Desde la octava fecha de la Copa de la Liga, el VAR está entre nosotros. Una herramienta creada por la FIFA para subsanar errores de los árbitros y para, en otros casos, dejar en evidencia la precariedad técnica de los encargados de utilizarla.

Normalmente se comete el error de pensar que el VAR es la mátrix, que es la máquina que toma las decisiones sobre si un fallo es correcto o no. Algunos de mis colegas periodistas deportivos prescinden de que detrás de las determinaciones hay personas, árbitros y operadores de televisión, los que están más o menos calificados para evaluar las distintas jugadas que se vayan presentando.

Con el tiempo se ha visto que Vigliano, Paletta, Delfino y Falcón Pérez son los que mejor se han desempeñado en el rol de árbitros VAR. Y se han observado mejoras considerables en las decisiones que tomaron Herrera, Pitana, Rapallini y Rey Hilfer. Trucco, Baliño, Tello, Merlos y Echenique siguen en la lista de las peores calificaciones. Al resto no lo mencionamos porque no tenemos referencias desde adentro del arbitraje que nos puedan dar una evaluación más o menos certera.

Darío Herrera, uno de los que cuando se empezó a usar el VAR estaba en el grupo de los flojitos, por ejemplo, salvó a Silvio Trucco en el partido entre Newell´s y San Lorenzo, ya que acertó en la corrección del penal y expulsión (luego no concretada) de Gattoni y también en recomendar la roja para Lema, por un planchazo sobre Elías. Esto es más o menos lo formal. El VAR está dando sus frutos más allá de una u otra controversia.

Ahora bien. El debate que sigue instalado, y que se reaviva cuando se detecta algún error del árbitro de VAR y no de la herramienta en sí misma, repetimos hasta el hartazgo; es sobre si el fútbol no pierde su esencia con la irrupción de la tecnología. Y la respuesta es no, porque si lo que muchos querían era mantener el estado permanente de polémica, el VAR no anula los debates; lo que hace es poner la discusión en otro lado (en la oficina en donde se opera el VAR) y no dentro de la cancha.

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Para justificar por qué el VAR era necesario, no hay que ser un genio. Con los avances tecnológicos: las computadoras, los celulares, las tablets, Internet y 4G por todas partes, etcétera; se había cristalizado una de las situaciones más insólitas que se puedan recordar: frente a una acción de juego, los protagonistas sabían qué era lo que había pasado (los jugadores, los entrenadores, el público en la cancha, los periodistas, los espectadores hogareños) menos una sola persona (el árbitro) que era, justamente, la persona que tenía que tomar la decisión. El estado de indefensión de ese fulano frente al resto de los mortales, era ridícula. ¿Cómo era posible que todos supieran menos el responsable de impartir justicia? Era lo mismo que juzgar a un reo con un juez ciego, sordo y mudo y con el resto de los involucrados en el juicio con todos los sentidos y elementos disponibles a su favor. Ni el análisis más romántico sobre el folclore del fútbol resiste semejante estupidez.

Dicho esto, se puede entrar en un terreno más pantanoso. ¿El VAR es infalible? No. Porque los humanos no lo son. Simple.

¿El VAR es justo? La Justicia no es un hecho en sí mismo, es una construcción. Hay centenares de filósofos que han debatido sobre el concepto de Justicia y casi todos la equiparan con el bien, con lo bello; es decir con lo deseable. Con esto queremos decir que la justicia es una búsqueda y no una conclusión. ¡Cuánta tela tendríamos para cortar sobre este asunto si salimos del fútbol y no internamos en los vericuetos del sistema judicial argentino! Sabemos que sin un sistema judicial eficiente y sin jueces probos un país no posee un futuro virtuoso. O sea, en la Argentina estamos con problemas por lo que ya todos sabemos, desde la Corte Suprema para abajo.

El VAR, los jueces y otras yerbas

Ya por fuera del fútbol, vayamos un poco más allá para entender los conceptos de Justicia y Equidad. Sin profundizar en los disparates que vemos actualmente en la Argentina con la utilización de las herramientas supuestamente legales por parte de algunos jueces, digamos que para Sócrates era peor cometer una injusticia que padecerla. Decía que quien cometía una injusticia se condenaba a vivir con el alma malsana, corrompida y enferma. O sea que otra vez volvía al origen: la Justicia, lo justo, era sinónimo de bello, de virtud. Teléfono para muchos jueces.

El VAR, los jueces y otras yerbas

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Pero como para un argumento siempre existe otro que lo contradice o lo completa, Calicles decía que Sócrates confundía dos dimensiones inigualables: la natural y la legal. Para Calicles lo legal se circunscribía a las leyes, las que eran propuestas, ideadas y promulgadas por los sectores más débiles que representaban a las multitudes con el objetivo de frenar la avaricia de los más fuertes y así evitar que se apropiaran de todo. Y concluía que, en términos legales; lo injusto, lo feo, lo malo, lo aberrante, era poseer más que otras personas. O sea que ponía el acento en la Equidad.

El VAR, los jueces y otras yerbas

Ahora bien, el mismo Calicles, para terminar de desbaratar los argumentos de Sócrates, reafirmaba que si nos ateníamos sólo a la natural y borrábamos lo legal de la faz de la Tierra, lo más lógico era que los más fuertes se impusieran sobre los más débiles y se quedaran con la tierra, los alimentos, la renta y el poder. O sea, unos pocos vencerían irremediablemente a las multitudes.   

Sócrates tomó el guante arrojado por Calicles y no se quedó callado. Primero le preguntó sobre el concepto de debilidad esgrimido por su adversario dialéctico, ya que Calicles decía que los débiles representaban a las multitudes y que los fuertes eran los individuos o, en todo caso, unos pocos. Y entonces reformuló el concepto y respondió que, como muchos eran más fuertes que unos pocos, finalmente lo legal y lo natural terminaban siendo lo mismo. Para ser más claros: lo legal y lo natural se unían porque las multitudes eran más fuertes que unos pocos y por defecto los azares de la naturaleza y por ende las leyes y las reglas, serían más bellas, más virtuosas y desembocarían en el principio de Equidad. Y volvía al comienzo de todo: era más vergonzoso cometer una injusticia que recibirla. Y para rematarla dejó una fórmula para la posteridad: ley (valoración de lo legal + hechos) + conocimiento (valoración de lo sucedido y razones) = verdad (justicia).

Pero mejor volvamos al fútbol y amparémonos en la formula socrática para impartir justicia: ley (reglamento del fútbol + acción de juego) + conocimiento (valoración de lo sucedido por parte del árbitro de cancha con la auditoría del juez de VAR + argumentos que respalden esa valoración) = verdad y justicia (fallo acertado). ¿Qué pata creen ustedes que puede fallar para que todo se vaya a los caños? La que respecta al conocimiento. Si en este aspecto se llegara a fallar, se generaría la tormenta perfecta: con un árbitro de cancha incapaz y un juez de VAR inepto (los hay, tengan certeza), entonces no hay herramienta que pudiera resolver favorablemente aspectos de la justicia deportiva. Lo que en definitiva es anecdótico. Porque en definitiva se trata de un partido de fútbol y de la obtención de tres puntos en juego, en el mejor de los casos. Ahora, sólo por un momento, imaginen que el arbitro de cancha o el juez de VAR están resolviendo aspectos de una reforma tributaria, previsional, laboral, o si una ley de medios es constitucional o no, o sobre un aumento de tarifas o si la licitación de un gasoducto que puede resolver muchos de los problemas energéticos de la argentina está bien o mal hecha o sobre si un tipo inocente queda preso de por vida o si un delincuente sale en libertad. Ahí la cosa se pone más brava. O sea, el VAR en el fútbol es todo un tema. Pero quienes son los jueces que determinan el futuro de la Argentina y sus habitantes, parece un poquitito más serio.

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