Apenas cruzando la calle Hipólito Yrigoyen, allí a la altura del 200, se ubica la oficina con la que tantos dirigentes fantasean cuando se lanzan a la política, ese premio adorado que entrega la carrera por el tesoro en la Argentina en elecciones generales una vez cada cuatro años y que supone, nada más ni nada menos, que el sillón del presidente de la Nación.

Ese mismo despacho, cuyas llaves volverán a ponerse en disputa en los comicios de 2023, se encuentra a metros del nuevo escritorio que ocupa en el quinto piso del Ministerio de Economía, justo frente a la Casa Rosada, el titular del Palacio de Hacienda, Sergio Massa, empoderado hoy dentro del oficialismo como líder de la cruzada para relanzar al Gobierno y escapar de la crisis.

Massa se erige, indudablemente, como uno de los actuales referentes de la política con aspiraciones de competir por la primera magistratura y es lógico, por cierto, que pretenda adentrarse en esa contienda electoral si logra alcanzar un relativo éxito en su misión de enderezar el rumbo de la economía y promover una curva de crecimiento sostenido, en un país cuya actividad productiva no se expande en términos reales desde hace más de una década.

El ex presidente de la Cámara de Diputados se mostró sumamente activo en los últimos días, en su estreno como "superministro" de Economía, al englobar bajo su órbita las áreas de Desarrollo Productivo y Agricultura, y si bien está por verse lo que vaya a suceder una vez que baje la espuma en torno a su reciente designación, parece claro que de movida ha logrado imprimir a la demacrada administración de Alberto Fernández como jefe de Estado una renovada impronta.

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Quienes lo conocen por haberlo acompañado durante su campaña política aseguran que el ex intendente de Tigre "juega al fleje" y que por ese motivo decidió renunciar a su banca como legislador nacional para "pedir la pelota" y asumir en reemplazo de Silvina Batakis en un momento verdaderamente "complejo" en la Argentina, como él mismo le comentó días atrás a Fernández.

"Está convencido de que puede darla vuelta", dijeron a NA fuentes massistas, en referencia a la situación nacional, aunque reconocieron que será sinuoso el camino en el corto plazo, después del "shock" -como el propio Ministerio de Economía había anticipado- que significó el dato de inflación de julio pasado (7,4 por ciento). Se espera incluso que la variación de agosto del Índice de Precios al Consumidor (IPC) también genere ruido.

En el Palacio de Hacienda estiman que luego debería empezar a relucir con mayor intensidad la luz al final del túnel que procura encender Massa con la serie de medidas que está impulsando, pese al ajuste con el que también estaría dispuesto a avanzar el líder del Frente Renovador para cumplir -en principio- con las metas del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI): la semana que viene finalmente se anunciaría la segmentación de los subsidios a las tarifas de servicios públicos (agua, gas y electricidad) que paga el Estado. El Gobierno promete que la decisión solo afectará a los sectores más potentados de la sociedad.

Las mismas fuentes consultadas por esta agencia deslizaron que "naturalmente" Massa quedará perfilado como contrincante en la disputa electoral de 2023 en el caso de resultar airoso en este nuevo desafío que decidió emprender. A propósito, está claro, incluso, que cualquier éxito que logre alcanzar -por ejemplo, torcerle el brazo a la inflación y forzarla a desinflarse- robustecerá todavía más sus pretensiones políticas personales, más allá del respaldo que esté teniendo hoy de parte de Fernández y de la propia Cristina Kirchner, aunque la vicepresidenta de la Nación luce en la actualidad más preocupada por su agenda judicial que por cualquier otro asunto.

El torbellino "Lilita" Carrió

La pompa en torno de la asunción de Massa y el envión de esperanza -electoral- que impregnó en el Gobierno, al menos por el momento, apaciguó la estrepitosa interna que se había desatado en el seno del Frente de Todos y, como contrapartida, ofició de disparador para que se acrecentaran las tensiones en la principal coalición opositora, Juntos por el Cambio (JxC), en especial tras los recientes y explosivos comentarios de la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió.

"Lilita" Carrió, que detesta a Massa, a quien califica sin miramientos como el demonio Belcebú, impostó la voz en los últimos días y salió a cuestionar en duros términos a dirigentes de JxC que, supuestamente, mantienen vínculos políticos (habló de "negocios", la ex diputada nacional) con el titular del Palacio de Hacienda. Sus declaraciones causaron un cimbronazo en el espacio que la Coalición Cívica comparte con el radicalismo y el macrismo, además de cambiar drásticamente la agenda de discusión (externa) que venía impulsando JxC, con foco en la crisis económica y en sostenidas críticas a la gestión Fernández.

En este marco, referentes del PRO, como el mandatario Mauricio Macri; el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y la presidenta del partido, Patricia Bullrich, se reunieron en un restaurante de la Costanera norte para analizar el contexto interno y consensuaron "bajar la intensidad de las discusiones públicas" que se registraron en la última semana, de igual modo que dieron por concluido el episodio Carrió. De todas maneras, ¿quién puede asegurar que "Lilita" no vuelva a encender el ventilador en los próximos días?

La figura recién barnizada de Massa, así como causa tirria en la dirigente chaqueña de origen radical, puertas adentro en el Gobierno generó en los últimos días no solo una renovación de expectativas con miras a 2023 sino que, además, opacó el perfil de Fernández como presidente de la Nación y echó a rodar la sensación de que la chequera del flamante ministro de Economía reviste más potencia política que la lapicera del primer mandatario -y que tanto Cristina le reclamó utilizar-.

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En voz baja, algunos massistas sugieren que el presidente va camino a convertirse en una suerte de "jefe de ceremonial" que concurra a los actos a "cortar cintas y brindar discursos", antes de guardar violín en bolsa y regresar a la Quinta de Olivos a ocuparse de su familia, sobre todo en la medida en que el líder del Frente Renovador adquiera más y más protagonismo. Lo cierto es que, en lo inmediato, Fernández parece haberse transformado en un actor de reparto dentro de su propia administración.

Esta versión fortalecida de Massa desata incluso entusiasmo por partida doble dentro de su espacio, donde el objetivo latente de competir por el sillón de Rivadavia se combina con las intenciones de la esposa del titular del Palacio de Hacienda y presidenta de AySA, Malena Galmarini, de postularse el año que viene para la intendencia de Tigre.

Terruño massista por excelencia, en Tigre gobierna Julio Zamora, a quien Galmarini pretende desbancar, más allá de haber trabajando en tándem en el pasado inmediato: "Hoy el diálogo entre ambos está cortado", dijeron a NA fuentes confiables. En este marco, es de esperar que la jefa de Agua y Saneamientos Argentinos (AySA) intensifique sus visitas a ese distrito de la zona norte del Gran Buenos Aires en los próximos meses para inaugurar obras, pero ya definitivamente en clave electoral.

Así lo dejó trascender días atrás cuando divulgó en redes sociales un video en el que repiqueteaba una sugestiva frase (léase, promesa): "Todo vuelve". Galmarini realizó esa publicación antes de la designación de Massa al frente del Ministerio de Economía, aunque según pudo averiguar esta agencia, ese "mensaje" escondía una doble intención, dadas sus ambiciones de rivalizar con Zamora en los comicios del año que viene.