La bomba de Montoneros en el comedor policial
Cómo fue y quiénes participaron del atentado más sangriento de los 70.
El atentado más sangriento de los 70, y de la historia argentina hasta la voladura de la AMIA, en 1994, ocurrió el viernes 2 de julio de 1976 cuando el grupo guerrillero Montoneros hizo explotar una bomba vietnamita en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, en la calle Moreno 1417 del barrio porteño de Monserrat, a una cuadra del Departamento Central de Policía, seis del Congreso y diez de la Casa Rosada.
Veintitrés personas murieron y otras ciento diez resultaron heridas, varias con secuelas muy graves por las mutilaciones provocadas por la onda expansiva de ese tipo de bombas, que llevaban una carga de postas de acero que agujeraba todo lo que encontraba a su paso, entre ellos los cuerpos de las víctimas.
Montoneros afirmaba que buscaba eliminar preferentemente al personal superior de la Policía Federal, en tanto “centro de gravedad” de la represión ilegal de la dictadura inaugurada por el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, pero de los veintitrés muertos solo dos eran oficiales y de muy baja graduación.
Siete de las víctimas fatales ni siquiera cumplían tareas policiales: el encargado del comedor, el cajero, un mozo, un enfermero, un bombero, un suboficial retirado que estaba haciendo su changa de repartidor de pan y una empleada de YPF ya que el comedor estaba abierto a empleados de comercios y oficinas del barrio. Hubo cinco mujeres entre los fallecidos.
El atentado mató más una persona más que el ataque terrorista contra la embajada de Israel, de 1992. Y habría matado más aún si el agente infiltrado de Montoneros hubiera logrado su propósito original de derribar todo el edificio.
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Fuera de nuestras fronteras, continúa siendo el mayor atentado contra una dependencia policial en todo el mundo. Ninguna otra policía recibió un golpe así.
Desde un punto de vista estrictamente militar, el atentado fue una obra maestra del muy eficiente servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros, y de la secretaría Militar de la cúpula guerrillera, de la cual dependía en forma directa. Y una prueba de por qué Montoneros se había convertido el año anterior, en 1975, en la guerrilla urbana más poderosa en toda la historia de América Latina.
Todos los policías habían ido a comer alguna vez al Casino de Seguridad Federal; por lo tanto, todos se consideraron sobrevivientes de la masacre. Para ellos, fue una bisagra en sus vidas, ligadas fuertemente a “la institución”, las dos palabras que sus miembros siguen utilizando para referirse a la Policía Federal.
Además del dolor por la gran cantidad de muertos y heridos, para la Policía Federal —y para el gobierno militar, al cual estaba subordinado sin intermediarios—, fue una gran humillación: Montoneros había logrado penetrar en el edificio de Seguridad Federal, que era el núcleo duro del dispositivo organizado desde hacía una década y media para vigilar, infiltrar, controlar y reprimir a los grupos guerrilleros, no solo en la capital del país. Allí funcionaba la Dirección General de Inteligencia, uno de cuyos tres departamentos era Contrainteligencia, que fue burlada por “los subversivos”, como se les decía en aquellos años de plomo.
Hacía más de tres meses que la dictadura había comenzado y el comedor estaba localizado en la planta baja de un edificio en el cual ya había celdas diminutas —¨tubos”— en un par de pisos, ocultas al público y a la mayoría del personal policial; allí se torturaba a detenidos desaparecidos, que no estaban asentados en el registro oficial de presos, según comprobó el Nunca Más, el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
A pesar de todas esas características que lo vuelven un hecho periodístico único, es un atentado del que no se habla. No hay —hasta ahora— ningún libro ni, mucho menos, un documental. En los aniversarios de la masacre del comedor policial, apenas aparece una noticia suelta en algunos diarios.
Tampoco ha sido investigado por la Justicia: no lo fue durante la dictadura y tampoco desde el retorno a la democracia, el 10 de diciembre de 1983.
En realidad, Seguridad Federal no era un organismo muy apreciado por los porteños. Primero como Coordinación Federal —“Coordina” en la jerga— y luego con su nombre definitivo, fue la “política política” de todos los gobiernos luego de la creación de la Policía Federal, que comenzó a funcionar el 1° de enero de 1945.
Como ya venía sucediendo con la “Sección Especial” de su predecesora, la Policía de la Capital, Seguridad Federal era la dependencia que se ocupaba de la represión de los militantes políticos, sindicales y sociales que se oponían al gobierno de turno, entre otras tareas.
Hacia 1976, en casi todos los gobiernos anteriores a la última dictadura —hubo excepciones— se había torturado allí a disidentes. Por ejemplo, en las primeras presidencias del general Juan Domingo Perón, entre 1946 y 1955.
Pero, a pesar de que Seguridad Federal era visto por muchos como un lugar tenebroso, oscuro, de ésos que era mejor no conocer nunca, la voladura del comedor no provocó ninguna algarabía popular; por el contrario, fue visto como un ataque terrorista que mató e hirió a un montón de gente que en el momento del ataque estaba almorzando, indefensa.
El autor material fue el agente José María Salgado, Pepe, un joven de clase media alta de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires; hijo de un abogado y sobrino de un general; excelente estudiante de Ingeniería Electrónica. Un “traidor” para los policías; un “héroe” para los montoneros.
Pepe Salgado nos muestra por qué un joven que lo tenía todo se vuelca primero al peronismo y luego a la lucha armada, y a los veintiún años decide matar a sangre fría a personas indefensas, a muchas de las cuales se las habrá cruzado en el comedor o en algún pasillo del Departamento Central de Policía, donde trabajaba.
La onda expansiva de la violencia que desató terminó alcanzándolo también a él, primero en su cautiverio en las mazmorras de la ESMA y luego bajo la forma de una muerte horrible, fraguada por el gobierno militar como un tiroteo con la policía que nunca existió.
Pepe Salgado era uno de los recursos más preciosos del servicio de Inteligencia e Informaciones, subordinado directamente a Rodolfo Walsh, un periodista y escritor de prestigio, muy conocido por el gran público, tanto que muchas modelos y celebrities de la época presumían que era su autor favorito en los almuerzos de Mirtha Legrand.
Hoy, es una figura de culto para tantos intelectuales y políticos.
Walsh, era el hombre clave de Inteligencia e Informaciones, cuyo rol fue asistir desde las sombras y el secreto —como cualquier aparato de su tipo— a la cúpula de la guerrilla de origen peronista en varias de sus operaciones de mayor relieve, como la masacre en el comedor policial; el atentado mortal contra otro jefe de la Policía Federal, el comisario general Alberto Villar, en 1974, y el secuestro y el cautiverio de los empresarios Jorge y Juan Born, en 1974/75.
Era una de las áreas que mejor funcionaba en Montoneros, como admitían sus propios enemigos, siempre en relación directa con Horacio Mendizábal —Hernán era su nombre de guerra—, secretario Militar y nexo con el resto de la Conducción Nacional del grupo guerrillero, encabezada por Pepe Firmenich y Roberto Perdía, Carlos o Pelado.
Walsh, cuyo nombre de guerra era Esteban, también le dejó a la guerrilla un legado muy valioso: no solo fue el primero que encontró la palabra justa para definir a las víctimas del plan de la dictadura: los desaparecidos, sino que se anticipó en la búsqueda de un número para simbolizar la represión ilegal: “15.000 desaparecidos”. Además, reveló a los guerrilleros y sus simpatizantes que “la guerra está perdida en el plano militar”, pero que podían volver a convertirse “en una alternativa de poder” si encaraban una nueva resistencia popular, esta vez arropados en “la bandera fundamental de los Derechos Humanos”.
Ceferino Reato, periodista y escritor. Conductor de “Al hueso” en Radio Rivadavia. Extraído de la Introducción de Masacre en el comedor.