De un tiempo a esta parte, en el fútbol argentino, nos acostumbramos a ver a defensores centrales recios, con poco manejo, capaces de frenar un tren que viene a alta velocidad, pero ineficaces para tratar de darle un pase a un compañero. Lo podríamos llamar algo así como “el paradigma Ruggeri”, es decir grandes defensores (por abajo y por arriba) pero con los pies redondos a la hora de jugar.

Hay excepciones, claro. No todos son así. Pero podemos decir que los que defienden, cabecean en las dos áreas, salen jugando y hasta se animan a cruzar la mitad de la cancha sin miedo a tropezarse con la línea del medio; son una minoría. El asunto es que antes eran todos o casi todos. Había muy pocos marcadores centrales incapaces de salir jugando con claridad, de sacarse a un hombre de encima y llegar hasta el área rival con posibilidades de convertir.

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Los últimos de este género fueron Roberto Perfumo y Daniel Passarella. Eran los que marcaban una escuela. Porque los que jugaban, por ejemplo, como Alfio Basile u Oscar Ruggeri eran los menos. Estos últimos eran fantásticos defensores, grandes cabeceadores, pero limitados con la pelota en los pies.

El Cuti Romero es de la escuela de los Passarella y Perfumo: marcan, cabecean, son bichos para pegar patadas y juegan. Lo curioso del asunto es que el Cuti profundizó esta forma de jugar en Europa, especialmente en la Premier League, ya que los europeos no sólo copiaron nuestro estilo de jugar sino que además fueron más lejos: lo profundizaron. Hoy los habilidosos de medias bajas ya no nacen sólo en Barracas, también aparecen en los suburbios de Londres, París, Madrid, Barcelona o cualquiera otra ciudad del mundo que quisiéramos nombrar.

Nosotros, los argentinos, entre 1965 y el fin de siglo les admirábamos a los europeos la fortaleza física. Ellos nos envidiaban la habilidad. Con los años sumamos la fortaleza, pero perdimos la audacia. Ellos agregaron a su fortaleza la habilidad, pero además, entendieron que el fútbol no era solo patear de punta para arriba y dividir la pelota (el cambio que entregó el fútbol inglés es el más notorio) sino que además había que tratar de construir desde las “pequeñas sociedad”, algo que en los 70 pregonaba César Luis Menotti.

Nos fuimos con las ramas en una digresión eterna. La cuestión de esta nota es que el Cuti Romero le hace honor fundamentalmente a Daniel Passarella, aquel fantástico defensor argentino que defendió los colores de River, Fiorentina, Inter y de la Selección. De Passarella sólo le faltan dos atributos: el cabezazo en ofensiva y el remate de larga distancia. Daniel era un tremendo cabeceando en las dos áreas pero fundamentalmente en la enfrente y su tiro desde lejos, con pelota parada o en movimiento, era una balazo muy difícil de detener para los arqueros rivales. Cuti lo supera en anticipo, en visión para pasar al ataque una vez que se apodera de la pelota y en potencia física. Lo iguala cuando tiene que cruzar a un adversario para derribarlo. Tanto Cuti como Daniel juegan con "licencia para matar".

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Cuti se inició en San Lorenzo de Las Flores, uno de los tantos clubes con “contención social” que hacen su trabajo silencioso en el entramado y que muy pocos en el Estado tienen en cuenta cuando llega la hora de sostenerlos y compensarlos.

Los clubes barriales de Argentina juegan dos torneos: la liga de AFA y, en este caso, la cordobesa. En la categoría 98, para Belgrano, Cuti jugaba siempre en el torneo nacional. Y ya desde muy chico mostraba que era un futbolista diferente. Jugaba como defensor pero se desdoblaba sin problemas para transformarse en volante o en delantero. Era valiente. Daba sus primeros pasos como si fuera un veterano.

En 2016, disputó apenas cuatro partidos en la Primera de Belgrano. Era demasiado audaz (le decían irresponsable) para ser el titular. En 2017, sumó doce. Una tarde, el Gallego Méndez, su entrenador, lo mandó a la Reserva. En su primer partido agarró la pelota en mitad de cancha, tiró una pared, avanzó, metió un gol y corrió hacia un costado haciendo el Topo Yiyo. Ya no quedaban excusas para devolverlo a Primera.

Úbeda lo convocó para el Sub 20 en 2017. Cuti era el capitán pese a que la figura fue Lautaro Martínez. Su compromiso con la Selección era absoluto. Pero para Sampaoli era un jugador más, el montón, especialmente porque peleaba el descenso con su equipo. Y entonces lo desafectaron y nunca más lo llamaron. Quedó muy golpeado.

Fue invitado con Belgrano a jugar el torneo sub 21 de Viareggio y pese a que Belgrano no pasó la primera fase, al Cuti lo pusieron en el once ideal del torneo y allí fue cuando lo vio la gente del Genoa, que compró su pase a Belgrano en 4 millones de euros, en julio del 18. Con esa plata, el club cordobés construyó las tribunas del estadio de barrio Alberdi.

La adaptación a Genoa fue compleja. Llegó y se lesionó. Se recuperó y una semana después el entrenador Iván Juric le confirmó que iba a jugar de titular contra la Juventus, marcando nada menos que a Cristiano Ronaldo. Cumplió. Al finalizar el partido, Paulo Dybala, su rival, lo abrazó. La siguió rompiendo en el Genoa hasta que la Juventus compró su ficha en 26 millones de euros.

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Igual no se quedó en Turín. La Juve lo prestó al Atalanta, que era dirigida por Gian Piero Gasperini, un entrenador distinto que desde 2016 le cambió la cara al club tanto para defender como para atacar. Marcaban los once de campo con un sistema de uno contra uno, pero una vez que se obtenía la pelota, todos atacaban: “Con Gasperini, un defensor recupera pero también contribuye en ofensiva, así como los delanteros defienden.” Conclusión: fue elegido el mejor defensor de la Serie A y los ojos de los ingleses se posaron sobre él.

Lo que siguió de ahí en más es recontra conocido. La convocatoria de Scaloni y la revelación para la mayoría de los argentinos que nunca lo habían visto jugar. Al Atalanta que compró su ficha a la Juve en 16 millones para venderlo un rato después al Tottenham en 50 millones. Titular en la Premier. Campeón de América, de la Finalísima y del mundo con Argentina.

Hasta que el martes se recibió de ídolo para la gente en el choque contra Ecuador. El público se quedó disfónico y enrojeció las manos de tanto aplaudirlo. Seguramente muchos no sabían que una vez se escapó de la concentración del Tottenham para jugar amistosos con Argentina y que ya le advirtió al club inglés que, si alguna vez le prohíben ir a defender los colores de su Selección, él se iría igual.

Es modesto: "Soy alumno de Otamendi. Todavía estoy aprendiendo", dice sin que nadie lo tome muy en serio. Porque ya es mucho más que Otamendi y el heredero de toda una ascendencia de grandes marcadores centrales. Ya es el Cuti Romero. Un nombre que tiene peso por sí solo.