La no política aparece en estas elecciones como una nueva condición emergente del desencanto social imperante. Vale decir, cuando la praxis administrativa gubernamental hace agua, y los partidos políticos de gobierno y de oposición ya no resuelven las cuestiones fundamentales que nos importan (por ejemplo dar respuesta acerca de la economía, la seguridad, la salud y la educación entre otras),  entonces es cuando el electorado busca intervenir llamando la atención y depositando un voto (de confianza o hartazgo) en personajes poco comunes en incluso desconocidos hace apenas unos años.

Esta ruptura de la dimensión y del tejido político y social, es encarnada por apartidistas que se presentaron a estas elecciones y que condensaron los diferentes cuestionamientos. Dieron profundas señales de que la cosa ya no va a través de los canales proselitistas convencionales, marcados por una grieta que dista ya poco de seguir siendo el combustible necesario para subsistir.

Vinieron para quedarse y reconfiguraron la forma de comunicar y de llegar a mucha gente (jóvenes y adultos también) que no quiere más a los de siempre, o al menos no quiere escuchar mas la misma canción de uno y otro “bando”.

Pedir un nuevo rumbo y modelo económico, exigir la salida de las principales autoridades políticas del gobierno, demostraron que los niveles de tolerancia son “cero”. Y un cero a la incapacidad de establecer acuerdos, y a poder establecer parámetros para vivir dignamente con reglas claras.

Hace un tiempo que en la Argentina se vienen verificando hechos y consecuencias que presuponen que la clase política se sigue alejando del centro de toma de decisiones que realmente le importa a la mayoría de la ciudadanía.

El soberano manifiesta a gritos en cada instancia electoral, que se necesita un cambio radical en las formas y en los contenidos, una necesidad de bienestar general que haga que podamos vivir en paz, trabajar, disfrutar, ver crecer a nuestros hijos y poder creer finalmente en alcanzar un cierto grado de estabilidad  - ya no económica, sino - psicológica y social.

Las nuevas posiciones intelectuales son críticas del estatus quo, o sea que denotan y “llegarían a detonar” una crisis muy profunda que ya nadie está dispuesto a soportar.

Los tiempos parecen haberse adelantado, si le preguntáramos a alguien cuanto falta para el 2023, varios dirían que mejor que sea mañana, porque la paciencia ya se agota cada año y no tolerando esperar cada cuatro (que sería el recambio constitucional dando la posibilidad de nuevos rumbos gubernamentales).

A todo esto se suma que nos vemos rodeados de una campaña electoral sostenida y despiadada que solo hace mella y deslegitima cada vez más a la política en sí misma y a los políticos tradicionales que ya todos conocemos.

El aparato mediático nos muestra las distintas elites empresarias, dándonos muchas veces los relatos conspirativos mas alocados o demostrando lo que ya sabemos, y es que nadie resiste un archivo, y que lo que fue ayer, hoy puede no ser mas, o ser incluso todo lo contario.

Alguna vez alguien dijo que los políticos empezaban a no tener un punto de anclaje. Esto es una especie de camino bifurcado en el cual se suele sentir que estamos a la deriva, y en donde echarle la culpa a los dirigentes de todos los estratos y ámbitos sociales, es ya en vano.

Por qué no nos preguntamos de una buena vez dónde estarán los límites, donde sino en nosotros mismos que cuando vamos a votar lo hacemos por agrado o desagrado con un personaje y no por políticas de estado que puedan mejorarnos en algo la vida.

Algunos sienten que los tomadores de decisiones están en un circulo “paranoide y miope” en el cual creen que el pueblo es tonto. ¡Pura subestimación!

Qué porcentaje realmente puede influir con un Tweet, o viendo un canal de televisión o radio de un grupo empresario, al que ya todos sabemos hacia donde apunta y elegimos ver o no con un simple botón de goma de un control remoto.

Esta subestimación del electorado a llegado a límites sorprendentes. Repartir culpas, no aceptar errores o no querer reconocer cambios de rumbos, puede ser un pecado capital.

En tiempos de zozobra, de falta de trabajo, de índices de pobreza extremos, se debe apelar a la unión, a un gran acuerdo que fije objetivos que nos den cierta tranquilidad.

Todo lo opuesto nos está sucediendo hoy en el día a día, estamos como espectadores ante la perplejidad, que se adueñó de nosotros desde que nos despertamos, hasta que nos acostamos. La norma que se dicta hoy, puede ser la anomia de mañana mismo.

El emergente de personalidades de la no política es un claro ejemplo del freno a la locura peligrosa que puede hacer perecer a los partidos políticos tradicionales e incluso a los frentes electoralistas que nos vienen mostrando que en general, solo se sirven de la estructura para intentar ganar apenas una elección, sin continuidad basal en el tiempo.

Si va a ser así, tengamos la precaución de saber la responsabilidad que conllevan los nuevos personajes que están arribando a la cosa pública, porque serán ellos mismos quienes pondrán su prestigio y capacidad a prueba cuando vean que esto se agota en el discurso, y que cuando haya que legislar o incluso gobernar, la realidad será una faena muy complicada de enfrentar.

En la Argentina ya casi todos creemos (al menos lo pensamos) que es prácticamente nulo, conseguir un sistema ético y con un contexto razonable, estamos tratando de pensar que mas allá de las contradicciones propias que todos tenemos, deberíamos poder conseguir un sistema político positivo, de propuestas serias, de contralor proactivo, de no borrar con el codo lo que escribimos con la mano, y de poder creer en un gobierno de aciertos para el bien común.

Una premisa loable seria proponernos que cuando ejerzamos nuestro derecho de votar, seremos por fin responsables y “tolerantes” de aceptar los tiempos constitucionales de lo que decidimos. (Sabemos que la queja y la intolerancia es una característica propia argentina muy arraigada). Porque buscamos aferrarnos, muchas veces, a algo que nos dé esperanzas, y que genere un escarmiento a aquellos que una y otra vez nos han mentido o defraudado.

Por eso hay que estar atentos a los nuevos jugadores de un tablero cuadriculado que no es más que el fiel reflejo de lo que somos como sociedad en su conjunto: un país con heterogeneidades, con divisiones, con desigualdades sociales, económicas y territoriales.

La coyuntura geográfica y política imperante está intrínsecamente ligada a la naturaleza de la acción política. Y los actores de estructuras tradicionales vienen - en general - haciendo agua, lo que justifica los nuevos emergentes (no políticos).

Todo atravesado por una impronta profunda de descreimiento, de pensar que son todos lo mismo, entonces ¿qué podemos perder si probamos con los “outsiders”? Y lo que realmente perdemos es la paciencia y el tiempo que nos es finito.

La cultura argentina nos pone siempre a prueba, siempre al borde del precipicio, algunas veces dando un paso adelante, y otras salvándonos como a nadie le pasa en el mundo. Porque si hay algo increíble, es que nuestro país tiene suerte.

No creamos que es menor tener una democracia con las posibilidades que la nuestra nos da de poder seguir eligiendo libremente, pero después a no quejarse, y si lo hacemos que sea con cuidado y responsabilidad.

Los no políticos han llegado, están a la vuelta de la esquina, y son una realidad.

La culpa (si la hubiere) no sabemos de quien es, porque si pretendemos arrojársela solo a los políticos conocidos, pecaríamos de falso compromiso con lo que venimos eligiendo.

La desconfianza general es la norma hoy, y el encubrimiento su manual a seguir.

Por todo esto, y mucho más, no pretendamos imponernos un camino, sin antes conocerlo, emparejarlo, trazarlo y asfaltarlo para transitarlo firmemente.

Finalmente deberíamos creer que - alguna vez - tendremos que mirarnos en ese espejo critico, en ese espectro que nos va a decir ni más ni menos lo que ya sabemos, que la cosa así no va, que los políticos son en su mayoría, fruto de nuestras Pampas y que si no frenamos a tiempo nuestros impulsos, estaremos ante un punto de no retorno.

*Por Alexis Chaves, politólogo, asesor parlamentario