Gobiernos locales: cuando un intendente se debe a su gente y la responsabilidad del vecino
Los responsables de los gobiernos locales son políticos de cercanía que conocen los problemas de sus ciudades y si les toca administrar pueblos, es muy probable que conozcan la incomodidad que le aqueja a cada uno sus vecinos.
Tenemos una tendencia a invisibilizar la relevancia que tienen los gobiernos locales en la calidad de vida de cada uno de nosotros. Muchas veces, al momento de analizar las particularidades de nuestro país ahondamos en la situación macroeconómica y perdemos de vista que nuestra existencia diaria se juega en la calidad de nuestros intendentes.
La suposición que en la Casa Rosada o en el Congreso de la Nación anidan todos los problemas y soluciones agudiza nuestra miopía centralista. Es imprescindible desterrar la idea de gobierno local como “gobierno pequeño” y trabajar en el desarrollo de sus capacidades.
La reforma constitucional de 1994 nos trajo una revolución institucional virtuosa. Uno de los cambios más notables fue la elevación de los municipios al rango constitucional, reconociéndolos como sujetos que gozan de autonomía; compartiendo esa mirada descentralizadora, me gustaría que reflexionemos juntos sobre tres dimensiones que me parecen interesantes de la situación local: su influencia en la calidad de vida, su relevancia en la democrática y su importancia en las condiciones de desarrollo.
Los responsables de los gobiernos locales son políticos de cercanía que conocen los problemas de sus ciudades y si les toca administrar pueblos, es muy probable que conozcan el problema que le aqueja a cada uno sus vecinos. Esa característica resulta transformadora si es utilizada correctamente.
La gestión local es áspera, se ocupa de cuestiones que pueden parecerte triviales, como la administración de plazas y cementerios, pero no te olvides que también, debe estar presente frente cada unas de las necesidades materiales de los que menos tienen.
Los intendentes lidian con las demandas insatisfechas, ya no como entelequias. En su gestión, cada una de las ausencias tiene nombre y apellido; dejar sin respuesta un número en una planilla no es tan complicado como abandonar un rostro conocido que clama por una solución.
A esas necesidades urgentes a las que se enfrenta cotidianamente se le deben sumar la coordinación de los esfuerzos de los vecinos. El nivel local es el sitio en la cual los pobladores se encuentran cara a cara, se asocian y evolucionan, encuentran sinergias y complementariedades para apoyo mutuo y diseñan estrategias relevantes a las condiciones particulares de su comunidad.
En esa mancomunión es donde el rol del funcionario resulta vital para mejorar la calidad de vida del conjunto, aprovechando la fuerza trasformadora del colectivo para intervenir en el espacio público y atender las necesidades de educación, seguridad y atención primaria de la salud.
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Este cúmulo de funciones palpables devuelven a la política su vocación de servicio. La democracia se transforma cuando se hace visible en cuestiones concretas y cuando su gestión se desarrolla más cerca de los ciudadanos obliga a las autoridades a ser más responsables ante su ciudadanía, dotando a los residentes locales de mayores oportunidades de participación en las decisiones que afectan sus vidas.
En la Argentina, donde la legitimidad de la intervención pública suele estar muy discutida, los intendentes le agregan al sistema político estabilidad y confianza. Su presencia, cuando es virtuosa, reconstruye los lazos sociales.
Pero cuidado porque también, si sus funcionarios se corrompen, pueden destruir los resortes democráticos y constreñir hasta asfixiar a sus conciudadanos, convirtiéndose en una tortura. Por eso, siempre es necesaria la participación activa de los habitantes organizados en la gobernanza del Estado.
El aporte de los gobiernos locales al desarrollo nacional puede tener una fuerza impredecible si logramos transformar al país en una red de ciudades y pueblos bien conectados, integrados y con una gestión sustentable de sus entornos naturales.
La pandemia nos ha enseñado mucho de nosotros mismos y nos ha dejado una nueva normalidad, con novedosas formas de comercio, producción y trabajo que debemos aprovechar, para eso, debemos acompañar a los municipios, que conoce las potencialidades de cada lugar, en el diseño de estrategias de desarrollo social, económico y ambiental que fomenten oportunidades de negocios locales y empleos.
Debemos pensar en políticas públicas multinivel que engloben las necesidades locales en un plan estratégico que pueda proveer de servicios e inversiones a nuestro entramado territorial, a los fines de provocar un salto de productividad y agregación de valor que redunde en un mayor arraigo de la población, vinculación a mercados regionales o globales y extensión de la cadena productiva.
La base en la que anida el sueño de prosperidad es la visión de construir una gobernabilidad, con más poder local, más poder cívico y más compromiso con la generación de valor, y para que esto sea posible necesitamos Estados modernos y funcionarios públicos comprometidos, pero a la vez formados. Si no invertimos en capacitarlos en políticas públicas innovadoras, estaremos dilapidando recursos escasos.
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La Argentina tiene una nueva oportunidad en las próximas décadas. Con una visión amplia podemos producir una verdadera transformación nacional. Debemos dedicarnos a fortalecer los gobiernos locales haciendo crecer su capacidad política, su calidad discursiva y sus recursos.
La cercanía de la política con la gente, el acompañamiento de la agenda de los problemas reales, el procedimiento gregario en la toma de decisiones y el conocimiento de las capacidades de la comunidad son las herramientas de las que se muñen los gobiernos locales para erigirse como la llave al desarrollo, no perdamos esta oportunidad.
(*) Politólogo, Asesor parlamentario