En estos últimos días, la Argentina ha ingresado en el tramo final del acuerdo definitivo con el Fondo Monetario Internacional. Tanto el organismo como el Gobierno han dado por terminadas las negociaciones preliminares y el acuerdo comenzó su paso hacia la consagración final.

Los tiempos son algo escasos: se debe aprobar el proyecto de ley que autoriza el acuerdo con el FMI y el organismo debe plasmar su sello definitivo. Todo esto debería ocurrir antes del 22 de Marzo, día éste en que opera el vencimiento de 2.800 millones de dólares y por el que Argentina no está en condiciones de hacer frente. Si bien es cierto que de no cumplir en tiempo y forma con el pago el país no incurrirá en default ya que existe un “período de gracia”, esto implicaría de igual forma un cimbronazo en los mercados, algo absolutamente innecesario en un contexto donde el riesgo país se encuentra por encima de los 1.900 puntos y donde la fragilidad en la economía es total.

Más allá del acuerdo con el FMI, parece que el camino hacia el final del mandato de Alberto Fernández será algo tumultuoso. Atrás habrán quedado las responsabilidades que este gobierno le asignó de todos los males actuales al ex Presidente Mauricio Macri y también quedarán en desuso cualquier frase que pueda seguir culpando a la pandemia de la actual decadencia Argentina. En el pasado quedarán estos viejos enemigos para dar paso a un villano nuevo que acompañará al gobierno hasta finales del año 2023: el sector privado.

Entre las líneas que describen los aspectos generales del acuerdo en cuestión y los dichos expresados por el Presidente ante la Asamblea Legislativa, uno concluye que lo que viene en adelante en Argentina es más de lo mismo. Alberto Fernández (exultante por demás) dijo haber logrado no tener que ceder ante pedidos de reformas laborales y reformas previsionales: un nivel histórico de informalidad laboral y un sistema previsional con jubilados miserables parecen no ser suficientes razones como para intentar algunas reformas estructurales de cara al futuro. El primer mandatario también anunció sonriente que el acuerdo no traerá ajuste y que el gasto público no se verá afectado por lo acordado. 

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La conclusión no puede ser una diferente: si no se piensa en reformas y tampoco se piensa en reducir el nivel de gasto en un marco donde se debe achicar indefectiblemente el déficit fiscal, es una obviedad que lo que nos espera en el horizonte es un aumento en los impuestos. En un país que no soporta más la presión fiscal el gobierno intentará dar paso a más impuestos generando una degradación aún mayor de la situación económica. La inflación y la desocupación serán a partir de ahora responsabilidad exclusiva de los empresarios, porque ellos los nuevos enemigos.

El gobierno de Alberto Fernández se ha destacado por no entender cuáles son los verdaderos problemas de la Argentina. Hasta que la reforma fiscal, la reforma monetaria, la reforma laboral y hasta la reforma sindical no estén en la agenda, el país continuará su deterioro crónico: el oficialismo tiene que entender que los enemigos no son los otros, sino ellos mismos.