La ocupación argentina de las islas Malvinas en 1982 se produjo en un contexto de franco retroceso de la dictadura militar. El gobierno que se había apropiado del poder por la fuerza en 1976 había perdido el impulso que le había dado a la represión ilegal -ya había exterminado a la guerrilla-.

Los fines propagandísticos del Mundial de 1978 -"los argentinos ganamos la paz"- también habían perdido efecto. Seis años después, la dictadura estaba cercada por tres problemas: la economía, la deuda externa y los desaparecidos. Y había tres actores que lo asediaban: la Multipartidaria de partidos políticos, la CGT y los organismos de derechos humanos.

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Incluso antes de asumir el poder, que alcanzaría tras un golpe interno contra Roberto Viola en diciembre de 1981, el general Leopoldo Fortunato Galtieri quiso torcer la debacle procesista con la recuperación de las islas Malvinas. Buscó hacer sonar una cuerda sentida, clavada en el corazón de los argentinos, en una suerte de extorsión moral, para cambiar el eje de discusión y perdurar en el poder.

La mayoría de la población argentina, expresada con una recordada movilización a la Plaza de Mayo, apoyó el desembarco de tropas, aunque ese gesto no implicaba un apoyo a Galtieri ni a la dictadura, sino la expresión de una catarsis a un reclamo soberano postergado desde hacía casi 150 años.

Galtieri, como lo verificó el informe Rattenbach, que examinó la táctica y estrategia de la actuación militar, no había previsto la acción bélica británica. Su intención original fue ocupar Malvinas y después negociar desde una posición de fuerza, con la bandera argentina flameando en las islas.

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Después del desembarco, Argentina no tenía un plan para la defensa militar. Los soldados fueron llegando en el marco de una improvisación, la clase 1963 no había concluido su instrucciones militar, el equipamiento bélico fallaba y las tres fuerzas no actuaban en forma conjunta, bajo un mando único. Incluso algunos oficiales obraron con saña y autoritarismo sobre sus subordinados, infligiendo castigos y torturas sobre la tropa propia.

Sin embargo, reducir la contienda a "chicos de la guerra" sin preparación que fueron empujados a la batalla frente a un enemigo gigante e hipertecnologizado también implica obviar (o desmerecer) la actuación heroica de conscriptos y oficiales que enfrentaron a Gran Bretaña con empeño y profesionalismo, dejando la vida en el territorio usurpado.

Es decir, la causa Malvinas significó para ellos mucho más que una "borrachera" de Galtieri, como la visión histórica posterior logró instalar.

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Después, la derrota en Malvinas fue anexada en el inventario negro del Estado terrorista, junto a los centros clandestinos y las desapariciones, pero con el larvado fin de olvidar la guerra, ocultar a sus héroes, e incluso la legitimidad del reclamo histórico de Argentina sobre las islas.

Cuarenta años después quizá sea el momento de la reivindicación de una causa que tiene un valor propio y desprenderla de los males de la dictadura.

(*- Marcelo Larraquy es periodista e historiador de la UBA. Su último libro es "La Guerra invisible. El último secreto de Malvinas", de editorial Sudamericana).