Nuestras actitudes cotidianas resultan constitutivas de nuestra identidad, en cada pequeña decisión que tomamos nos enfrentamos a una disyuntiva crucial: hacer las cosas bien o hacerlas mal, tan simple como eso.

Muchas de las ideas que revolucionaron el pensamiento en la política, en la filosofía y en la historia, están enfocadas a describir cómo establecer pactos de convivencia y acuerdos como prácticas que se anticipan al contrato social.

Immanuel Kant, un filósofo y científico alemán de fines del 1700, nos proporcionó una prueba para determinar si las acciones son correctas o incorrectas; para esto elabora lo que denominó imperativos categóricos: “Actúa como si tu acción debiera tornarse por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”, es decir actúa como te gustaría que actuasen todas las personas, como si tu conducta fuera una ley que todos tuviéramos que seguir por un impulso interior irrefrenable.

Imagínate si la vida fuese exactamente como vos te comportas. Yo creo que es así, que la realidad no es ni más ni menos que la sumatoria de nuestras conductas.

Por eso, te propongo que hagamos juntos un ejercicio colectivo de introspección y le reconozcamos a ese juez inapelable que es la conciencia, que, con cierta regularidad rompemos las reglas sociales.

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El desorden que provocamos en el tránsito, el no pago de impuestos, la contaminación ambiental de carácter individual, son todas manifestaciones del producto colectivo de esas decisiones individuales: una cultura muy arraigada a la avivada, parecida a ese fanfarrón insoportable que cree que puede saltarse todas las normas.

Parecería ser que la falta de reconocimiento y de un sistema sólido de premios y castigos cimentan un modelo de sociedad: la Argentina tiene tendencia a la anomia y más específicamente a la ilegalidad, en mayor o menor grado todos incumplimos con afán de exfoliar algún beneficio o disfrutar de un privilegio.

Carlos Nino, un filósofo del derecho argentino, nos introduce (en un libro que recomiendo con profunda pasión: “Un país al margen de la ley”) un término duro pero ejemplificador: Argentina sufre de anomia boba”, porque la sistemática vulneración de las normas afecta valores como la solidaridad, la confianza, la seguridad y la previsibilidad, generando una acción colectiva ineficiente.

Son las pequeñas conductas anómicas las que configuran una sociedad que no puede dar respuesta a las demandas de manera colectiva: somos cada uno de nosotros pequeñas bombas que dinamitan el desarrollo.

Estamos transitando los 40 años de democracia, la sensación generalizada es que este sistema de organización social y política, aún imperfecta pero la mejor que hemos logrado, no satisface nuestros sueños y anhelos.

Nuestras decisiones aisladas e inconexas podrían explicar por qué la anomia boba opera en sí misma como el factor principal que produce tal ineficiencia y nos conduce al fracaso democrático.

Es tiempo de recordar que no puede haber sociedad sin respeto por el otro. Que las acciones individuales, por pequeñas que sean, son las que rigen la acción colectiva, y que romper las normas, más temprano que tarde, conduce a una frustración que fragmenta.

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Desde el titulo te señalé que estamos a tiempo de cambiar, hay un camino hacia el desarrollo de una sociedad de iguales que parte del apego a la norma como mecanismo orgánico de resolución de conflictos: es el camino de la ley frente a la violencia y la desigualdad, de los valores solidarios y la empatía con quienes poco a poco van perdiendo sus sueños.

Debemos enfrentar este problema cultural, causa principal de nuestro subdesarrollo, y para esto son de vital importancia los valores ciudadanos, la educación y la plena vigencia de las instituciones.

La salida no es individual, es colectiva. Y requiere una visión compartida de futuro, un profundo proceso de discusión pública, y la construcción y jerarquización de nuevos valores para hacer coincidir el bienestar individual con el colectivo, dejando atrás el “sálvese quien pueda” y premiando actitudes de lealtad normativa que propendan al bien común.

Te propongo un pacto, abandonemos la indiferencia y construyamos juntos, con nuestros pequeños actos cotidianos, el lugar donde nos gustaría vivir.

(*) Politólogo, asesor parlamentario