Cuando todo parecía trabado, complicado, difícil. Cuando los caminos se cerraban. Ahí apareció él. Capturó una pelota en el borde del área, se acomodó, calibró y sacó el zurdazo abajo. Inapelable. A la izquierda de Ochoa, quien se estiró todo lo que pudo, pero no pudo hacer nada para detener esa pelota que se metió abajo, besando el poste izquierdo y acariciando el borde de la red.

Fue en el momento preciso, a los 19 minutos del segundo tiempo, justo cuando la urgencia comenzaba a ganar a los jugadores, cuando la necesidad del triunfo podía jugarle una mala pasada.

Era la hora señalada.

El primer tiempo fue complicado. Argentina parecía un boxeador que en el round anterior había recibido una piña y que, pese a poner empeño, no encontraba coordinación entre las piernas y los brazos.

En el caso de Argentina las piernas y los brazos era la transición entre el segundo pase y los hombres de adelante. Nunca encontró ese camino.

De Paul estaba empeñado en hacer todo difícil y se equivocaba en dos de cada tres pases (¿qué le pasa a este chico?). Guido Rodríguez jugaba metido entre los centrales y lateralizaba todo el tiempo; jamás buscó un pase positivo. Mac Allister era el único que intentaba, pero en una orfandad franciscana. Montiel se revelaba como salida y, cuando recibía la pelota, no veía pase y pegaba la vuelta para atrás otra vez con Otamendi. Acuña se mostraba, pero no le llegaba nunca limpia o con campo para desandar el camino.

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Y Lionel Messi, nuestro as de espada, nuestro protagonista principal, estaba rodeado de mexicanos, por lo que cada vez que rompía (lo hizo apenas dos veces) o llegaba una pierna para desestabilizarlo o no tenía referencia en el área ni nadie para pivotar. Porque hay que decir, y todos lo saben, que Messi es un gran generador y finalizador de jugadas, pero entre ambas acciones, necesita alguien que lo respalde. Y no lo encontró. Jamás. En el juego de roles de esta Selección, extrañamente estática, Messi fue uno de los pocos que se movió de acá para allá, aunque sin que su desgaste surtiera algún efecto positivo.

Después del gol, Argentina cerró los espacios al tiempo que se abrieron del otro lado para las réplicas. Messi quedó de punta junto a Julián Álvarez, que se convirtió en el mejor socio para Lio. Porque Messi necesita un socio y Lautaro Martínez, tan eficaz cuando está debajo de los palos, no es un futbolista que se asocie al juego. Y esta Argentina, si algo necesita, son jugadores que se asocien, que se hagan amigos de la pelota. Por eso fueron importantes los ingresos posteriores de Enzo Fernández y Exequiel Palacios para respaldar a un errático Rodrigo De Paul.

El 2-0 fue una extra. Un regalo para Enzo Fernández. Que dicho sea de paso, no puede salir del equipo.

Argentina respira tranquila y acomoda el Mundial. La próxima batalla será contra Polonia. Pero ahora hay que festejar. Tomar aire y buscar el envión para lo que falta.

Y todo se lo debemos a él.

Que apareció en el momento que debía hacerlo.

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