 años de prisión y Marcos, a pena de muerte, pero no fue ejecutado en la Penitenciaría Provincial, porque las Asociación de Damas Pro Glorias Mendocinas intercedió por el rechazo a la pena capital.

El gobernador conmutó la pena y en 1923 fueron trasladados a la Cárcel de Ushuaia para cumplir con sus respectivas condenas.

José María recobró la libertad 20 años después, mientras que Marcos Mauricio, apuntado como el principal asesino, falleció en el Penal.