Hace unas décadas, una docente decía: “México y Brasil son países difíciles de integrar porque tienen dos tercios de su población fuera del sistema y solo un tercio incorporado”. Diferenciaba a Argentina que tenía “dos tercios incorporados a la sociedad y solo uno más o menos en proceso”. Creo que el imperio de las finanzas sobre las industrias es el elemento central del daño que estamos viviendo, donde la fractura se da entre ricos y pobres, pero, en segunda división, entre dos pasiones sobre un sin destino. Esto es lo esencial.

Bolsonaro y Lula dividen esa sociedad en dos mitades que no tienen nada que ver con la Argentina porque las dos son productivas. Una pone el acento en la distribución, pero las dos hicieron crecer a Brasil, mientras que la Argentina debate entre dos opciones que no pudieron detener la decadencia iniciada en 1976, cuando el golpe instaló 400 financieras y cambió la estructura del desarrollo industrial por las finanzas. Esa es la cárcel en la que hoy estamos y en la que nos seguimos hundiendo. En la Argentina, ningún Gobierno democrático demostró hasta el momento ser capaz de salir de esa caída donde no dejó de crecer en ningún momento la deuda y la pobreza, dos elementos centrales. Brasil no es eso.

Hay otro análisis que es el que te lleva a los fanatismos, donde Trump en EEUU y ahora Bolsonaro hacen dudosa la democracia y la discuten a partir de la poca diferencia que hay entre un sector y el otro, y un fanatismo ideológico que en rigor plantea la pasión por encima de la razón. Eso es lo que tenemos nosotros. Tenemos a Cristina y a Macri, dos liderazgos inexplicables desde la razón, pero como la carencia de razón no encuentra destino porque no hay proyecto, queda reducido a dos pasiones. Las pasiones son el refugio de la sinrazón y esa es la situación de la Argentina.

Brasil no tiene nada que ver con nosotros porque el progresismo de Lula tiene contenido. Lula es un obrero con una historia digna, y acá ni Cristina ni Macri tienen una historia que pueda ser rescatada. No tenemos ni un Pepe Mujica, que sería un guerrillero recuperado en el sentido democrático, ni un obrero como Lula. Nuestros sindicalistas y nuestros revolucionarios son plenos de ambición, pero ninguno de ellos es coherente con su pasado. Yo siempre digo que mi generación se inició buscando al ‘hombre nuevo’, y terminó aceptando el imperio del villano.

El imperio del villano es el que tenemos hoy. No hay ninguna posibilidad en Argentina de que las ideas se expresen si no es a través de los grupos de expresión y los factores de poder. Una idea sin riqueza atrás en Argentina, que sería la política, desapareció. Yo me inicié como diputado por las ideas en el ‘73 y en el ’83. Hoy nadie por las ideas podría llegar a ningún lado si no tiene un grupo económico que lo respalde.

Los grupos de poder -los que están del lado de Cristina que defienden el Estado; lo que están del de Macri que defienden lo privado-, con la apropiación de lo estatal como privatización, fueron el fin de la destrucción del Estado argentino. No hubo inversores, hubo apropiadores; no tuvimos empresarios que hicieran ruta, tuvimos estafadores que pusieron un peaje a la ruta que hizo el país.

*Julio Bárbaro, ex diputado nacional por el justicialismo y ex secretario de Cultura de la Nación entre 1989 y 1991.