El 29 de abril de 2006, una noticia copó los medios de comunicación de todo el mundo: “Keith Richards sufrió un grave accidente al caer de una palmera en Fiji”. La primera versión que trascendió es que el eterno guitarrista de los Rolling Stones estaba bajo los efectos de las drogas y todo indicaba que, luego de pasar décadas coqueteando con la muerte por una vida llena de excesos, el músico y compositor estaba cerca de su final por un hematoma intracerebral.

Sin embargo, en “Vida”, la autobiografía que publicó en 2010, Richards se encargó de contar su propia versión. El hecho había ocurrido dos días antes de que se supiera públicamente, el 27 de abril, durante unas breves vacaciones junto a su compañero Ron Wood y sus respectivas parejas, Patti Hansen y Josephine Wood, en medio de la gira 'A Bigger Band Tour”.

Lejos de la imagen de rockero reventado, Keith estaba en las paradisíacas islas asiáticas preparando un picnic y decidió acostarse sobre la rama de un árbol. “Nada de palmera. Era un árbol bajo y retorcido, prácticamente una rama horizontal”, aclaró. Y explicó: “Entonces oigo que dicen: ‘¡A comer!’. Había otra rama delante de mí, y pensé: ‘Me agarro a esa y me dejo caer suavemente’. Pero me olvidé de que todavía tenía las palmas de las manos mojadas y llenas de arena, y al agarrame de la rama resbalaron las manos”. Así fue como el músico cayó bruscamente sobre sus talones en la arena y perdió el equilibrio, golpeándose la cabeza contra el tronco.

Parecía ser un accidente tonto y superficial. Tanto, que Richards siguió con sus vacaciones como si nada hubiera pasado. Sin embargo, dos días más tarde, mientras paseaba en barco, volvió a caerse y comenzó a sentir un extraño dolor de cabeza. Se trataba de un malestar que nunca había experimentado y para calmarlo recurrió a un par de aspirinas, y terminó empeorando su cuadro.

“Luego me enteré que tuve mucha suerte de sufrir ese segundo golpe, porque con el primero me había fracturado el cráneo y podía haber seguido meses y meses antes de descubrirlo, o antes de morir: la hemorragia podría haber seguido extendiéndose bajo el cráneo”, precisó en sus memorias.

La noche del segundo accidente, sufrió dos ataques mientras dormía y, ante la gravedad de su cuadro, fue llevado de urgencia hasta Auckland, Nueva Zelanda, donde conoció al neurocirujano Andrew Law, que logró estabilizarlo y le dio la posibilidad de que viajara adonde quisiera para ser atendido por los mejores especialistas del mundo. Pero fiel a su espíritu rebelde, Keith decidió quedarse allí y Law, que además era fanático de él, logró salvarle la vida en solo quince días, con una cirugía que realizó el 9 de mayo, en la que le abrió el cráneo y aspiró todos los coagulos de sangre.

Mitos y verdades sobre el accidente que puso en riesgo la vida de Keith Richards
El reencuentro de Keith Richards con el doctor Andrew Law.

“No he vuelto a tener un dolor de cabeza desde entonces. Andrew Law hizo un gran trabajo”, aseguró el guitarrista. Las pautas para su recuperación eran claras: debía esperar seis meses para volver a los escenarios y tomar un medicamento llamado Dilantin para esperar su sangre, motivo por el cual le prohibieron volver a consumir cocaína. Y aunque cumplió con este último punto, al sentirse bien no pudo resistirse a volver a tocar.

A solo seis semanas de su fatal accidente, el británico volvió a presentarse junto a Mick Jagger, Ron Wood y Charlie Watts en Milán, Italia, para continuar con la gira y desde entonces no paró. “Era lo que necesitaba. Estaba listo. O te vuelves un completo hipocondríaco y haces caso a todo lo que te digas, o decides tú. Si hubiera sentido que ni podía hacerlo habría sido el primero en decirlo”, se justificó y demostró que todo lo que había pasado no había influido en lo más mínimo en su talento.

De hecho, en julio de ese mismo año se animó a debutar como actor en “Piratas del Caribe III”, donde interpretó al padre de Jack Sparrow, el personaje de Johnny Deep. Y luego, participó de un documental de Martin Scorsese en torno a dos conciertos de los Stones en el teatro Beacon de Nueva York.

“Puedo dormirme en los laureles. Creo que ya he provocado revuelo más que lo suficiente en esta vida y puedo vivir con ello y sentarme a ver cómo otros lo llevan. Pero esa palabra ‘retirarse’... Me retiraré cuando estire la pata”, adelantó. Eso sí, tomó a las repercusiones del accidente como “un interesante adelanto” de su obituario y quedó “alucinado” por la primera versión de la prensa, que aseguraba que se había caído de una palmera de diez metros de altura por querer agarrar un coco.

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