Un nuevo contrato social entre la Humanidad y la Inteligencia Artificial (si Asimov viviera...)
El avance de la Inteligencia Artificial y la posibilidad de que, junto a los humanos, se beneficien mutuamente.
La reciente presentación de la tecnología chat GPT de la empresa Open IA por parte de Microsoft puso nuevamente ante nuestros ojos el impacto de la Inteligencia Artificial, un tsunami que desplaza el eje mismo de nuestra vida y nos sumerge en un terreno desconocido.
La distribución del mundo, según el cual los humanos somos sujetos de derechos y obligaciones y diseñamos tecnología pasiva sometida a nuestro control, es una cosmovisión que ha caducado y esto nos obliga a pensar de una manera diferente nuestra cotidianidad.
Premonitorio, ya en 1991 Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota nos cantaban desde el casete en nuestros walkmans: “Hordas de notables con los secretos para hacer, un negocio tan pequeño y simple como vos”. Pues bien, hace tan solo unas semanas, ejecutivos de la industria pidieron detener por seis meses los avances en inteligencia artificial, argumentando que se trata de una potencial amenaza para la humanidad. La declaración fue firmada por mil notables, incluidos entre otros Elon Musk y el cofundador de Apple, Steve Wozniak.
¿Qué estará sucediendo para que los mismos que la crean pidan disminuir la velocidad de los cambios? Parecería ser que tienen el secreto para crear dispositivos tan pequeños y simples como vos.
Un informe de Goldman Sachs señala que la IA podría reemplazar 300 millones de empleos; pero tranquilos, no nos pongamos paranoicos, esto también puede significar dos cuestiones revolucionarias: la creación de nuevos trabajos que antes no existían y un aumento de la riqueza mundial.
Para que esta revolución suceda orgánicamente, no debemos temer que la Inteligencia Artificial nos sustituya, tenemos la obligación de pensar en una sana distribución de competencias en función de las capacidades diferenciales que tienen las máquinas y personas, y diseñar ecosistemas que saquen los mejores rendimientos de ambos.
Por ejemplo, las nuevas tecnologías resultan altamente productivas en razonamientos cuantitativos, pero menos eficiente en funciones sensomotoras básicas. De manera que son los trabajos repetitivos de oficina, los que se están viendo más rápidamente afectados.
Pareciera ser que lo que viene es el triunfo de la originalidad. La IA (por ahora) carece de creatividad, de empatía, de habilidades interpersonales y también de la capacidad para ganarse la confianza de sus interlocutores.
Cuanto más necesarias sean la compasión o la creatividad en un determinado trabajo, menos probable será que se sustituya a los seres humanos en esas labores.
Me podrían decir que la IA puede crear originariamente a partir de lo ya creado, y eso es verdad, pero lo que todavía no puede en esta etapa de su desarrollo es crear disruptivamente. Hannah Arendt, nos dice que somos animales con grandes hábitos e inercias, pero también capaces de hacer milagros, de hacer algo insólito como revoluciones, innovaciones y ruptura con la tradición.
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Lo característico de esta nueva etapa en el mundo del trabajo puede ser el agotamiento de la labor tediosa y su conversión hacia trabajos más satisfactorios, en donde el emprendedor suplante al empleado en relación de dependencia y se recupere la vida activa sin alienación en el trabajo.
Pero, como estar preparados, máxime, si la idea que tenemos de nosotros mismos y nuestra función social ya está viéndose cuestionada y si lo que hemos aprendido en nuestra educación quizá pronto no sirva.
Bueno, lo que diferenciará a los ganadores de los perdedores es la capacidad tanto para captar la magnitud del cambio como para adaptarse a tiempo.
En vista de esto, es central que los Gobiernos, las empresas y las universidades, para el corto plazo, determinen qué clase de trabajos otorgarán a los seres humanos una ventaja sobre las máquinas y en base a ello, promuevan puentes entre las empresas y el sistema educativo para la creación de carreras cortas que capaciten en esos empleos.
A la vez, y pensando para el largo plazo, se avengan a la tarea de planificar modalidades y planes de estudio que nos doten de capacidades blandas que nos permitan mantener la empleabilidad liquida que nos aguarda.
Las cualificaciones específicas tendrán menos peso que las transferibles; la adaptabilidad, el pensamiento crítico, la compasión y la autoconciencia son las capacidades que nos permitirán manejarnos en el cambiante mundo laboral.
Para finalizar me gustaría mencionar dos cuestiones relevantes
En primer lugar, señalar que el escritor Isaac Asimov (1920-1992), nos adelantó la necesidad de la construcción de este nuevo contrato social. En sus libros, diseñó sociedades en torno a la relación entre la humanidad y las IA. Si viviera, me imagino, nos advertiría que avancemos hacia lo desconocido sin temor, pero con una profunda reflexión histórica y filosófica.
Lo que tenemos por delante es un nuevo contrato social, pero esta vez, no estará constituido solo por los hombres, debemos iniciar una especie de diálogo en el que humanos y máquinas negociemos escenarios aceptables pensando en la igualdad, el impacto sobre el medio ambiente, los valores solidariamente democráticos y el desarrollo integral de las personas.
La segunda cuestión es que la Argentina es un país con muchas dificultades, pero, todavía, con una base de educación y creatividad muy elevada.
En esta revolución intelectual que la humanidad esta emprendiendo, tenemos mucho para dar; el mundo esta ávido de ideas transformadoras, y Argentina esta plagada de gente formada, con ideas y ganas de emprender, es nuestra tarea como sociedad, acompañar y premiar esas trayectorias.
(*) Politólogo, Asesor parlamentario