Para los analistas de mercados, los Luksic, la familia más rica de Sudamérica con una fortuna estimada en US$ 25.000 millones, erraron feo cuando en 2011 sorprendieron al ingresar en un negocio que pocos entienden y no suele ocupar las noticias: la logística portuaria.

Pero más de una década después de haber tomado esa decisión, la fortuna del tradicional holding trasandino, que también controla la empresa minera de extracción de cobre Antofagasta, cabalga al galope.

Casi se duplicó en los últimos cinco años, según el índice de multimillonarios de Bloomberg. En gran parte fue impulsada por la inesperada bonanza del transporte marítimo.

La historia comenzó en 2011, cuando el holding familiar Quiñenco decidió entrar en la Compañía Sud Americana de Vapores (CSAV), una empresa chilena de fletes marítimos.

En el mercado trasandino nadie entendió nada y hasta hablaron de que la nueva generación de los Luksic iba a poner en riesgo  el patrimonio del abuelo fundador, Andrónico.

En los primeros años pareció que sí, que esta vez habían fallado. Hubo pérdidas de todo tipo en los balances y los accionistas murmuraban en asambleas si no era hora de levantar campamento en busca de otras oportunidades.

Pero los Luksic reafirmaron el rumbo: desembolsaron la friolera de 600 millones de dólares para robustecer el capital de CSAV, con el fin de poder echar a andar su flota de remolcadores.

Pasaron unos meses y Quiñenco fue aumentando progresivamente su participación accionaria en CSAV, que en 2014 selló un acuerdo
para fusionar sus operaciones con la alemana Hapag-Lloyd, con sede en Hamburgo. En la actualidad, CSAV es dueña del 30% del quinto
transportista más grande del mundo. 

El gran golpe vino con la pandemia de coronavirus, que generó cuellos de botella en las cadenas de suministros, y el aumento exponencial del precio de los fletes internacionales disparó impresionantes ganancias, detalla un reporte de la agencia Bloomberg.

"Algunos analistas la calificaron como la peor inversión en la historia del holding", escribió Andrónico Mariano Luksic Craig, presidente de Quiñenco, en su informe anual.

"Los primeros años fueron efectivamente muy duros. Pero las sucesivas inyecciones de capital, y los años de pérdidas, así como una década entera sin dividendos, no debilitaron nuestra convicción en los resultados que obtendríamos a largo plazo. Y aquí están", destacó, con una amplia sonrisa.

Sólo en 2022, el gigante alemán Hapag-Lloyd -ya con los Luksic dominando el 30%- embolsó casi 18.000 millones de dólares de ganancias sobre un total de 36.000 millones de dólares de facturación bruta. Sí, la rentabilidad antes de impuestos fue del "50 por ciento". El mercado la premió enseguida: llevó la cotización de la empresa a 65 dólares por acción, unos 12.000 millones de dólares totales.

Para tener una idea de la dimensión de los números, gracias a eso la chilena CSAV -controlada por los Luksic- obtuvo 5.600 millones de dólares de ganancias netas, provenientes principalmente de su participación en el gigante naviero Hapag-Lloyd.

La porción que recibió Quiñenco representó más del 90% de su utilidad neta y el 81% de los ingresos totales durante el período.
Negocio redondo y todo viento en popa.

Exultantes, los Luksic se suman a la lista de magnates del transporte marítimo mundial, como los Saades o Gianluigi Aponte, que se beneficiaron de la expansión y las altas tarifas de los envíos durante la pandemia.

Y gozan de muy buena salud en el mundo de los negocios: controlan también el Banco de Chile a través de un emprendimiento conjunto con el Citigroup, y están asociados con Heineken en su negocio de cerveza, vino y embotellado en América Latina, con el nombre de Compañía de Cervecerías Unidas SA.

Pero no se quedan ahí: también poseen una participación de casi el 30% en la energética francesa Nexans y operan estaciones de
servicio en Chile, Estados Unidos y Paraguay.

La minería -principal sector de exportación chileno- sigue siendo el principal negocio de esta millonaria familia, pero cuando vieron otro filón en el transporte marítimo, no lo dudaron y, otra vez, volvieron a acertar.