Resulta una enorme contradicción que el INADI, el Estado a través de uno de sus organismos, estimule trabas a la presencialidad escolar.

Para muchos, por suerte cada vez más en todo el país, promover la actividad cuidada y responsable en las aulas es sinónimo de alentar el efectivo cumplimiento del esencial derecho de enseñar y aprender consagrado en la Constitución Nacional.

Por supuesto, no se trata de caer en la trampa que intenta instalar el Gobierno, incapaz de transitar la vida política sin crear enemigos o falsos pares de opuestos.

No es real la dicotomía "salud o escuela", todo lo contrario. Para muchísimos chicos de nuestro país la escuela es, entre otras cosas, una puerta a la salud integral.

Son la informalidad, la irresponsabilidad y la falta de alternativas seguras en los medios de transporte los factores de riesgo que las autoridades deberían controlar primordialmente, antes de restringir actividades regulares y, por último, la escuela.

Al contrario de lo que tristemente vemos, el INADI tendría que estar atento a la perpetua clausura de derechos que provoca una escuela boicoteada.

Hemos hablado mucho desde marzo del año pasado sobre las demostradas falencias de la virtualidad en términos estrictamente pedagógicos. Es imposible que no surjan diferencias entre los contenidos que los chicos adquieren en el aula frente a lo que sucede a través de la pantalla o cuadernillos.

Pensar que podrían no existir, además de ignorancia, es subestimar el rol docente. Y a eso hay que agregarle lo que ya quedó demostrado largamente: son mayúsculos los golpes psicológicos y emocionales.

El posteo del INADI pretende, desde su estética y el lenguaje, lucir inclusivo. Nada más falso: el daño provocado a esta camada de alumnos además de permanente es profundamente excluyente. No solo los priva de experiencias formativas enriquecedoras sino que pondrá un techo a su desarrollo personal y profesional.

INADI, el reino del revés: confusión que discrimina
Posteo del INADI sobre las clases presenciales.

Algunos cálculos recientes del Centro de Estudios para la Recuperación Argentina, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, estiman que cada uno de los estudiantes que atraviesan esta tragedia educativa tendrá una pérdida que podría llegar hasta el 8% de sus ingresos futuros.

Para el millón y medio completamente desvinculados de la escuela la caída será absoluta. Sería deseable ver al Gobierno desplegar todas sus estructuras para salvarlos en lugar de poner recursos y energía en esta puja que solo persigue objetivos electorales.

Es una obsesión fanática y miserable que solo tiene un grupo como víctima: los chicos. Por otro lado, cancelar la dinámica escolar afecta el ritmo habitual de los hogares y las posibilidades de trabajo de sus padres, mucho más en los segmentos más postergados y particularmente gravoso para las madres. Hay una mirada de género que este encarnizado embate contra las escuelas también oculta.

Aun en los regímenes que algunos de estos trasnochados y obsecuentes dirigentes oficialistas admiran, como Cuba por ejemplo, no es potestad de los padres decidir la no escolarización de los hijos. Cumplir con ella es forzoso. Aparentemente, son muchos los cuadros kirchneristas que se graduaron sin leer ni un solo libro.

Y para cerrar esta reflexión dejo lo que debería ser todavía más sensible para el INADI en relación a las aulas. No hay mejor lugar para enfrentar la discriminación que la escuela. Esto es algo claro para el mundo, pero los argentinos tenemos toda una historia para demostrarlo.

La escuela de la Ley 1420 creó la argentinidad, amparando bajo el guardapolvo blanco y los símbolos patrios a los hijos de los primeros habitantes de esta tierra con los de aquellos que llegaron desde medio planeta.

Aquella escuela es la que nos hizo connacionales. Si bien hoy hay que modificar un gran número de elementos de la original escena áulica el espíritu debe ser el mismo.

La escuela debe volver a ser el motor de la movilidad social ascendente. La llave que nos permita soñar con un país plural que reconozca la riqueza de la diversidad. Que no solo le pierda el miedo sino que celebre las diferencias. La discriminación es fruto de la ignorancia.

Justamente, lo opuesto del destino al que apuntan estas torpes comunicaciones del INADI.

(Alejandro Finocchiaro, ex ministro de Educación de la Nación).