Neil Young. El hombre, el músico, el hippie, el cowboy solitario. El inquieto, el insatisfecho, el creativo. El amante del medioambiente, de los autos, de los trenes Lionel, del sonido más puro. El creador, el inventor, el desarrollista. El folkie, el rockero, el padrino del grunge. Protagonista absoluto de la música popular de los últimos 50 años editó algunos de los mejores discos de la historia del rock: After the gold rush (1970), Harvest (1972), On the beach (1975), Rust never sleeps (1979) y Freedom (1989). Tocó con Buffalo Springfield, con Crosby, Stills & Nash, con Crazy Horse, con The Stray Gators, con Daniel Lanois, con Booker T & The MG’s. Le pegó a George W. Bush, a Monsanto y otras corporaciones, también a Lynyrd Skynyrd aunque después se arrepintió. 

Tuvo tres esposas: Susan, Carrie y Pegi, y se separó de las tres. Tiene tres hijos: Zeke, Ben y Amber. El primero padece parálisis cerebral y el segundo es tetrapléjico. Dos golpes duros que le dio la vida y que sin embargo canalizó con amor, con música y con la creación de una escuela para educar a niños con necesidades especiales.

Las muertes de sus grandes amigos y compañeros de ruta David Briggs, Danny Whitten, Jack Nitzsche y Ben Keith también lo hicieron tambalear. Todas esas experiencias están retratadas en sus canciones que, en algún punto, también retratan las nuestras. Porque es imposible desprendernos de temas como Don’t let it bring you down, Heart of gold, Out on the weekend, Old man, Like a hurricane, Powderfinger, Helpless o See the sky about to rain.


Pero cuál es el secreto de esas y otras tantísimas canciones que escribió a la largo de su vida. Así lo explicó en sus memorias, El sueño de un hippie:

“¿Te has preguntado alguna vez qué hace falta para componer una canción? Ojalá supiera los ingredientes exactos, pero no se me ocurre nada específico. Para mí, las canciones son producto de la experiencia y de una alineación cósmica de circunstancias. Es decir, quién eres y qué sientes en un momento determinado. He escrito muchas canciones. Algunas no valen nada. Algunas son geniales y otras pasables. Eso es lo que opina la gente. Para mí son como hijos. Nacen, crecen y luego se valen por sí mismas en el mundo. (…) Mis canciones comienzan con una sensación. Oigo algo en mi interior o siento algo en el corazón. Otras veces cojo la guitarra y me pongo a tocar sin pensar en nada. Así nacen muchas también, cuando no pienso en nada. Pensar es el mayor enemigo para componer. Comienzo a tocar y sale algo nuevo. ¿De dónde sale? Qué más da. Hay que dejarse llevar. Es lo que hago. Nunca lo juzgo. Lo creo. Llega a mí como un regalo cuando me pongo a tocar. Los acordes y las melodías aparecen por sí solos. No es el momento de analizar ni preguntarse nada, sino de familiarizarse con la canción sin cambiarla. Es como un animal salvaje, un ser viviente. No hay que ahuyentarlo. Ese es mi método, o en cualquier caso, uno de mis métodos”.