La Copa América organizada por la Conmebol y la Concacaf en Estados Unidos dejó muy claro que ya no hay espacio para el fútbol y que la calidad del juego y la seguridad de los espectadores es lo que menos les interesa a los dirigentes. El dinero que proviene del marketing y que agiganta al show es lo más importante. Bah… lo único.

Si no fuera así, no se hubieran presentado campos de entrenamiento y de juego en pésimas condiciones, con los panes de pasto colocados sobre el sintético de las canchas que provocaron que los futbolistas corrieran sobre un colchón de aire como el que disfrutan los pibes en los cumpleaños para saltar como locos (¿caminata lugar se llama?). Sólo faltaba el pelotero para que los suplentes se entretuvieran y la escenografía hubiera sido completa.

La calidad del juego mermó por esa circunstancia y los tobillos de los jugadores (el de Messi y Advíncula, entre otros) se torcieron justamente porque los campos mostraban pozos y grietas en las uniones entre pan y pan de pasto que hacían muy difícil mantener la estabilidad.

Pero el colmo del absurdo fue lo que ocurrió en la final, que fue la síntesis de lo mal organizado que estuvo el torneo.

Primero, el fracaso más absoluto de los controles policiales para evitar que la mayoría de los espectadores que se acercaron al estadio (con y sin entrada) pusiera en peligro su vida. Si esto pasaba en Sudamérica, hubiéramos sido tildados de incapaces de organizar hasta un cumpleaños de 15. Pero como ocurrió en Estados Unidos, el asunto fue criticado un ratito, hasta que la pelota empezó a rodar. Las cámaras de la TV oficial estaban más preocupadas por mostrar a Maluma bailando que en el desquicio policial, que pasó de la inacción a la represión salvaje sin mediar palabra.

La gente saltaba por sobre las rejas, se arrojaba en las escaleras mecánicas buscando un lugar y luchaba cuerpo a cuerpo con la policía para entrar al estadio. Los que tenían y los que no tenían entrada. Porque para los policías no había diferencia entre unos y otros. Si al cabo eran latinos…

Es de esperar que luego de este hecho los dirigentes y las fuerzas del orden hayan aprendido la lección, aunque se nos permite dudar. Recordemos que Estados Unidos es especialista en tropezar dos, tres o cuatro veces con la misma piedra. De otra manera no se explica que se haya asesinado a los tiros a tres presidentes (Lincoln, Garfield y Kennedy), que se incapacitara a otro (Mc Kinley), se terminara con la vida de un candidato a presidente (Robert Kennedy) y se baleara a Reagan. No satisfechos con esto, el sábado por la tarde le dispararon a Donald Trump y no lo mataron de milagro. Si no resolvieron el tema de seguridad para presidentes y candidatos, ni que hablar de la desaprensión que van a mostrar para cuidar a la gente que va a ver partidos a una cancha de fútbol y que, para peor, insistimos, son latinos.

Algunos analistas deportivos se animan a cuestionar el nivel de juego del torneo. Es cierto que Colombia, Uruguay y Argentina estuvieron muy por encima de la segunda línea, hoy conformada por Brasil, Ecuador y Venezuela. Y el resto: Canadá (pese al cuarto puesto con un triunfo en seis partidos), Chile, Perú, México, Costa Rica, Panamá, Jamaica, Paraguay, Estados Unidos y Bolivia se mantuvieron a un campo de los seis mencionados arriba. Pero en realidad lo central de diagnóstico y que pocos abordaron fue que en esos campos no se podía jugar. Dejamos constancia que si dentro de dos años se va presentar un escenario similar, el Mundial 2026 va a ser una porquería. 

Queremos pensar que la FIFA es una organización más seria que la Conmebol, que tiene como principal preocupación mostrar en la tele a su presidente, Alejandro Domínguez, y a su familia, a los 10 minutos exactos de cada partido. 

Domínguez, tras este torneo (igual ya se sospechaba), dejó muy claro que es un figuretti patológico.

Por todo esto, amigos, hemos escrito y firmado la partida de defunción del fútbol tal como se lo conocía en el pasado. En donde todo es más importante que lo que pasa adentro de la cancha durante 90 minutos.

Los 22 jugadores, la pelota y el árbitro ya son figuras de segundo orden. Ahora es más importante el espectador que se mira en la pantalla del estadio y que saluda fuera de sí como si ese segundo de fama fuera lo mejor que les pasó en la vida. O las tertulias de los periodistas antes y después de cada partido, en donde de lo único que no se habla es de fútbol. O los movileros que le ponen el micrófono a los hinchas que salen o entran de las canchas para decir nada o para, en el peor de los caos, lanzar una puteada destinada a alguien. O las fotos de Pampita con sus hijos en la cancha o Mirko (¿el hijo de Marley?) entregando la pelota al árbitro antes de que empiece el partido con una camiseta amarilla de una plataforma de Internet. Repetimos: todo es más importante que el juego.

Por eso, amigos: muerto el rey; viva el rey. Chau fútbol; hola post fútbol.