La historia del insultador italiano que ayudó a una de las victorias republicanas durante la Guerra Civil Española
El narrador Paco Ignacio Taibo II estuvo años investigando si existió o no un tal Piero Malaboca, que según la leyenda desmoralizó a puras palabrotas a los fascistas durante la Batalla de Guadalajara, provisto de un potente equipo de sonido.
El nombre del personaje, que solo algunos iniciados conocen, es Piero Malaboca, y de ser cierta las acciones que se le adjudican sería uno de los tantos héroes anónimos en el triunfo de los republicanos en la gigantesca Batalla de Guadalajara, hace 85 años, en una de las más sangrientas contiendas de la Guerra Civil Española.
El veneciano Piero, que viajo a España desde un exilio suizo para unirse a las Brigadas Internacionales que apoyaban la causa de la República, era de oficio zapatero, pero la leyenda cuenta que ante todo era dueño de una verba prodigiosa y de una voz notable, que le había posibilitado trabajar un tiempo como locutor de radio
En aquella batalla, que duró doce largos días en marzo de 1937, los sublevados, que al ganar la Guerra Civil dejarían en el poder al general Francisco Franco, involucraron 50 mil hombres, de los cuales 35 mil provenían del generoso aporte al alzamiento del duce italiano Benito Mussolini.
Los republicanos, en cambio, disponían de apenas 20 mil hombres, muchos de ellos de las Brigadas Internacionales, pero manejaban una fuerza área superior a la rival, que resultó fundamental en aquel triunfo, que alentó la ilusión de que era posible una victoria final ante una alianza fascista que también apoyaba el führer Adolph Hitler.
“La derrota de los italianos en Guadalajara es un desastre comparable al de la batalla de Bailén para Napoleón”, escribió entusiasmado en aquel momento el periodista estadounidense Herbert Matthews, que cubría la Guerra Civil Española para The New York Times sin ocultar sus simpatías por los que serían luego derrotados.
Aunque parezca parte de una comedia dramática, uno de los condimentos de aquella batalla resultó el enfrentamiento en territorio español, Guadalajara queda unos 60 kilómetros de Madrid, de las tropas que obedecían a Mussolini con miles de sus compatriotas exiliados por la persecución del fascismo, es decir italianos versus italianos, en un territorio extranjero.
Dentro de las Brigadas Internacionales de apoyo a la causa de la República Española, unos 40 mil soldados, los italianos estaban nucleados en el Batallón Garibaldi, pero además había alemanes, franceses, austríacos, belgas, yugoslavos, cubanos, argentinos (unos 700), estadounidenses, ingleses, suecos, polacos, yugoslavos.
En ese momento de la Guerra, el Batallón Garibaldi formaba parte de la XI Brigada Internacional, que completaban el Batallón Edgar André, integrado por alemanes, el Batallón Commune de Paris" compuesto por franceses y belgas y el Batallón Dabrowski, que agrupaba a polacos, húngaros y yugoslavos.
En las Brigadas Internacionales combatieron entre otros hombres famosos en el mundo entero el luego ministro de Cultura de Francia André Malraux, el escritor estadounidense y premio Nobel de Literatura Ernest Hemigway, el muralista mexicano David Siqueiros y el futuro canciller de la República Federal Alemana entre 1969 y 1974, Willy Brandt.
También lo hicieron durante aquellos tres años de conflicto armado Enver Hoxha, primer ministro de Albania entre 1944 y 1985, Josip Broz Tito, el hombre fuerte de Yugoslavia entre 1943 y 1980 y Wilhelm Zaisser, ministro de Seguridad del Estado de la República Democrática Alemana entre 1950 y 1953
Aunque seguramente no se conocieron entre sí, también combatieron por la República española el escritor inglés, nacido en la India, George Orwell, autor de “1984” y “Rebelión en la granja” y el anarquista ucraniano Simón Radowitzky, que había estado 21 años preso en la Argentina por haber matado en 1909 al Jefe de Policía Ramón Falcón.
El triunfo republicano en Guadalajara tuvo gran repercusión, cuando el resultado final de la Guerra Civil era incierto: para los analistas bélicos europeos los hombres de Mussolini, que no conocían el terreno se habían equivocado atacando con tanques una defensa nutrida de artillería pesada y sin suficiente apoyo aéreo.
El brigadista italiano Malaboca, al que los españoles le decían Malalengua no era uno más entre los antifacistas nucleados para combatir con armas a los facistas en territorio ajeno: inventó un método original para desalentar al enemigo, acaso un antecedente de lo que luego sería llamada “la batalla cultural”.
Malaboca llevó a cabo lo que el escritor Paco Ignacio Taibo, nacido en España, bisnieto de italianos y radicado de niño en México, llamó “la guerra de palabras”, en su notable ensayo “Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX”, publicado en 1998 por Editorial Planeta.
Al principio, provisto de un megáfono, en medio del frío, de la nieve, y de hombres impacientes por ir al combate, un internacionalista decía a sus compatriotas del bando sublevado: “Hermanos italianos, el pueblo de España lucha por su libertad. Deserten. Venid a nosotros, los recibiremos como camaradas, nosotros los hombres del Batallón Garibaldi”.
Pero el veneciano, según dice el autor que le contó un sobreviviente de Guadalajara, Eusebio Carranza, iría un paso más allá: primero pidió participar de los interrogatorios a los prisioneros adversarios y luego empezó a sacarles informaciones en apariencia inútiles, vinculadas a la vida cotidiana, y las costumbres de los hombres que estaban del otro lado de la línea de fuego, para luego vociferarlas durante horas.
Cuando desde Madrid llegó una camioneta con dos altoparlantes, que hasta allí había servido para la publicidad ambulante de un circo, aquel hombre con el apellido, ¿o el apodo? más apropiado del mundo agregó a la lectura de los comunicados políticos, intercalados con canciones como “Bandiera rosa” o “Bella ciao”, parlamentos de su propia creación.
“Rindete, Mariani”, irradiaban aquellos parlantes poderosos, cuyos sonidos estaban todos obligados a escuchar, quisieran o no. “Tu mujer es un poco puta y no te espera, ya te puso los cueros con Alfredo, el boticario… Leone, maricón, serás capitán pero abusas de los reclutas”.
“Roselli ¿estás ahí? ¿sigues teniendo pesadillas? Ladrón, marrano, que en el pueblo pesabas de menos la carne. Fascista de mierda, nadie te quiere”, ladraba. “Leoni, te llamas a ti mismo oficial y te sacas los mocos con el dedo enfrente de tus soldados. ¿Te llamas oficial, maricón, y corres cuando te bombardeamos?”.
Según el relato de escritor, una noche tuvieron que casi sacarlo del micrófono para que durmiese, pero antes espetó a los adversarios: “Nosotros, los verdaderos italianos, nos despedimos ahora. Dentro de un rato iremos a veros personalmente. Y recuerden, perros fascistas, el capitán Aldo se roba las latas de comida”.
Malaboca, que era chiquito, “una especie de gnomo” y sabía mucho de fútbol, le contó Carranza al autor, actual director del prestigioso Fondo de Cultura Económica, era capaz de lanzar insultos interminables, entre ellos uno de diez palabras que decía “hijo de tu rastrera, puta, sifilítica, triste y apenada pobre madre”.
Las características del personaje, incluyendo su apellido, así como la falta de documentación que pudiese ayudar a comprobar la autenticidad de su existencia, o de los hechos que se le atribuyeran, hicieron que el narrador dudase sobre la veracidad del relato, hoy legendario, por lo que se abocó a una investigación que duró muchos años.
Luego de décadas, en el Archivo Gaumont, de París encontró un par de escenas de los días de combate en Guadalajara y allí al final, sus ojos descubrieron un detalle definitorio: el camión publicitario con sus dos grandes altavoces, casi clavado en una trinchera, en un fragmento que pidió que le repitieran media docena de veces.
En la filmación, sosteniendo el micrófono “como sin darle importancia, como si estuviera habituado a ello”, descubrió a Malaboca, “un hombre de nariz afilada, pequeño, escaso pelo y rizado, y sonrisa maligna”, vestido con “una chaqueta forrada”.
Ese hombre, que en el documento fílmico parece tan natural consumando su tarea micrófono en mano, sin usar “la fuerza del que no sabe hacerlo” ni caer en los gestos que apoyen sus palabras “porque tiene que concertarse para ver a sus supuestos oyentes” era indudablemente aquel insultador antifascista, concluye.
“Lo que aquí se cuenta es muy bello para ser mentira”, remata el autor, uno de los narradores vivos más importantes de la historia de la literatura latinoamericana, acaso jugando con el famoso refrán italiano que afirma “Se non è vero, è ben trovato” cuyo significado puede traducirse al castellano como “Si no es verdad, está bien contado”.