Un 23 de diciembre, hace 97 años, el por entonces presidente de YPF, Enrique Carlos Alberto Mosconi, inauguraba en la ciudad de La Plata una planta que marcaría el comienzo de una nueva era.

Enclavada en un predio de 300 hectáreas frente al Río de la Plata, coronando una geografía formada por la capital provincial, Berisso y Ensenada, nacía “Petroquímica La Plata”, la destilería más importante de América del Sur y una de las más grandes del mundo en términos de producción.

Ésa fue la piedra basal, en suelo bonaerense, de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa estatal fundada el 3 de junio de 1922 con la premisa de poner los recursos naturales al servicio del desarrollo económico, industrial y social de la Nación, evitando de ese modo tanto la injerencia como la dependencia extranjera en materia energética.

Ingeniero civil, militar de carrera, investigador y director del Servicio Aeronáutico del Ejército Argentino, Mosconi hizo realidad una idea pergeñada durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916 - 1922), a partir del hallazgo de petróleo en Comodoro Rivadavia, en 1907.

A 82 años de su fallecimiento, ocurrido el 4 de junio de 1940, el legado de Mosconi adquiere una relevancia singular ante la oportunidad histórica que tiene nuestro país de convertirse en uno de los principales proveedores de energía del mundo.

Es una oportunidad concreta y alcanzable. Del mismo modo que en tiempos de Mosconi el proceso de destilación de crudo permitió ampliar y diversificar nuestra matriz productiva, hoy las reservas de gas y de litio hacen de la Argentina una de las plazas más atractivas para la inversión nacional y el desarrollo de energías a escala global.

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En un mundo que comienza a transitar un necesario proceso de reconversión energética frente a nuevas demandas, la Argentina convoca al sueño productivo más grande de los últimos cien años: construir una red federal de distribución que permita llevar nuestra energía, nuestros recursos naturales, a todos los rincones del país, de una manera equitativa y federal; exportar en lugar de importar, y -fundamentalmente- consolidar el crecimiento y el desarrollo mediante un nueva vía para el ingreso de divisas producto de nuestras exportaciones.

El sueño de una nueva Argentina está en marcha y tiene un contexto que aunque lastimoso, no podemos ni debemos soslayar: la guerra en Ucrania que pone a varios de los principales actores de la Unión Europea frente a un escenario que podría resultar catastrófico en materia de acceso a la energía -y a los alimentos-, como lo acaban de manifestar líderes mundiales en Bruselas.

El interés de varias de las grandes potencias que conforman el bloque europeo por la provisión de energía argentina es un hecho que se expresó durante la última gira del presidente Alberto Fernández por Alemania, Francia y España, países que eventualmente demandarían envíos de gas licuado para hacer frente a la crisis.

El Gas Natural Licuado (GNL) es una alternativa atractiva para las naciones del bloque europeo porque se puede trasladar desde los puertos a los centros de distribución en cisternas que también utilizan GNL en lugar de gasoil, algo que ya implementa con éxito Perú -entre otros países- junto a la automotriz sueca Scania del Grupo Volkswagen, logrando una autonomía de algo más de 1.300 kilómetros en el trasporte de carga por vía terrestre, a partir de Bio GNC, Bio GNL y motores eléctricos.

En ese horizonte se inscribe la extracción de litio, una industria de crecimiento exponencial frente a la necesidad de avanzar en la promoción de energías alternativas -por caso, la que aportan parques y complejos eólicos- frente a desastres naturales producto de la contaminación ambiental.

Mientras tanto, en nuestra Patagonia avanza la obra del gasoducto Néstor Kirchner, el desarrollo de infraestructura más importante que se haya construido en los últimos 40 años, escenario que se refuerza hoy y a futuro mediante una medida consensuada entre el Gobierno nacional y el sector privado, que facilita que las empresas de energía que inviertan en el país puedan acceder a divisa extranjera, justamente para fomentar el desarrollo en ese sentido y generar confianza y previsibilidad a largo plazo.

En este contexto, repasar el legado de Mosconi en términos de soberanía e independencia tal vez sea un ejercicio saludable para no repetir errores del pasado. Un pasado avivado ahora por los mismos actores que creyeron acertada la decisión de entregar nuestra bandera, de desmantelar un sistema de salud estatal cuando el mundo alertaba sobre nuevas pestes y pandemias; y la de cerrar escuelas y desatender la inversión en “universidades públicas que están por todos lados”.

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En los mismos bergantines del desánimo navegan los detractores de un Estado presente y justo, que eligieron entregar nuestros recursos, quizá con el necio convencimiento de quienes asignan, siempre, mayor valor y eficiencia a la gestión privada sobre la estatal.

Después de años de desasosiego, de despidos, de familias destruidas y de políticas que llevaron a un absoluto desorden social, nuestra bandera flamea más firme que nunca en nuestras Aerolíneas Argentinas, en nuestro transporte naval, en nuestros trenes, en nuestras rutas y caminos, en nuestras pymes y -en definitiva- en nuestra industria nacional.

Estamos creciendo, somos optimistas y seguimos eligiendo el camino de lo nuestro, el camino de una Argentina que se levanta una vez más. El camino de Enrique Carlos Alberto Mosconi, el de una usina que hoy emerge en Vaca Muerta, en Mendoza, en San Juan y en todos los rincones de nuestro norte grande, y hasta en nuestra costa bonaerense.

Fue el propio Mosconi quien sembró la idea de un desarrollo petrolero nacionalista, idea que germinó con fuerza de ley en la República Oriental del Uruguay con la creación de la estatal ANCAP, en 1931; y que replicó también Bolivia en 1936, Brasil en 1938; y Venezuela nacionalizando toda su industria petrolera en 1975; y que del mismo modo generó influencias en la política petrolera de México.

Con todo, a 82 años de la desaparición física del ingeniero perteneciente a las filas del radicalismo y militar en grado de general Enrique Carlos Alberto Mosconi, creemos necesario y justo rendir tributo a la obra y figura de un constructor de soberanía, de un dirigente consustanciado con su país, comprometido, y dueño de una abnegación inquebrantable en el hacer, que supo construir una gigantesca industria de bandera sin tomar un solo dólar
de deuda.

Ése es el espíritu de un proyecto de resolución que promoveremos en el Congreso de la Nación, en conjunto con una iniciativa también legislativa que propone reconocer una indemnización en favor de aquellos ex trabajadores de la empresa privatizada y luego recuperada durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, haciendo cesar una prolongada injusticia y demostrando así, al igual que ocurriera con los ex agentes de SOMISA, que cuando es necesaria una reparación histórica, allí está el Estado nacional.

(* - Victoria Tolosa Paz es diputada nacional por la provincia de Buenos Aires del Frente de Todos, integrante de la Comisión de Industria).