Por Belén Canonico

Agatha Christie, una de las escritoras británicas más brillantes y exitosas, es considerada la reina de la novela policial. Y a ciento treinta años de su nacimiento, sus historias siguen atrapando a miles de lectores en todo el planeta. Pero más allá de una carrera, en la que prácticamente no tuvo fisuras, la autora escondió hasta el final de sus días detalles de su vida privada que fueron revelados poco tiempo después de su muerte.

Nacida en el seno de una familia de clase alta de Reino Unido, Agatha Mary Clarissa Miller aprendió a leer de manera autodidacta a los cuatro años. Y acompañada todo el tiempo por su mamá, Clara, durante su adolescencia descubrió su pasión por la escritura y por el suspenso. Así se animó a llevar sus historias a distintos periódicos de la zona, pero fueron rechazados. Sin embargo, durante los primeros años de su juventud, no le quitaba el sueño convertirse en escritora, sino que soñaba con encontrar al amor de su vida.

Así fue como, luego de varias relaciones fallidas, conoció a Archibald Christie y se enamoró perdidamente. Tanto que aunque sus padres no aprobaban su relación, decidió casarse en secreto. Con el amor como motor fundamental de su vida, Agatha comenzó a publicar sus novelas, que rápidamente recibieron el visto bueno de los críticos literarios y de los lectores.

Una tras otra, sus historias fueron liderando los rankings de venta no solo en Reina Unido, sino en el resto del mundo. Y a medida que aumentaba su fama, más interés generaba su vida privada Pero ella seguía firme en no revelar detalles de su privacidad, porque creía que era mucho más importante destacar su trabajo.

Lo cierto es que en el mejor momento de su carrera, la vida de Agatha sufrió un giro digno de una de sus obras. Estaba feliz con su matrimonio y a pesar de que no había podido amoldarse a la maternidad y su relación con su hija Rosalind era fría, su matrimonio se mantenía a flote. Sin embargo, en 1926, luego de una larga temporada en la que solo se abocó a la escritura y un viaje a Torquay para encargarse de unos trámites tras la muerte de su madre, marcaron el fin de su pareja.

Sorpresivamente, Archie le pidió el divorcio. Durante la ausencia de Agatha, el aviador conoció a una joven de 26 años llamada Nancy Neele, con quien se casó meses más tarde. La escritora no soportaba la idea de haber perdido a quien era el amor de su vida y en un rapto de locura, al ver que su marido había dejado el hogar familiar para pasar un fin de semana con su amante, se subió a su auto y desapareció por más de diez días.

A diferencia que en sus cuentos y novelas, Christie no fue muy lúcida a la hora de esconder sus rastros. Primero encontraron su Morris Cowley a 24 kilómetros de su casa de Berkshire con algunas prendas y su registro de conducir. Luego llegó una carta con una caligrafía similar a la de la autora a la casa de su cuñado, pero no estaba firmada. La prensa estaba revolucionada y se llegó a barajar la idea de que Archie la había asesinado o que Agatha se había suicidado.

Más de mil agentes buscaban su cuerpo, sin esperanza de encontrarla con vida. Pero al duodécimo día de la desaparición, Agatha contactó a Archie y le pidió que fuera a buscarla en un Swan Hydropathic Hotel en Harrogate, donde se registró bajo el nombre de la amante de su marido. Allí, como si nada hubiera pasado esperó a Archie para ir a cenar y el aviador se vio obligado a explicar lo que había ocurrido a la prensa.

“No hay duda sobre su identidad. Es mi esposa. Sufre de pérdida de memoria e identidad. No sabe quién es, no me reconoce y no sabe qué hace en Harrogate”, declaró el hombre para no tener que exponer el verdadero trasfondo del escándalo. Mientras que Agatha nunca quiso explicar lo que había sucedido.

Como era de esperarse, su matrimonio terminó de romperse. Agatha se sumergió en una profunda depresión y por primera vez en su vida sintió un bloqueo a la hora de escribir. Pero con el tiempo, fue superando la desilusión que había vivido y hasta se volvió a enamorar. Se casó con el arqueólogo inglés Max Mallowan y su carrera volvió a repuntar. Hasta el fin de sus días siguió siendo una autora prestigiosa, pero sus fanáticos insistían en que querían saber más de su vida.

Así fue cómo escribió dos autobiografías que fueron publicadas por su hija después de su muerte, pero no cumplieron con las expectativas del público. A diferencia de sus policiales, la historia de la vida de Christie carecía de emoción, era un relato monótono que pasó sin pena ni gloria.

Pero ella siempre había tenido un as bajo la manga. Y aunque quiso llevarse el secreto a su tumba, se descubrió que en los años 30, durante el momento más crítico de su vida publicó seis novelas bajo el pseudónimo “Mary Westmacott”. Casualmente en una de estas obras contó la historia de una mujer despechada que al enterarse de que su marido le era infiel, abandonó su casa con el objetivo de matar a su pareja y a su amante y consideró quitarse la vida. También plasmó la estrecha relación que mantenía con su madre y sus problemas con su hija.

Además, las historias de Westmacott tenían la particularidad de contar con finales dramáticos y poco felices, que dejaron expuesto los dolores más profundos que atravesó Agatha Christie lejos del ojo público. De esta manera, la intimidad que tanto con tanto recelo quería proteger, salió a la luz.