Finalmente fue condenada. Cristina Elisabet Fernández de Kirchner fue considerada responsable de administración fraudulenta: se la ha condenado a seis años de prisión e inhabilidad perpetua para ejercer cargos públicos.

Es posible que los plazos procesales impliquen que la actual vicepresidente de la Nación jamás cumpla ninguna condena. Probablemente nunca quede detenida por el delito por el que fue condenada: su sentencia tal vez tarde años, o décadas en quedar efectiva. Su inhabilidad para ejercer cargos públicos tampoco será algo que le complique su vida política: en el futuro probablemente pueda presentarse como candidata al cargo que desee. Pero eso ya no importa: no hay diferencia entre los seis años que finalmente la Justicia le impuso como pena y los doce que había solicitado el fiscal Diego Luciani. Tampoco importa si Julio De Vido fue más o menos responsable que ella. Incluso tampoco importan el resto de los condenados. Lo verdaderamente relevante es que la condena marca el fin de un modelo que ya nadie más quiere para la Argentina: esto puede significar el fin del kirchnerismo tal como lo conocemos.

La condena no solo es a los actos de corrupción que la Justicia ha podido probar, sino que es el comienzo del fin de un esquema de hacer política que le ha hecho mucho daño a la Argentina. Probablemente esta condena signifique el comienzo del fin del populismo, del autoritarismo del poder, del pobrismo más absoluto y del deterioro crónico que ha sufrido el país a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, lo que viene ya no depende de los condenados sino que más bien depende de lo que todos queramos como sociedad de aquí en adelante.

Buena parte de la relevancia de la condena radica en que la Justicia ha dado su presente. Una justicia cuestionada, criticada y siempre al ritmo de los vientos políticos ha dado muestras de la existencia de algo de luz al final del túnel. Es fundamental entender que la justicia como tal es la columna vertebral de cualquier república. La justicia es parte fundamental del andamiaje del crecimiento, de la inversión y del futuro.

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Este acto de justicia no fue más que un pequeño reinicio. Recuperar las instituciones, el respeto por el derecho de propiedad, el cuidado de la división de poderes, bregar por una justicia que implique igualdad de todos ante la ley y el respeto irrestricto de la Constitución Nacional es solo parte del menú que a partir de aquí debe comenzarse a discutir.

Si queremos que la economía funcione, que el mercado genere inversiones, empleo y crecimiento, si queremos volver a insertarnos en el mundo y ser de a poco algo que se parezca lo más posible a un país normal, necesitamos empezar por respetar nuestras instituciones. Sin darnos cuenta, la condena a Cristina Fernández tal vez haya sido el puntapié inicial para un futuro distinto. Depende de nosotros quedarnos aquí o seguir avanzando. El tiempo dirá cual fue finalmente nuestra decisión. Esperemos no equivocarnos una vez más: las posibilidades de revancha parecen poco a poco irse agotando.