La llegada de Guillermo Francos al punto central del Gabinete marca un triunfo de la política sobre la "anti política" dentro del oficialismo y abre una nueva etapa en la administración del presidente Javier Milei, que todavía no cumplió los 180 días.

La era Nicolás Posse terminó y la orden oficial es dar vuelta la página lo más rápido posible, en un intento de saltear la etapa de crisis que atraviesan todas las administraciones cuando se cae una de las piezas clave del armado de gobierno.

El jefe de Gabinete, el único cargo dispuesto en la Constitución Nacional, suele ser elegido como un vocero y férreo defensor de la gestión, más allá de su rol de ministro coordinador de todo el Gabinete.

El caso de Posse fue distinto al de sus antecesores desde el principio, ya que tenía un acuerdo con el Presidente de no hablar con la prensa. De hecho, en casi seis meses, solo se expresó en público una vez durante su presentación -obligado por ley- en el Senado semanas atrás. 

Su bajo perfil puertas adentro no molestaba, pero sí crecía a diario el malestar por la falta de gestión, demoras en nombramientos y críticas cada vez más profundas de parte de las voces que más escucha Milei a la hora de tomar decisiones.

Ese combo fue letal para el ex compañero del Presidente en la Corporación América, dejando trunca la idea de que un CEO -o este CEO en particular- pudiera adaptarse a una función pública que tiene mucho de cintura política, pero también requiere de un conocimiento exhaustivo de los hilos del estado y cuáles mover para que la máquina funcione.

Para poder subsanar esas falencias, Milei decidió empoderar a Francos, el único de sus ministros más cercanos que tenía experiencia previa en la política, tras ser parte de distintos gobiernos, incluido el del ex mandatario Alberto Fernández.

El círculo más íntimo del Presidente -léase Karina Milei y Santiago Caputo- tenía en la mira a Posse y consiguió desplazarlo antes de la fecha que en principio Milei había establecido como límite para evaluar y eventualmente eyectar a sus funcionarios: el desenlace de la Ley Bases en el Congreso.

Hoy, apenas horas después de que Francos se mudara de oficina, salieron todos los ministros a mostrarse sonrientes y distendidos en un bar -Santiago Caputo incluido- para dar muestras del inicio de una gestión que espera no tener nada que ver con la que acaba de finalizar.

Para el Gobierno, nombrar a Francos fue admitir que hay partes de la administración pública que un outsider no puede controlar y también que son necesarios los vínculos con la política tradicional de la que los libertarios reniegan desde que asumieron.

Así lo definió el flamante titular de ministros en declaraciones a Radio Splendid en horas de la mañana: "Me eligió porque con la política se le hace complicado, la política no la entiende".

Por la tarde, debió salir a aclarar lo dicho, luego de que sus palabras generaran algo de ruido en Casa Rosada: "Yo dije que el Presidente y nuestro espacio no interpretan la política de manera tradicional, no entiende la política de esa manera, y como yo vengo de muchos años de hacer política soy el interlocutor".

También, a contramarcha de lo que suele suceder en cambios abruptos de Gabinete, Milei logró evitar que este desplazamiento se viera en la escena pública como un fracaso o una crisis profunda en el gobierno.

Al contrario, en Casa Rosada se mostraron aliviados por sacarse de encima a un funcionario que no cumplió con las expectativas y buscaron desdramatizar la situación.

Ahora está en manos de Francos la concreción de su primer gran objetivo: la sanción de la Ley Bases.

Quedan como incógnitas cómo reaccionará la oposición ahora que el jefe de Gabinete tiene mejor llegada al Congreso y qué pasará con el proyecto insignia de los libertarios, aunque no será por mucho tiempo, ya que la norma podría tener dictamen esta semana.

Si a Francos le va mal, el Gobierno tiene la puerta abierta para volver a despotricar contra la casta y los políticos, retroalimentando su teoría original.