Lagrimas. Emoción (violenta). Angustia. Felicidad. Todas las sensaciones que uno se pueda imaginar recorrieron los cuerpos de los 47 millones de argentinos. Y finalmente el llanto celebratorio. La vida reducida en 120 minutos y en una tanda de penales.

Messi no mereció sufrir tanto para festejar. Dos goles en el partido y en el alargue, un penal en la definición… ¿Qué más se le podía pedir a la leyenda que escribió su mejor página? ¿Un partido perfecto? Casi lo jugó. De no ser por esa pelota perdida en el segundo gol de Francia, todo lo que hizo fue superior. Inmejorable. Vimos al mejor Messi. La mejor versión de un jugador que necesitaba levantar la Copa casi como los humanos necesitamos el oxígeno para respirar.

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En el primer tiempo Argentina fue un equipo, con mayúsculas, y Messi se transformó en un engranaje más de esa organización casi perfecta que sometió a Francia en todos los aspectos del juego.

Pero había un diferencial entre Leo y sus compañeros: Messi era el estandarte, el abanderado, el que lideraba cada una de las jugadas que el equipo hilvanaba. No había una sola acción que, en algún momento, no pasara por su magia. O la comenzaba o la terminaba, pero siempre estaba.

Y además hacía lo que le correspondía: el gol para abrir el resultado. Después de la estúpida infracción de Dembélé sobre Di María, se paró frente a Lloris, lo esperó el tiempo necesario, y cuando el arquero se movió hacia la derecha, tocó suave a la izquierda. El 1-0 convertido por Messi reflejaba la inmensa superioridad de Argentina sobre Francia.

También participó en el segundo gol, en esa jugada fantástica que fue un ejemplo de velocidad y precisión y dejó tiesos a los franceses. La inició Molina para De Paul, quien cedió de primera para Messi. Leo la paró y en el segundo toque lo dejó a Julián libre de marca. Luego llegaron los pases perfectos para Mac Allister y Di María y la definición exacta de Angelito.

Todo marchaba sobre rieles para Argentina en el complemento hasta que Otamendi falló por primera vez en el torneo y le abrió la puerta a Mbappé para descontar de penal y luego empatar 2-2. Fueron tres minutos letales de 80 jugados a la perfección.

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Argentina y Messi sintieron el golpe, pero lentamente se fueron recomponiendo y Messi tuvo el 3-2 con un disparo fantástico desde afuera del área que desvió Lloris. Ya con el partido roto, Messi era el foco de atención de Argentina. Cada pelota que pasaba por él era bien jugada, pero igual no alcanzó para desnivelar y se llegó al alargue.

En el tiempo extra apareció otra vez la magia. Con Dibu Martínez en el arco (no se puede creer la última pelota que tapó) y con Messi comandando cada uno de los ataques, Argentina se puso otra vez en ventaja. Y no podía ser otro que Messi el que desequilibrara, el que la empujara al fondo del arco. El 3-2 parecía encaminar la final, pero no. Francia es Francia y otra vez se levantó. Penal y gol. Y el 3-3 para llegar a la tanda de penales. Y allí Messi abrió la puerta para el triunfo con un toque mágico a la derecha de Lloris. Después fue todo del Dibu, con un penal atajado y otro desviado. Y la perfección de los ejecutantes argentinos.

Argentina puso su tercera estrella en la camiseta con un Messi que hizo lo humana e inhumanamente posible para conseguirla.

Argentina es Campeón del Mundo.

Messi es campeón del Mundo.

Y la galaxia entera está feliz.