El otro día, en el debut de Argentina en el Preolímpico, pasaron dos cosas insólitas. La primera fue que el entrenador, Javier Mascherano, no pusiera de entrada en el partido con Paraguay al mejor jugador que tiene en el plantel, Claudio Echeverri. Y la segunda fue que, cuando entró, el jugador de River cambió la imagen del equipo y no defraudó a los que pensábamos que su permanencia en el banco de suplentes era un error.

Argentina, como ya es un clásico en el ciclo de Mascherano al frente de los Juveniles, no jugó a nada consistente y  sólo tuvo ratitos de buen fútbol los primeros 15 minutos del partido y cuando el técnico, tarde, puso en la cancha a Federico Redondo, Echeverri y Luciano Gondou.

La propuesta futbolística de Mascherano, ya con varios torneos sobre el lomo, sigue siendo un enigma sin solución. No se sabe si juega a tener la pelota, a contraatacar, a la presión alta, a la presión baja o a qué. Y para los jugadores esa falta de una idea sobre lo que hay que hacer, es todo un problema. Por momentos parece que lo único que está claro es que se juega con dos volantes centrales que cumplen la misma función y hacen que el equipo quede con nueve futbolistas de campo en lugar de diez. Y encima, se defiende muy mal.

Sería dable que el entrenador decidiera de una vez por todas a qué quiere jugar y que de ahí en más baje una línea clara. Seguir así, al tun tun, no tiene sentido. La suma de malos resultados que acumula Mascherano como DT de juveniles ya nos dejó afuera de un Mundial Sub 20 (igual lo pudo jugar por un pase de magia de Claudio Tapia), del Mundial Sub 20 organizado en la Argentina, de una Panamericano y ahora está en riesgo la participación en los Juegos Olímpicos de París. Y todos los torneos con jugadores fantásticos. 

Un entrenador puede perder un torneo, por mala suerte. Pero si ya le fue mal en tres y nunca encontró un estilo de juego, no se entiende muy bien por qué se insistió en darle una cuarta oportunidad. Y si se cometió el error de dársela, tampoco se comprende por qué Mascherano no es rodeado por asistentes que lo puedan ayudar a encontrar una propuesta que todavía es una incógnita.

Pero bueno… Al margen de Mascherano, la Selección entregó una lucecita de esperanza cuando, ya perdida por perdida, el técnico metió mano y tiró toda la carne al asador. Por ahí, esa es la receta que debería ensayar: jugarse las fichas desde el arranque, habida cuenta de que todas las ideas que quiso ensayar hasta acá jamás funcionaron. Y entonces, con Redondo (entró a los 27 del ST por Sforza), Echeverri (a los 28, por Solari) y Gondou (a los 39 por Fernández) en cancha, el equipo fue para adelante como lo tiene que hacer un equipo argentino: avasallando a un rival que, además, era notoriamente inferior.

(Nota del Autor: Al margen de todas las opiniones: basta de jugar con doble cinco. Es antiguo, aburrido y sin sentido. Sólo los equipos sin talento lo hacen porque necesitan cuidar más de lo que atacan. Y ese no es el caso de Argentina. Mascherano podría mirar un poco como juega la Selección de Scaloni, en donde el cinco es un lugar de paso y que lo ocupa uno, dos o tres volantes que entran y salen de ese lugar sin permanecer estáticos.)  

Lo concreto es que, cuando Argentina perdía 1-0, entró Echeverri y se prendió la luz. Con su rebeldía, cambio de ritmo, frescura, desparpajo para hacerse cargo de la pelota e ir para adelante le dio una imagen diferente al equipo. Eran los momentos finales del partido y, salvo Echeverri y Redondo, la mayoría de los chicos -apabullados por la situación- se escondían. Pero ellos dos no: la pedían, intentaban, buscaban, forzaban infracciones. Les alcanzaron 25 minutos para dejar muy en claro que no pueden estar afuera del equipo.

“Mascherano me pidió que entre, que pida la pelota y que gambetee. Por suerte pudimos marcar antes de que termine el partido”, dijo el Diablito (se mataron con el apodo, que es igual que el de aquel fantástico jugador boliviano) con la claridad de aquel que deja claro que nada de lo que le digan lo va a hacer cambiar su juego.

Desde que entró, Paraguay lo padeció. Ni bien puso un pie en la cancha, un adversario le pegó un empujón sin pelota para intimidarlo. Eso hizo que la pidiera más, más y más. Los golpes generaron el efecto contrario. Lo bajaron varias veces a patadas pero el pibe se la bancó y exhibió su calidad. Al juego brusco le respondió con las mejores herramientas del fútbol:  valentía para encarar y gambetear. A los golpes se los destartala con juego. A las infracciones con habilidad. Y a la prepotencia, tirando caños.

Fue el primer capítulo del viaje de la Selección en el Preolímpico. Le quedan, como mínimo, tres partidos más: Perú, Chile y Uruguay. Echeverri abre la esperanza para que las cosas se enderecen. Redondo y Gondou hacen sus aportes. El resto, acompaña de la mejor manera posible. 

El que tiene que despertar de su letargo y entender que así como plantea las cosas, el asunto no funciona, es el entrenador. Ojalá que cambie lo necesario para enderezar el barco. De lo contrario, otra eliminación de un torneo importante está en camino.