A 20 años del megaatentado a los emblemáticos edificios neoyorkinos, que conmocionó al mundo, los autores materiales aún no recibieron sentencia y EEUU terminó abandonando caóticamente Afganistán, tras haberla invadido en represalia, con lo que dejo el espacio libre al regreso de los talibanes.

Las interpretaciones, según desde donde se hagan, sólo sirvieron para confundir la información, que sólo un ordenamiento de los hechos puede intentar poner en blanco sobre negro.

El 11s se dividiría en los prolegómenos, el atentado en sí, la declaración de guerra de EEUU al régimen talibán que cobijaba a los terroristas que lo perpetraron y el reciente retiro de la ocupación de Afganistán que le dejó el espacio servido al Talibán para que volviera a ejercer el poder del que había sido desplazado.

Las imágenes que cierran este pedazo de historia se limitan a la caótica salida de los norteamericanos de la geografía afgana, con el tendal de muertes, ultrajes y destrucción que dejaron atrás, a la reposición en Kabul del régimen depuesto en 2001 y a los cinco terroristas acusados de los atentados que recién ahora serán juzgados en Guantánamo.   

El 11s, la génesis 

El paquistaní Jalid Sheij Mohammed o Khalid Sheikh Mohammed o KSM, nacido en Kuwait y con formación universitaria en EEUU, con 15 años sobre sus espaldas como prisionero en la base naval de Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo, Cuba, enfrenta hoy el mazo (martillo) del nuevo juez asignado a la causa del 11s, coronel de la Fuerza Aérea Matthew McCall.

Se lo acusa de ser el cerebro de los tres brutales ataques terroristas reivindicados por Al Qaeda, que mataron a 2977 personas en suelo estadounidense, y el nexo con Osama bin Laden, quien asumió la responsabilidad del ataque a través de un vídeo que el Pentágono difundió tres meses y dos días después de consumado.

La pena de muerte pende sobre la cabeza de KSM. Lo mismo sucede con el coordinador de los atentados, el yemení Ramzi bin al Shinbh, apresado en Pakistán en 2002 y también juzgado en la fortaleza caribeña junto a Ammar al Baluchi, Walid bin Attash, y Mustafa al Hawsaw. Todos  compartían el grupo Sociedad Islámica que funcionaba dentro de la Universidad Técnica de Hamburgo, liderado, desde 1992, por el egipcio Mohammed Atta, el piloto suicida, según explica el investigador español Miguel Ángel Cano.

A 12.872 km de distancia del penal de Guantánamo, donde la célula terrorista es juzgada, saltando por encima del océano Atlántico, África y Europa, el 15 de agosto, unos días antes, el Talibán regresaba triunfal al palacio presidencial en Kabul, capital de Afganistán, luego que el mandatario Ashraf Ghani, que respondía a EEUU, huyera en secreto tras la decisión de la Casa Blanca de poner fin a la ocupación que duró casi 20 años. 

La guerra en Asia Central había empezado a materializarse cuando aún se removían los escombros de las torres del Trade Word Center de Manhattan y el mundo estaba aún atónito por la osada incursión terrorista al corazón mismo de la civilización occidental. 

La guerra de Afganistán

La invasión de Afganistán por parte ‎de ‎Estados Unidos, en 2001, tuvo como único objetivo “perseguir a quienes nos atacaron el 11 ‎de ‎septiembre de 2001 y evitar que Al-Qaeda pudiese utilizar Afganistán como base para ‎perpetrar ‎nuevos ataques”.

Tal fue la explicación que brindó el presidente Joe Biden después del retiro efectivo del territorio afgano.

Y en relación ‎con ‎la caída de Kabul en manos de los talibanes, considerada por propios y extraños como un fracaso estadounidense, se limitó a refutar: “Nuestra misión de reducir la amenaza ‎terrorista ‎de al-Qaeda y de matar a Osama ben Laden fue un éxito”. 

El analista político francés y director de la Red Voltaire de París, Thierry Meyssan, desestima en un artículo publicado en la newsletter Gracus Babeuf que la guerra de 2001 contra Afganistán haya sido consecuencia de los atentados ‎del 11 ‎de septiembre, como indica la versión oficial. 

La decisión estaba tomada desde mediados de julio, puntualiza, cuando fracasaron las ‎negociaciones de ‎Berlín que Estados Unidos y Reino Unido habían iniciado, no con el gobierno ‎afgano sino con ‎los talibanes.

“‎Estados Unidos y Reino ‎Unido comenzaron a enviar a la zona grandes cantidades de tropas –‎‎40 mil hombres fueron ‎desplegados en Egipto y casi toda la flota de guerra británica fue ‎enviada al Mar de Omán”, recuerda, y añade: “‎Los atentados del 11 de septiembre sólo tuvieron lugar después… ‎cuando ya todo aquel ‎dispositivo militar estaba en posición y listo para entrar en acción”. ‎

Existe un entretejido de telón de fondo que vincula la participación de Rusia y Pakistán, cuna de los talibanes más radicalizados, en derredor del territorio afgano e inclusive aparece China con su interés de pasar por el océano Índico en lo que hoy se distingue como la nueva “Ruta de la Seda”. 

Fue en ese contexto que se gestó una intervención ‎militar ‎de la URSS en Afganistán, que incubó una profunda resistencia talibana, y en el que el consejero de seguridad nacional ‎del ‎presidente James Carter, Zbigniew Brzezinski, tomó contacto en Beirut con ‎el ‎millonario anticomunista saudita Osama ben Laden, miembro de una secta secreta –la ‎Hermandad ‎Musulmana– que le permitía reclutar combatientes. 

Según el analista francés, tras ese encuentro, Bin Laden se puso a la cabeza ‎de ‎mercenarios árabes para emprender una campaña terrorista contra el gobierno ‎prosoviético ‎afgano.

¿Qué tuvo que ver todo esto en que la CIA no se hubiera dado por enterada del colosal operativo de los atentados sino hasta el momento en que sucedieron? Es una duda que sigue sin respuesta. 

Una vez asesinado Osama bin Laden, en 2011, el ex presidente Barack Obama quiso dar por concluida la guerra contra el terrorismo. 

Pero la actividad del IS-K (autor de las recientes matanzas en el aeropuerto de Kabul) se lo impidió, lo que explicaría la decisión de Donald Trump de duplicar el número de tropas en Afganistán a pesar de sus reiteradas promesas de poner fin a las guerras en curso.

Ya se había configurado en esta última etapa una guerra hobbesiana de “todos contra todos” que involucraba a tres fracciones: el gobierno de Kabul, respaldado por las fuerzas estadounidenses, los talibanes y el IS-K

Si bien Trump ordenó ataques contra el IS-K y apoyó a los talibanes, cuando empezó a concretarse la retirada gradual de las tropas estadounidenses quedó en evidencia que las fuerzas afganas sostenidas por Estados Unidos no eran rivales para los talibanes.

Se sabía desde 1996, cuando el gobierno depuesto asumió el poder por primera vez, que no había sido difícil para los talibanes oponer su puritanismo a la corrupción de sus rivales.

Hoy se replica el contraste con el advenimiento del gobierno interino que encabeza el Mulá Mohammad Hassan Akhund, uno de los fundadores del movimiento Talibán, y la huida de Ashraf Ghani

El análisis corre por cuenta de Gilbert Achcar, profesor de la Universidad de Londres (SOAS), en un artículo titulado ¿Qué hará el imperialismo norteamericano después de su debacle en Afganistán?, que publica Gracus Babeuf. 

El retiro de EEUU y los días después

Las escenas de pánico que se vivieron en agosto último en el aeropuerto de Kabul, durante la evacuación masiva ante el retorno talibán, traen reminiscencias de la Saigón, medio siglo antes, en oportunidad de la derrota de Estados Unidos en Vietnam. 

‎Desde una óptica macro, los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, y de Francia, Emmanuel Macron, abordaron la toma de Kabul por los talibanes por el lado de que “los dirigentes políticos afganos abandonaron y huyeron del ‎país. ‎El ejército afgano se derrumbó, a veces sin tratar de luchar”, adujeron, lo cual es tan cierto como que fueron rescatados por los propios aviones militares de países occidentales. 

En todo caso, llamó la atención que la entrada de los insurgentes haya sucedido aun cuando las fronteras de Afganistán ‎estuvieran ‎entre las más seguras del mundo: el tránsito de personas era controlado mediante medios electrónicos sofisticados.

Tampoco la relación de fuerzas era comparable. El ejército afgano regular contaba con 300 mil hombres, entrenados por Estados Unidos, Francia y otros países occidentales, y estaba armado con material de guerra de última tecnología. Usaban chalecos blindados y de equipamiento personal de visión ‎nocturna.

En cambio, los talibanes no pasaban de los ‎‎100 mil combatientes, se desplazaban en sandalias y con ‎simples ‎fusiles kalachnikov y no tenían aviación.

¿Por qué una fuerza tres veces superior, bien preparada y pertrechada, que controla el territorio por tierra y por aire, se entregó tan mansamente?

Una de las líneas de análisis conduce a que el cambio de régimen en Afganistán ya se había decidido cuando Donald Trump aún estaba en ‎la ‎Casa Blanca y  los aliados occidentales de Estados Unidos comenzaron a sacar a sus ciudadanos de ‎Afganistán ‎desde ese momento, describe Thierry Meyssan en su esclarecedor artículo.

Se creían con tiempo para repatriarlos antes del 11 de ‎septiembre, o ‎al menos antes de la medianoche del 30 de agosto. Pero el presidente Joe Biden modificó el calendario al ‎elegir el 15 de agosto. ‎ ‎

En su alocución sobre la caída de Kabul, el jefe de la Casa Blanca aclaró que ‎Estados Unidos ‎no estaba en Afganistán para construir un Estado, sino sólo para luchar contra el ‎terrorismo, una fórmula que viene repitiéndose desde hace ‎‎20 años. 

En todo este tiempo, ‎afganos, iraquíes, libios y los sirios parecen haberse persuadido de que el interés principal en las incursiones territoriales no es, precisamente, el bienestar de ‎sus países. ‎

Colofón geopolítico

El nonagenario exsecretario de Estado y asesor de seguridad nacional de EEUU, Henry Kissinger, en declaraciones a la revista “The Economist”, parte de la base de que “Estados Unidos ingresó a Afganistán en medio de un amplio apoyo popular, en respuesta al ataque de Al-Qaeda, lanzado cuando Afganistán estaba controlada por los talibanes

Expresó que,a pesar de que la primera campaña militar fue muy eficaz, los miembros del Talibán sobrevivieron, en su mayoría refugiados en santuarios paquistaníes, desde donde, con la ayuda de algunos funcionarios de ese país, lanzaron las insurgencias.

Observó que cuando los talibanes huyeron del país, Estados Unidos perdió su enfoque estratégico: se convenció de que sólo podía impedir la reintegración de las bases terroristas convirtiendo al Afganistán en un país moderno con instituciones democráticas y un gobierno que actuara de conformidad con la Constitución

Kissinger descalifica por históricamente inválido el argumento actual de Biden de que el pueblo afgano haya sido reacio a luchar por sí mismo: “Han luchado duro por sus tribus y su autonomía tribal”, contrapone.

“Aunque en el siglo XVIII vimos una entidad afgana distinta, su gente siempre se ha resistido enérgicamente a la centralización”, dice. 

La consolidación política y especialmente militar en Afganistán continuó, por cuestiones étnicas y tribales, en una estructura feudal en la que los agentes organizan el poder decisivo de las fuerzas de defensa tribales

Desgrana el trasfondo: estos caudillos, que a menudo tienen conflictos secretos, están unidos por amplias alianzas cuando una potencia extranjera, como el ejército británico que invadió en 1839 y las fuerzas armadas soviéticas que invadieron Afganistán en 1979, busca la centralización y cohesión en este país.

En consecuencia, recomendó a EEUU no eludir mediante retrocesos que sigue siendo un componente clave del orden internacional

Cómo luchar, frenar y superar el terrorismo mejorado y respaldado por países con tecnologías sofisticadas seguirá siendo un desafío global, concluye.