Cuando Alberto Fernández comience a hablar en la ceremonia de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso estará dando su último discurso en una Asamblea Legislativa, al menos de este mandato presidencial. 

Las expectativas son muchas, un tanto porque el acontecimiento en sí mismo así lo amerita, al tratarse de un ritual de la democracia donde están condensadas todas las representaciones de la política, de los tres poderes del Estado.

Naturalmente, el aspecto central será la palabra del jefe de Estado, pero alrededor suyo habrán ministros, gobernadores de distinto signo, jueces de la Corte Suprema, senadores y diputados nacionales, intendentes, gremialistas, representantes de cámaras empresariales, autoridades religiosas.

Es decir, todos los estamentos de la política van a estar juntos en el mismo recinto, en un acontecimiento que sucede una sola vez al año durante la Asamblea Legislativa de cada 1 de marzo, y sólo puede añadirse a la lista las ceremonias de asunción presidencial cada cuatro años.

El marco no podría ser más atractivo, con toda la liturgia y los protocolos institucionales, pero a esto hay que agregar que es la última Asamblea Legislativa, lo cual le confiere un valor distinto, dado que podría ser el inicio de una despedida.

Además, la presentación de Fernández ocurre en un contexto muy difícil para el Gobierno que atraviesa turbulencias de todo tipo, principalmente en la economía, pero también en la propia interna que está fracturada, con las distintas facciones del peronismo contándose las costillas.

Obviamente esas fisuras en el oficialismo serán maquilladas para la ocasión y va a haber una línea clara en ese sentido para aplaudir al presidente en los tramos más contundentes de su mensaje.

Con certeza no habrá un anuncio de una candidatura. Alberto Fernández no quiere sucumbir a las presiones de sectores del kirchnerismo que le piden que explicite sus planes electorales.

La realidad es que no lo tiene decidido aún, pero aún si lo tuviera decidido, el presidente entiende que no puede utilizar un instituto de la democracia como la Asamblea Legislativa para hacer política electoral y partidaria.

Lo que sí puede haber es un mensaje de futuro esperanzador, el intento de generar una expectativa por los desafíos venideros, por las tareas pendientes o no concluidas. Pero aquello va a venir después de una reivindicación de la gestión y un repaso por lo que él y su grupo de gobierno consideran logros en estos más de tres años de mandato.

En ese tránsito es esperable que mencione, por caso, la refinanciación de la deuda con el FMI, negociación que insiste en que fue exitosa. Claramente no es lo que piensan Cristina Kirchner y Máximo Kirchner, quien ni siquiera votó ese proyecto y provocó un cisma perturbador en las filas oficialistas que estuvo a punto de terminar en una ruptura. Para el kirchnerismo duro, la deuda externa con ese organismo es el talón de Aquiles de la sostenibilidad macroeconómica, ya que entienden el ex ministro de economía Martín Guzmán no logró un estiramiento del período de gracia, ni plazos amigables para el pago de capital, ni quita de intereses, ni nada positivo que permita esperanzarse con un futuro más promisorio.

Pero Alberto Fernández no va a detenerse demasiado en ese debate sino que va a posar la lupa en lo mucho o poco que tiene para mostrar: algunos indicadores económicos como el tímido crecimiento del PBI, el aumento de las exportaciones y el superávit comercial y la recuperación del empleo, todos datos inapelables que sin embargo no se condicen con la pérdida del poder adquisitivo que dio continuidad a la tendencia iniciada durante los años del macrismo.

El jefe de Estado va a hacer foco también en todo el esfuerzo que se está haciendo en materia de inversiones en hidrocarburos en Vaca Muerta, en la industria extractivista del litio en las provincias del noroeste, y el gasoducto Néstor Kirchner, todas políticas que apuntan a lograr en un plazo incierto, el tantas veces prometido autoabastecimiento energético.

Fernández no se va a privar de hablar de la reinserción argentina en el Mercosur como agenda de política exterior prioritaria, con la potencia vecina Brasil otra vez liderada por un gobierno afín ideológicamente.

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En otro orden, es esperable que el mandatario busque congraciarse con la vicepresidenta Cristina Kirchner condenando la "persecución judicial" de la que ella sería víctima. Es bastante impensable que vaya a utilizar la palabra "proscripción", que es la que se instaló en la narrativa kirchnerista para sostener el relato y la centralidad electoral de su jefa política. Pero sin dudas va a haber una defensa de la presunción de inocencia y un pedido concreto para que la Justicia investigue la causa por el intento de asesinato en septiembre pasado.

La gestualidad de Cristina Kirchner va a ser una película aparte, un spin off respecto de la trama principal que tiene que ver con lo que tenga para decir Alberto Fernández y cómo se plante en el escenario político.

A su vez, hay mucha intriga respecto de la crítica que vaya a hacer sobre la Corte Suprema, con los magistrados del supremo tribunal -que están siendo sometidos a juicio político por el oficialismo- invitados a la ceremonia en primera fila.

El otro spin off, retomando esta metáfora cinematográfica, apunta a qué va a hacer la oposición de Juntos por el Cambio. En este sentido basta recordar el papelón del año pasado cuando la bancada del PRO se levantó cuando previsiblemente Alberto lanzó una crítica a Mauricio Macri por el endeudamiento, algo que se caía de maduro que iba a suceder. Pero desde el bloque amarillo sobreactuaron indignación y de alguna manera expusieron a cielo abierto las diferencias en la coalición porque los bloques radicales y el de la Coalición Cívica se quedaron a escuchar al presidente hasta el final.

Pareciera que en esta ocasión la estrategia opositora va a estar mejor coordinada, y ya mandaron a avisar que si el presidente vuelve a gatillar contra Mauricio Macri, van a levantarse otra vez y repetir el show de la Asamblea Legislativa pasada.

En estas coordenadas se va a mover el discurso del presidente, que fue redactado por él mismo con puño y letra. Ya no lo tiene a su lado a Alejandro Grimson, ex director de Argentina Futura que en los hechos funcionaba como una suerte de "ghostwriter" de sus intervenciones más relevantes. Pero sí recibió aportes de Juan Manuel Olmos, de Julio Vitobello, de Gabriela Cerriti, de Santiago Cafiero, es decir, de su círculo político más intimo.