Especial El ojo del arte

La Aurora, del escultor francés Émile Edmond Peynot, tiene dos extraños récords: es el monumento más mudado de la ciudad de Buenos Aires y, además, es una de las obras del patrimonio cultural porteño que más veces fue restaurada.

La escultura, realizada en mármol de Carrara y adquirida a Francia en 1914, representa a una joven diosa alada que emerge de las tinieblas, simbolizando el amanecer. La Aurora se eleva en ritmo ascendente, acompañada por otras dos figuras femeninas que surgen de la piedra. En la parte posterior un labrador y dos bueyes aluden a la ganadería. Su estilo neoclásico se caracteriza por la idealización de la figura humana y la búsqueda de la belleza y la armonía.

Emplazada originalmente en la Plaza Congreso, la historia de la reubicación de La Aurora está plagada de controversias. En 1942, fue trasladada a la Plaza Lavalle para reemplazar el monumento ecuestre al General Alvear, que había sido enviado a Francia para ser fundido. La decisión generó críticas por parte de quienes consideraban que la escultura no era apropiada para el contexto militar de la plaza.

En 1967, la escultura fue reubicada nuevamente, esta vez en el Parque Lezama. Sin embargo, su ubicación en un sector apartado del parque la dejó expuesta al vandalismo y la desidia. Finalmente, en 1978, se decidió emplazarla en el Parque Centenario, donde se encuentra hasta el día de hoy.

La Aurora no es solo una obra de arte, sino también un símbolo de la ciudad de Buenos Aires. Su constante movimiento a través de diferentes espacios públicos, pese a sus veinticinco toneladas de peso, refleja la dinámica y la transformación constante de la urbe.

A pesar de su valor simbólico, ha sufrido un importante deterioro a lo largo de los años. El vandalismo, la erosión y la falta de mantenimiento pusieron en riesgo la integridad de la obra. Según el MOA (Monumentos y Obras de Arte de CABA), el monumento registra a lo largo de los años más de veinticinco intervenciones por roturas y pintadas. En 2023, se realizó una restauración integral que permitió recuperar su estado original.

Esta escultura con una historia itinerante finalmente encontró su lugar. Desde hace cuarenta y cinco años se eleva en uno de los extremos del lago del Parque Centenario, donde permanece en equilibrio con La Victoria Alada, de Eduardo Rubino, monumento de bronce ubicado en el otro extremo. Nobles figuras femeninas, guardianas del espacio público y musas de aquellos que se dignan a contemplarlas, tienen su espacio y reconocimiento bien ganado.