Helen Keller nació completamente sana el 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, Alabama, Estados Unidos. Durante los primeros meses de su vida se desarrolló como cualquier nena de su edad: jugaba, caminaba y decía sus primeras palabras. Sin embargo, poco antes de cumplir dos años sufrió una “fiebre cerebral” -que actualmente se cree que fue una meningitis, escarlatina o incluso dengue- que hizo que perdiera la vista y la audición. Parecía que estaba signado en su destino que no podría hacer una vida normal, pero con la ayuda de Anne Sullivan, su maestra y confidente, no solo se convirtió en escritora y activista, sino que logró importantes avances en la educación especial, motivo por el que en la fecha de su cumpleaños se conmemora el Día Internacional de la Sordoceguera.

Helen vivía en el campo junto a su familia y había desarrollado un lenguaje con gestos para comunicarse. Sin embargo, con el paso del tiempo su carácter se volvió indomable, ya que se frustraba por sus limitaciones. Así fue como su madre, inspirada en la historia de Laura Bridgman -la primera mujer sordociega estadounidense en recibir educación formal- buscó una institutriz para que acompañara y ayudara a relacionarse con el mundo.

Anne Sullivan, una egresada del Instituto Perkins para Ciegos, se convirtió en su instructora y su compañera durante casi cincuenta años. El trabajo no fue fácil. Para que pudiera leer y escribir en braille, deletreaba cada palabra en las manos de Helen, quien al principio estaba reacia a este método pero al darse cuenta de que finalmente contaba con herramientas como vincularse con su familia, pares y su maestra, se entusiasmó tanto que nunca dejó de aprender. Y en cuestión de semanas no solo estaba capacitada para leer y escribir, sino que podía leer los labios al apoyar su mano en la boca de su interlocutor y percibir sus movimientos.

Keller se convirtió en la primera persona sordociega en obtener un título universitario. Con el acompañamiento de Sullivan y la técnica del deletreo se graduó con título de honor de la Radcliffe College en 1904. En paralelo a sus estudios comenzó a escribir “La historia de mi vida” (1903), su primera obras, y se afilió al Partido Socialista, con el que apoyó la Revolución Rusa y abogó por el voto femenino y los derechos de los trabajadores.

Su participación política hizo que su imagen pública, que ya había tomado relevancia por sus logros académicos, ganara algunos detractores, pero Keller estaba convencida que su paso por la vida estaría destinado a involucrarse con causas que creía justas.

A partir de 1924 se dedicó de lleno a luchar por los derechos de las personas con discapacidad, que solían pasar su vida en asilos, y se convirtió en una célebre oradora. Recorrió el mundo dando charlas y recaudando fondos, redactó infinidad de artículos y publicó catorce libros. En 1936, sufrió un gran golpe anímico tras la muerte de Sullivan, pero continuó con su carrera con determinación.

Helen Keller, la escritora y activista que venció todas sus limitaciones
Helen Keller y el presidente de EEUU, Dwight Eisenhower, en 1954.

Su vida fue fuente de inspiración para el mundo artístico. En 1954 participó en el rodaje de “Helen Keller in Her Story”, un documental dirigido por Nancy Hamilton que ganó un Oscar al Mejor Documental Largo. Años más tarde, su historia llegó a Brodway con la obra “The Miracle Worker”, dirigida por William Gibson, que también fue adaptada a la televisión. Este proyecto tuvo una secuela llamada “Monday After the Miracle”, que fue llevada al cine. En 1984 se estrenó el drama “The Miracle Continues” en la televisión estadounidense, enfocado en sus primeros años en la universidad. Y en 2005 llegó a la pantalla grande “Black”, una película hindú que narra su infancia hasta su graduación.

A principios de la década del sesenta, la salud de Keller comenzó a debilitarse y luego de sufrir una serie de derrames cerebrales, se vio obligada a movilizarse en silla de ruedas. Sus apariciones públicas se volvieron cada vez más esporádicas y por eso, no estuvo presente en la ceremonia en la que el presidente Lyndon Johnson le otorgó la Medalla Presidencial a la Libertad, como reconocimiento a todos sus logros. La escritora y activista falleció el 1º de junio de 1968, a los 87 años, y dejó como legado una vida inspiradora.