La patria que expulsa y atrae
El miedo a lo desconocido termina siendo menor que la desesperanza de lo que ya se conoce, entonces surge la posibilidad de que irrumpa lo impensable, irse a probar suerte a un nuevo paisaje.
Las crisis económicas constantes y la amargura de quienes no ven un futuro en la Argentina ha convertido al exilio en la forma más alcanzable de superación, sobre todo para aquellos que se educaron en la universidad y hoy no tienen perspectivas de prosperidad ascendente.
En verdad nuestro país no fue siempre el sitio de las frustraciones. Hacia 1914, más del 28% de la población no era originaria de estas tierras. En ese rapto de nuestra historia, el futuro parecía en nuestras manos, se construía una sociedad próspera y multicultural, que atraía personas de lugares lejanos con sueños y ganas de construir.
Independientemente de las estadísticas a las que podamos recurrir, todos tenemos un ser querido que ha tomado la decisión de encontrar su destino en otras tierras. Las Naciones Unidas, en 2019, estimaban que el 2,27% de la población argentina había emigrado: es decir 1.013.414 de nuestros conciudadanos habían tomado la resolución de abandonar su patria.
Ese número en el devenir de estos años, seguramente se ha acrecentado: ¿Qué otra cosa nos imaginamos que puede suceder si el futuro ha dejado de ser superador y el presente es decepcionante? Lo que ocurre es que el miedo a lo desconocido termina siendo menor que la desesperanza de lo que ya se conoce, entonces surge la posibilidad de que irrumpa lo impensable, irse a probar suerte a un nuevo paisaje.
Podemos encontrar tres formas de migrar: uno se va de lugares, de personas o de ideas y cuando abandona la patria, lo hace por medio de estas tres formas. Las dos primeras son más gráficas y a mí me obsesiona la tercera, el mundo de las ideas, y la vida que tenían pensada y ya no pueden realizar aquellos a los que obligamos a irse.
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Cuando nos desarrollamos en sociedad y sobre todo en una tan sobrecogedora como la nuestra, nos vamos haciendo una idea de la persona que queremos ser y del mundo en el que queremos vivir. Tal vez por eso, el momento en que algunos se ven forzados a abandonar sus sueños por una economía que los expulsa es desgarrador. Lo es para el que se va, pero también lo es para el que se queda: padres que ven partir a sus hijos porque su generación no logró construir una patria que los contenga, amigos que ya no pudieron ser la red de contención de esos sueños truncos.
Qué desastre hemos hecho para que el proyecto de vida de nuestros seres queridos sea irse de acá, a cualquier lado, no importa tanto el a dónde. Lo que los empuja es la quimera de vivir una vida sin sobresaltos, segura, valorada, acompañada y lo más loco es que a todos nos parece razonable que busquen eso fuera de nuestra tierra.
Migrar es la opinión más cruda sobre la propia sociedad: ¡Aquí no se puede! Y no es otra cosa que dejar de creer, una gran parte de nuestra fuerza vital viene de la capacidad de creer y nosotros ya no creemos en nuestro colectivo.
No reconocemos un sentido en luchar por nuestra patria desnuda y no existen expectativas de cambio. Es más, lo más probable es que veamos un horizonte en donde las condiciones materiales de existencia vayan a verse aún más deterioradas por la crisis, ahí radica el fracaso más absoluto de nuestra democracia, dejamos de creer y abrazamos la idea de que iniciamos una espiral descendente que no parece tener fin.
Habrá algunos felices de iniciar una nueva vida, pero muchos de los migrantes se retiran de nuestra patria desgarrados con la sensación de que sus capacidades potenciales se encuentran detenidas por un sistema que, en lugar de potenciar, restringe sus posibilidades individuales para lograr metas, lo que los arrastra a irse con su desesperanza a cuestas a transferir su ilusión a una nueva sociedad.
Y allá están, desperdigados por el mundo, un sinfín de talentos argentinos, armando una vida próspera en países que les han dado oportunidades, con un espíritu amplio pero vacío, haciendo equilibrio entre dos tierras.
Todo está mal en una patria que expulsa, ¿o no? Lo que nos pasa es que no sabemos cómo hacer de nuestras trayectorias personales una experiencia colectiva exitosa, y eso, es aún más triste.
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No pretendo hacer una apología del exilio, muy por el contrario, es tomar consciencia de la necesidad de encontrar la vía al desarrollo, de pensar juntos sin barreras conceptuales un país en el que todos nos concibamos contenidos, un país que atraiga.
¿Y si probamos recuperando las ganas de construir juntos la patria del mañana? Un buen consejo nos lo da la banda de rock nacional, Las Pastillas del Abuelo: “Habrá que encontrar un lugar para esconderse, o habrá que entrometerse un poco mas/ habrá que desempolvar el disfraz de valiente y salir a tropezar”. ¡Ese es el camino! Entrometernos un poco más, dejarnos de abstracciones y ponernos en marcha buscando otras formas de crecer, aunque corramos el riesgo de volver a tropezar. Hagámoslo con sumo cuidado, prestando mucha atención, empatizando con el otro, pero comencemos.
Volvamos a esa creencia cálida, invisible pero tenaz, de que nos tenemos los unos a los otros, que nos encontramos juntos en el mismo barco y dejemos entrar a las fuerzas transformadoras del hacer las cosas bien. Abandonemos nuestro egoísmo y pensemos en el futuro de las próximas generaciones, planifiquemos un país a largo plazo, recuperemos la fe en las instituciones para el desarrollo, volvamos a creer.
(*) Politólogo, Asesor parlamentario