Por Federico A. Musicmann*

El domingo 15 de marzo, día en el que cumpliera años mi querida Baba (abuela en ruso) nos dispusimos con mi esposa a charlar con nuestros hijos de 11 y 8 años.

"Muchachos, tenemos que hablar de lo que está pasando. Desde ahora en adelante las clases están suspendidas". Ni bien terminé de decir esas palabras ambos comenzaron a reír y festejar la noticia. Lo que no sabían, era lo que acontecería en los días siguientes.

Mientras, los padres en silencio y con preocupación pensaban cómo serían los próximos meses. ¿Cómo haremos para trabajar con los niños en casa? ¿Qué pasará con el ciclo lectivo?

Con el discurrir de los días, ciertas preguntas comenzaron a esclarecerse: las instituciones educativas comenzaron a informar a los padres cómo retomarían las actividades bajo la modalidad "a distancia". Algo inédito para todos.

El problema ya no era el virus. Declarada la cuarentena como forma sanitaria de respuesta frente a la "amenaza del virus", ¿cómo debían llevarse adelante los dispositivos educativos?

El encierro no sólo afectaría a lo educativo sino también al mundo laboral. Así fue como los padres y los niños quedaron afectados, en iguales circunstancias: sin poder salir de sus casas y con tareas a distancia.

Ahora bien, ¿qué quería decir eso?

La casa se transformó: dejó de ser exclusivamente un ámbito de relajación y esparcimiento para transformarse en un espacio de trabajo y educación. Ahora padres e hijos debían trabajar y estudiar en el mismo espacio, compartir recursos y establecer un orden.

Con el correr de las horas, nuevas tensiones y obstáculos afloran: "Pá, la compu no funciona", "pá, internet se colgó", "má, no se escucha..."

Se hace necesario charlar nuevamente con los niños y transmitirles un nuevo contexto, con pautas y rutinas: tiempos de estudio, tiempos de trabajo, tiempos recreativos en los que haya no sólo dispositivos electrónicos sino también, tiempos de colaboración en las tareas del hogar.

¿Dónde quedó la escuela? ¿A qué nos referimos ahora cuando hablamos de escuela, educación, aprendizaje?

Así como se modificó el dispositivo laboral, la escuela y el modelo educativo tal como lo conocimos también debió

transformarse.

El desafío es inventar un nuevo dispositivo. Y eso implica crear una nueva escuela, aunque no desde cero. La experiencia anterior es útil, pero no suficiente para un nuevo punto de partida.

Los referentes institucionales deben sentarse con los docentes de sus equipos a diseñar una nueva propuesta: ¿Qué materias priorizar?, ¿cuánto deben durar las clases?, ¿cuántos alumnos pueden participar en cada clase?, ¿qué elementos didácticos utilizaremos?, ¿cómo funciona internet?, ¿qué clase de alumno estará del otro lado?

Con el transcurrir de las semanas y cierta praxis, se lograron armar nuevas grillas con propuestas educativas: se incorporaron herramientas tecnológicas en algunas escuelas que darían marco al nuevo dispositivo según los nuevos tiempos: tiempo de conexión directa con docentes vía Zoom, tiempos de envíos de tareas por mail o alternativas según cada colegio y tiempo de tareas autónomas por parte de los alumnos.

Podríamos llamar a esto ¿la escuela del presente?

Los niños comenzaron a responder desde su singularidad: se divierten explorando las características digitales y modificando los fondos de pantalla, rotando las imágenes, ingresando a los chats privados, usando los celulares para reírse con sus compañeros.

Algunos comienzan a mostrarse más autónomos y buscan en los grupos de chats a sus amigos para hacer tareas juntos o preguntar cosas que los padres no sabemos.

Es condición para que el aprendizaje funcione, que se apoye en el soporte afectivo entre ambos actores del vínculo asimétrico. Difícilmente funcione el eje del aprendizaje si no está constituido el soporte afectivo entre el docente y el alumno. La ausencia de dicho soporte es la dificultad que hoy enfrentamos.

¿Cómo se construye esto a la distancia?

El resultado que esto producirá si logramos que funcione, es el deseo por el aprendizaje, donde dado ese vínculo privilegiado, el docente logra causar ese deseo singular en sus alumnos, despertando el conocimiento como un campo de despliegue. Ese deseo marca de manera indeleble a cada niño.

El afecto y el deseo tampoco parecen entrar por la fibra de internet. Por eso, docentes y alumnos redoblan sus esfuerzos. Este trabajo digital y asimétrico que ambos hacen, expone las dificultades y los límites. Los testimonios de los docentes relatan que es muy complejo enseñar a través de lo digital, mantener despierta y atenta a la clase y registran un enorme cansancio incomparable al que tenían cuando asistían a la escuela.

Los niños dicen que se aburren, que no los entusiasma lo digital, se distraen fácilmente. Los padres no logran sostener la rutina mínima y necesaria para que sus hijos estén en condiciones de conectarse y aprender.

Para finalizar: la novedad es que esos niños que antes festejaban el comienzo de unas supuestas vacaciones ahora piden a gritos volver al colegio, a disfrutar en la escuela el juego de la socialización y el del aprendizaje.

(*) - El licenciado Federico A. Musicmann es psicólogo y consultor; Twitter, @fmusic1972; Instagram, lic.fedemusic.