Tras la intempestiva renuncia del ex ministro de Economía Martín Guzmán, mucho se especuló sobre el desembarco del aún titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, ya sea a la Jefatura de Gabinete en reemplazo de Juan Manzur o como superministro de Economía.

En cualquier caso, antes de tomar el timón, el tigrense exigía garantías para ejercer el control vertical de distintas áreas económicas incluyendo la AFIP y el Banco Central, con equipos de trabajo propios (y no tener que lidiar con estructuras ministeriales loteadas como ocurre en varias carteras).

No quería llegar al Gobierno sin "la lapicera", sin margen para tomar decisiones como ya había ocurrido con muchos otros ministros que desfilaron sin pena ni gloria por la función pública.

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Esas condiciones no estaban dadas en ese momento, con un presidente Alberto Fernández que apenas atinaba a reaccionar frente a un escenario impensado horas atrás, dando manotazos de ahogado en medio del tembladeral que generó en los mercados la salida del académico discípulo de Joseph Stiglitz, quien abandonó su cargo perdiendo la batalla contra la inflación. 

No era claramente el mejor contexto para tomar las riendas de la economía, y para colmo el líder del Frente Renovador lidiaba también con la resistencia interna de un sector de su espacio político, que no quería que su jefe quedara expuesto a la inclemente primera línea de batalla, siendo utilizado como fusible por el Gobierno y con el riesgo cierto de dilapidar todo su capital político propio.

Su designación tampoco convencía a la vicepresidenta Cristina Kirchner, quien terminó dando el visto bueno a Silvina Batakis, ex ministra de Economía bonaerense de Daniel Scioli.

Justamente el ministro de Desarrollo Productivo mantiene con Massa una vieja rivalidad que se remonta al 2013 cuando el ex gobernador declinó el ofrecimiento del tigrense para que abandone el Frente para la Victoria y se sumara a un espacio conjunto para enfrentar electoralmente al kirchnerismo

La designación de Batakis, cercana a Scioli, se sintió como una derrota en el campamento de Massa, quien se quedó con las manos vacías y un sabor agridulce, ya que durante toda la fatídica jornada de ese domingo, en la que hubo una maratón de reuniones, se habló de su encumbramiento como nuevo superministro.

En el Frente Renovador no faltaron quienes le sugirieron a Massa que abandone el barco del Frente de Todos. El titular de Diputados, sin embargo, no se impacientó, se mantuvo firme en su lugar, y siguió agazapado a la espera de su oportunidad.

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La llegada de "La Griega" al Palacio de Hacienda no calmó a los mercados y pese a los tempranos anuncios de ajuste fiscal, el dólar ilegal trepó hasta llegar a casi 350 pesos, y los bonos argentinos siguieron en caída libre.  

El descalabro de la economía, potenciado estas últimas dos semanas por el conflicto abierto entre el Gobierno y sectores del campo que se niegan a liquidar sus cosechas especulando con la devaluación del tipo de cambio, profundizó la crisis dentro del elenco gobernante, que no se ponía de acuerdo acerca de las medidas para incentivar a las empresas agropecuarias a vender e ingresar los dólares en el Tesoro nacional.

En paralelo, los movimientos sociales, algunos de ellos afines al Gobierno, multiplicaron las protestas en la calle en reclamo de medidas de compensación económica. 

Esperando al Mesías

En medio de este clima de agitación e incertidumbre, se empezó a organizar un operativo clamor para que Massa llegue al Gobierno y se ponga al mando de la situación. Ahora sí el Frente Renovador se alineó totalmente detrás de este objetivo.

Desde el kirchnerismo nadie, a excepción de alguna voz marginal, salió a impugnar esta posibilidad. Cristina Kirchner levantó el pulgar, al igual que el presidente Alberto Fernández.

Desde las redes sociales dirigentes de todos los espacios del Frente de Todos, desde la CGT, la CTA pasado por el albertismo y el kirchnerismo postularon a Massa para que sea parte del Gabinete, elevándolo casi al status de "salvador". 

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Con la versión del desembarco del tigrense en el Gobierno circulando cada vez con más fuerza en la opinión pública, los mercados reaccionaron positivamente: el dólar blue tocó techo y rebotó a la baja. El contado con liqui también. Las relaciones históricas del tigrense con el establishment local, con Estados Unidos y los organismos internacionales eran credenciales suficientes para traer sosiego a los mercados.

Massa tuvo el mérito político de no dejarse llevar por su propia ansiedad ni por las presiones internas de su partido para forzar una ruptura, ni salir a plantear públicamente su descontento, que era evidente. Esperó a que en el Frente de Todos cayera de maduro que su participación protagónica en el Gabinete económico sería la única salida para capear el temporal, y logró lo que tres semanas antes no había podido lograr, cuando Alberto y Cristina se decantaron por Batakis: un consenso prácticamente total en torno a su figura, plasmado un operativo clamor impactante. Condiciones políticas inmejorables para dar el paso adelante y ahora sí, manejar con autonomía la botonera económica del Gobierno, sin resistencias de sectores que antes se resistían a entregarle todo el poder.

Reposicionado en el Gobierno,  Massa se acomoda en la primera fila de candidatos presidenciales del Frente de Todos de cara al 2023.