El turismo sin conciencia de la historia hace que todo se banalice, que no pensemos en el cumulo de luchas que representa un monumento o el edificio que tenemos enfrente, que solo queramos tener una foto, y un sitio más al que hemos visitado.

El artista Shahak Shapira publicó hace unos años un proyecto artístico llamado "Yolocaust", imágenes en las que se superponían turistas posando frívolamente en el memorial del Holocausto de Berlín, con fotografías de los campos de exterminio nazi. Lo que hacía era simple, pero demoledor: nos estaba mostrando a todos la banalidad del mal.

Acá frená un minuto, andá a buscar las imágenes, y volvé. Te aseguro que vas a dimensionar más ajustadamente lo que te digo. ¿Volviste?, bueno…podemos pensar que, en lugares tan solemnes, difícilmente podamos incurrir en tamaña falta de respeto, y es probable que así sea. Sin embargo, muchas veces tomamos como natural desconocer la historia de los lugares que transitamos asiduamente o que visitamos en nuestros viajes, sin darnos cuenta que en ese acto inconsciente edulcoramos los espacios, arrebatándoles todo atractivo.

Qué importancia puede tener el café “El Cairo”, en Rosario, si no es que allí se juntaba la mesa de los galanes de Fontanarrosa. O a quien le interesaría visitar el café “London City”, en el centro porteño, si no fuese que allí Julio Cortázar escribió su novela “los Premios”.

La respuesta contundente es, ninguna. Y agreguémosle una cuestión aún más personal: cuando negamos el devenir de los sitios por los que transitamos, lo que estamos negando es nuestra propia historia, no sólo porque estamos atravesados por miles de trayectorias de dolor y alegría, sino porque suele convertirse en un hábito no analizar lo que sucede, no escudriñar lo que acontece.

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Vivimos acelerados, sin tiempo para detenernos a pensar en lo que hacemos y en sus consecuencias, nos falta contemplación y vamos camino a convertirnos en depredadores de la historia, de la nuestra y la de las sociedades a las que pertenecemos. Todo pasa rápido y alcanza muy pronto la consideración de recuerdo, para luego convertirse en olvido.

Debemos estar atentos para detener ese espiral descendente hacia la superficialidad cuando viajamos, pero también hay que ser cuidadosos con nuestro entorno. Así como los sitios acrecientan su valor cuando los situamos en su contexto, logrando una dimensión trascendental, nuestro paisaje diario debe estar dotado de sentido. Te preguntarás: ¿Cómo hacerlo en un departamento o una casa? Pues bien, ahí yo creo en la memoria de los objetos.

El sillón de un abuelo, el cuchillo de un padre, un ajedrez de la abuela, objetos que tal vez no son especialmente bonitos, pero el hecho de conservarlos y ubicarlos en un lugar destacado está ligado a la protección del recuerdo, al cuidado de nuestra historia personal.

Suele ocurrir que encontramos en las cosas que nos rodean, inspiración y fortaleza para encarar nuestras cotidianas proezas, porque nos traen al presente, la fuerza del ejemplo de quien estuvo antes, la mirada de aquel a quien admirábamos en vida.

En otras ocasiones nos sucede que, cuando la ausencia de alguien querido nos desgarra por dentro, viene en auxilio aquel objeto que transforma ese extrañamiento en cercanía, logrando que el dolor nos dé un respiro.

Todos estos ejemplos situacionales se agolpan para enseñarnos nuestra finitud, pero también que somos engranajes necesarios en una gran historia. No permitas que esto se te olvide.

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Entiendo que existen personas que no pueden convivir con los recuerdos, no soportan la memoria y lo comprendo, pero, para mí, es fundamental vivir en un espacio que esté pensado no solo desde lo estético o desde el orden, sino desde el cuidado que conlleva dotar de sentido a los espacios.

Es importante tener la pretensión de incorporarle a nuestro paisaje diario una decoración que logre desprender historias que salgan al encuentro de la imaginación, que transfiguren el objeto y lo tornen en portador de un mensaje que sobrepase su función y lo convierta en un modo de comunicación, una ocasión de contacto con el pasado y sus afectos.

Por eso te invito a encontrar inspiración en los vestigios del pasado, a viajar con conciencia de los sitios que visitamos, a conocer lo que paso en tu barrio o en tu pueblo, a resignificar los espacios, completándolos con objetos cargados de metáforas. Porque, tal vez de esa manera, ese pequeño espacio en el que habitas, puede ser un mundo en el que te sientas pleno.

 (*) Politólogo y asesor parlamentario.