La epopeya republicana que comenzó en 1983
Por Diego Barovero y Eduardo Lazzari
El 10 de diciembre de 1983 fue una jornada de gran algarabía popular, en gran parte por la noche de la dictadura que iba quedando atrás, pero también por el desafío que significaba el intento de cambiar la historia, que en el medio siglo anterior no había logrado terminar con la inestabilidad institucional y sobre todo había profundizado los aspectos sociales, económicos, culturales y sobre todo políticos que la república Argentina había consolidado en ese asombroso proceso de progreso nacional que comenzó con la sanción de la Constitución Nacional de 1853-60, y que quedó trunco con el golpe de estado de 1930. Esa época histórica había logrado construir un país de todos, para todos y con todos que aún hoy no hemos logrado reconstruir.
Los cambios de época no suelen ser un tiempo de fácil lectura. Los argentinos nos convencimos que la historia había cambiado cuando el presidente Raúl Alfonsín, que merece ser reconocido como el "Restaurador de la República", entregó los atributos presidenciales a su sucesor, elegido por el pueblo, el presidente Carlos Saúl Menem. Visto en perspectiva, el hecho de la entrega del poder el 8 de julio de 1999, unos meses antes de lo previsto en la Constitución, mostró en realidad que la Carta Magna merecía una modernización, y esos largos seis meses entre elección y asunción respondían más bien a la época de las carretas (la medianía del siglo XIX) y no a los tiempos de la comunicación y los aviones (el fin del siglo XX).
Los logros
Ese inicio luminoso de 1983 tuvo que enfrentar desafíos políticos que no se han repetido. La decisión de juzgar a los responsables políticos del terrorismo de Estado y las terribles violaciones a los derechos humanos de la dictadura, de acuerdo con el ordenamiento legal, episodio pionero en Latinoamérica y el Mundo, fue el inicio de la reconstrucción moral del derecho en la Argentina. Cuatro levantamientos militares (Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli y Edificio Libertador) y un intento insurreccional (La Tablada) pusieron a prueba el músculo de la república democrática reconstruida, que nos convenció que la historia había cambiado realmente.
A pesar de las graves crisis económicas y sociales que se atravesaron en este tiempo, que es comparable con la mitad del tiempo de vida de los argentinos promedio, las inestabilidades políticas se resolvieron en el marco del cumplimiento de la Constitución Nacional. Se han sucedido siete presidentes electos por el pueblo (Alfonsín, Menem, De la Rúa, Kirchner, Fernández de Kirchner, Macri y Férnandez) y se han elegido por Asamblea Legislativa dos mandatarios (Rodríguez Saá y Duhalde), todos de acuerdo con la ley.
La alternancia entre partidos políticos diferentes se dio en cuatro ocasiones, algo inédito en todo el transitar histórico argentino. Está demostrado que todo argentino que gane una elección está en condiciones de cumplir con el mandato popular, y que los problemas argentinos ponen en dificultades a todos los gobiernos, sean del signo que sean. Pero, sobre todo, hay que destacar que ha dejado de ser una opción para resolver los dilemas argentinos cualquier posibilidad fuera de la Constitución y de la ley.
Los desafíos
La Argentina del '83 ha llegado al 2020 gracias a los grandes acuerdos políticos que resolvieron algunos de los desafíos del futuro argentino. Es la demostración categórica del valor de la política como el ámbito de la concordia social y es una llamada de atención para desprendernos de la "grieta", un recurso de pocos para hacer de la política un ámbito de negociación espuria, poco transparente y a través de la rosca de esos pocos. La sociedad demanda enfrentar el drama más grave que nos incumbe y nos afecta: la pobreza de la mitad de nosotros en un país que sigue generando riqueza, y que demanda una administración más razonable y consensuada de los recursos estatales, que se sostienen gracias al trabajo y el esfuerzo de millones. Para esto es necesario el gran acuerdo, el gran consenso, y mirar como lo hicieron los adversarios del pasado: Roque Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín, y en este florecer democrático Raúl Alfonsín y Carlos Saúl Menem.
El futuro argentino depende de sus ciudadanos. Esta es la gran enseñanza de estos treinta y siete años de democracia. Como dijera Raúl Alfonsín, allá por el amanecer de 1983, con la democracia se come, se cura, se educa, y se levantan las cortinas de las fábricas. Quizá el gran presidente de esta gesta no aclaró lo evidente. El cumplimiento de la Constitución Nacional es condición necesaria para el progreso, pero no suficiente. Ese es el desafío, sobre todo de quienes conducen el Estado: la creación de condiciones suficientes para que la Argentina vuelva a ser uno de los grandes países de la tierra para, como en otros tiempos de nuestra historia "asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, nuestra posteridad y todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino". Salud, compatriotas, en este día de fiesta cívica.
Por Diego Barovero y Eduardo Lazzari, historiadores.