No me gusta decir que en las elecciones primarias de septiembre la oposición tuvo un resonante triunfo. Me parece más correcto mencionar que la oposición demostró que tiene una representación popular superior a la del gobierno nacional y a la de la mayor parte de los gobiernos provinciales que lo sostienen.

La democracia es una tarea de representación y no una competencia entre políticos. Por eso, los políticos que ganan tienen que ser más humildes que antes y no más soberbios y darse cuenta de que a partir de ese momento su deber de representación es más grande. Deben honrar a sus votantes,  actuando de acuerdo al mandato que recibieron del pueblo.

La oposición tuvo más apoyo que el Gobierno en la elección de candidatos, porque la oposición se movilizó para oponerse a la liberación de más de 10 mil presos en medio de una crisis de seguridad; para oponerse a un cierre interminable, cada quince días y por ocho meses, de casi todas las actividades laborales, para después ver que se abrían cuando la pandemia arreciaba; para cuestionar el vacunatorio vip para los cercanos al poder; para cuestionar la no compra de vacunas que es responsable de miles de muertos; para cuestionar acuerdos poco claros de distribución de ciertas vacunas y no otras; para cuestionar la expropiación de una exportadora de granos que se dejó sin efecto; para cuestionar la no presencialidad en las escuelas y afirmar la necesidad de recuperar clases; para cuestionar la impresión sin límites de billetes que aumenta la inflación y devalúa los salarios y jubilaciones; para cuestionar las intenciones de dominar a la Justicia y a los fiscales; para cuestionar que el Congreso sesione por videoconferencia, con escenas de intimidad amatoria incluidas; para cuestionar el cierre de exportaciones e industrias exportadoras; para cuestionar el avance del narcotráfico y de la violencia asociada a él.

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En otras palabras, la oposición representó a una parte mayoritaria de la opinión pública.

Mientras tanto, el Gobierno, en cada uno de esos temas, hizo lo contrario y acusó a la oposición de ser irresponsable, mientras eludía su propia responsabilidad de Gobierno. El resultado se vio en las urnas, donde la representación se decide.

Ahora enfrentamos la elección de noviembre, en la que el Gobierno, siguiendo al pie de la letra la carta por la que Cristina retó al presidente, dice que va a "relanzarse". Se relanza con Manzur de interventor en el Gobierno y Aníbal Fernández a cargo de la Seguridad.

Se relanza con un ministro de Educación que en lugar de poner su mano sobre la Constitución para jurar, lo que hizo fue apartar casi violentamente la Biblia de su vista. Se relanza con sus candidatos como Gollan, el responsable de la vacunación y el cierre de actividades en la Provincia de Buenos Aires, apoyando
"poner platita en el bolsillo" de ciudadanos para que lo voten, cuando está claro que el Gobierno no tiene "platita" y que se la saca a los asalariados y jubilados imprimiendo billetes y generando más inflación.

La Argentina no necesita lanzamientos. Necesita solucionar problemas muy, pero muy graves. Necesita responsabilidad. Y necesita respeto. Para disminuir el casi 50% de pobreza y una desocupación creciente en medio de la recesión más larga que recordemos, debe estabilizar la economía y permitir las
actividades productivas bajando impuestos, acordando medidas pro empleo en blanco con los sindicatos, abriendo mercados a los productos argentinos, generando reglas que permitan invertir a largo plazo y de manera transparente y no mafiosa en logística.

Se debe respetar la Justicia imparcial y recrear el estado de derecho. Se debe dar asistencia para trabajar y no para no trabajar. El pueblo tiene la palabra y el pueblo va a hablar.

(*) - Federico Pinedo es ex presidente provisional del Senado (2015-2019).