Ann Freedman es la gran protagonista de uno de los escándalos más grandes del mundo del arte. Durante 32 años se desempeñó como directora de Knoedler, una de las galerías de arte más antiguas y prestigiosas de Nueva York, que fue inaugurada en 1846 y cerró sus puertas en 2011 en medio de una decena de denuncias por fraude, a raíz de la venta de obras falsas de Jackson Pollock y Mark Rothko, dos de los artistas más destacados del expresionismo abstracto. "No vendí falsificaciones a sabiendas. Estaba convencida de que eran reales", asegura Freedman en "Made You Look: una historia real sobre arte falsificado", un documental de Netflix que reconstruye el caso. Sin embargo, a veinte años del escándalo que la tuvo en el ojo de la tormenta, hay mucha gente que no cree en su inocencia.

El negocio fraudulento empezó en 1995, cuando Glafira Rosales, una mercante de arte, apareció en la galería con un buen número de obras maestras de la década del cincuenta, algo que resultó muy atractivo para Freedman, no solo por la calidad del material que le fue presentado, sino porque Knoedler necesitaba más muestras de expresionismo abstracto, que un par de años más tarde explotaría en el mercado.

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Glafira Rosales.

Estas obras nunca habían sido exhibidas ni había registro de ellas, pero para Freedman no significó un impedimento a la hora de venderlas y aceptó sin problemas la versión que le dio Rosales: que el propietario quería permanecer en el anonimato y que las había comprado a precios muy bajos. Así fue cómo a fines de los años noventa, Knoedler empezó a facturar cifras millonarias con los cuadros facilitados por Glafira, que fueron expuestos en museos, en catálogos de grandes instituciones de arte y en libros especializados en arte, como los de la editorial Taschen.

Sin embargo, lo que parecía el negocio perfecto comenzó a desmoronarse en 2007 cuando Jack Flam, de la Fundación Dedalus -que fue creada por Robert Motherwell en 1981- comenzó a sospechar que la "Elegía" de Motherwell que Freedman ofrecía en su galería no era auténtica y pidió que fuera sometida a un análisis forense. El estudio demostró que la pintura no era compatible con el método de trabajo del artista ni con los materiales que solía utilizar, motivo por el cual Flam decidió presentar una denuncia ante el FBI.

Esto desencadenó un efecto dominó que puso a Freedman bajo la lupa: ¿Todas sus pinturas eran falsas? Y ante la sospecha, Michael Hammer, dueño de la galería, le pidió que dejara su puesta de directora. Para colmo, Flam había iniciado una investigación privada en la que descubrió que Glafira Rosales estaba en pareja con el empresario español José Carlos Bergantiños Díaz, quien tenía denuncias en su contra por comerciar pinturas robadas en 1999.

Y en 2011 llegó la primera demanda contra Knoedler y Freedman, cuando el coleccionista Pierre Lagrange, que estaba en pleno proceso de divorcio quiso vender una obra de Pollock en una subasta y contrató a un experto en arte para esclarecer su procedencia. Así descubrió que lo habían engañado no dudó en iniciar acciones legales para que le devolvieran los 17 millones de dólares que había invertido.

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Una de las obras falsificadas.

El caso llegó a los medios y llevó a otros coleccionistas a seguir los pasos de Lagrange, pero Freedman se mantuvo firme en su postura y siguió sosteniendo que no estaba al tanto de las falsificaciones y que creyó ingenuamente en Rosales, quien fue arrestada en 2013. Luego de pasar varios meses en prisión, Glafira reveló que el autor de las réplicas fue el artista chino Pei-Shen Qian, quien había armado su taller en el garage de su casa de Queens y al enterarse de que el FBI iba tras él, huyó a China.

La confesión de Rosales por un lado alivianó la carga que llevaba Freedman, pero a la vez hizo que la especialista se replanteara sus 20 años de carrera. Finalmente en 2016 enfrentó el juicio de Domenico Di Sole, quien le había comprado un Pollock falso. Muchos expertos que habían admirado los hallazgos de Freedman, terminaron retractándose ante las acusaciones de fraude y la falsificación quedó expuesta. Sin embargo, pudieron llegar a un acuerdo económico para que la situación no pasara a mayores.

El caso se cerró y Freedman volvió a trabajar vendiendo obras de arte. En cambio, Glafira recibió una sentencia penal. Pasó varios meses en prisión y perdió todo el dinero que había recaudado. Y aunque nunca señaló a Ann como su cómplice en las estafas, los expertos en el tema aseguran que Freedman no pudo haber trabajado tantos años con sus obras sin conocer cuál era su origen.