Los paseos costeros y los balnearios que se abren en todo el frente ribereño del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) tienen un karma insalvable: la contaminación y peligrosidad del agua, que desde hace medio siglo hizo prohibir bañarse.

Los porteños estuvieron viviendo de espaldas al río de la Plata, el más ancho del mundo, desde 1970, desde que las autoridades decidieron vedar el contacto humano en el río.

Desde entonces continúa el característico olor nauseabundo y el color amarronado por la composición del lecho fluvial natural (lleno de sedimentos grises-marrones, arenas limosas, limos arenosos, limos arcillosos y lodos).

Qué se hará para neutralizar las distintas sustancias tóxicas liberadas sin tratamiento, que son las que tiñen, en especial, los primeros 120 metros de distancia a la línea de costa, nadie lo imagina.

Es que la basura, desechos industriales y vertidos cloacales invadieron el estuario y no sólo entrañan riesgo para las personas de contraer enfermedades como: hepatitis A, cólera o salmonella, sino que la misma fauna padece la contaminación: las bacterias, como enterococos y Escherichia, van y vienen con las corrientes desde la desembocadura y envenenan a los peces.

El Riachuelo

Aunque el Riachuelo esté desde hace años sometido a tratamiento de limpieza luego de una sentencia judicial, las impurezas que aún subsisten siguen volcándose en el río de la Plata.

La mayoría de los canales y arroyos que también desaguan en el estuario hasta La Plata son portadores de contaminación por residuos sólidos urbanos (RSU) flotantes e hidrocarburos.

La zona de Sarandí y Berazategui, por ejemplo, se encuentra muy afectada por los RSU, y asimismo la presencia de escombros, basura, hierros retorcidos, etc, constituyen otra amenaza para los bañistas que se aventuren pese a las prohibiciones.

Sin embargo, toneladas de botellas plásticas, pañales, bolsas, textiles, etc., quedan atrapada entre la vegetación costera alta. 

En cada sudestada esa basura queda expuesta, ya que se acumula por acción del viento en las orillas del río

Las cianobacterias, causantes de gastroenteritis, diarreas, vómitos y náuseas, que llegan al río desde afluentes y arroyos a través de las toneladas de desechos cloacales y de los vertidos de frigoríficos y curtiembres, se reproducen en grandes cantidades, sobre todo en verano, como consecuencia de la falta oxígeno en el agua y de la presencia de materia orgánica.

Más allá de enfermar a quienes se bañan pese a las prohibiciones, los vecinos que viven en los barrios linderos terminan afectando directamente su salud por las consecuencias de la contaminación, desde alergias y dermatitis atópica, hasta enfermedades muy graves.

Las sustancias minerales como plomo, cobalto o mercurio, y los desechos terriblemente peligrosos de las miles de industrias que vierten sus desechos, no son todo el problema, sino que se agrava por la existencia de múltiples denuncias sobre las curtiembres y frigoríficos que vuelcan hasta restos de animales.

Lecho peligroso

Aun si se arreglaran estas acechanzas, el terreno sobre el que se pisa en la línea de la costa y los primeros metros del agua es muy resbaladizo. 

El lecho fluvial no es playo, y está minado de pozos, canales, y extensos bancos de lodo inestable con sedimentos de limos y arcillas.

Y hasta para los nadadores intentar salir de esas aguas puede ser una trampa mortal. 

La costa misma resulta sumamente peligrosa por la generación de corrientes imprevistas en varias direcciones, a lo que se suma el lecho totalmente inestable y fangoso.

Pero aunque no hubiera necesidad de apoyar los pies en el fondo, las mareas pronunciadas y sudestadas sorprenden hasta a los más avezados por cambios repentinos en el nivel del agua e incluso por la presencia de fuerte oleaje.