El paradigma de aprendizaje está cambiando: diversas disciplinas científicas demostraron a lo largo de las últimas décadas que la inteligencia emocional es fundamental para lograr vínculos empáticos y sanos tanto en la infancia como en el futuro.

Desde que el psicólogo Howard Gardner desarrolló la teoría de las Inteligencias Múltiples, el paradigma clásico que priorizaba la enseñanza de la inteligencia lógica matemática como la única realmente válida para alcanzar el “éxito” en el futuro, perdió protagonismo y dio la posibilidad para que nuevos educadores, profesionales de la salud y por supuesto, madres y padres, se replantearan qué tipo de respuestas se encontraban dando a las emociones de sus hijos/as ante los conflictos cotidianos.

NA dialogó con Eli Delacour, educadora especializada en Neurociencia e inteligencia emocional, acerca del rol fundamental de la gestión de emociones en la infancia y sobre las pautas principales que deberíamos tener presente los adultos.

“El primero paso que los adultos debemos dar para ayudarlos a gestionar las emociones, es aprender a reconocerlas. Hay que poder nombrarlas, mencionarlas y vivenciarlas. Contamos con seis emociones básicas: la sorpresa, el desagrado, la alegría, la tristeza, el enojo y el miedo. Muchas veces, se desencadenan las emociones segundarias que son un mix entre dos emociones primarias”, explica Delacour. “Una vez que identifico lo que me pasa, hay que aprender a nombrarla. Es decir, determinar qué conductas o características, por ejemplo, me generan ganas de llorar. El llanto puede estar asociado a la tristeza, al enojo, o a la alegría. Hay que seguir indagando para llegar a la emoción que prevalece y una vez que las reconocemos, recién entonces se pueden gestionar”, detalla.

Asimismo, Delacour cuenta que existen cinco aspectos básicos de la educación emocional a tener en cuenta: La autoconciencia: que es poder reconocer las emociones; la autorregulación que está vinculada con el control de las emociones; la motivación; la empatía que involucra la capacidad de ponerse en el lugar del otro; y las habilidades sociales con foco en la comunicación.

Cómo ayudar a las infancias a gestionar sus emociones

Primer paso: poner en palabra las emociones para reconocerlas. “Si se puede incorporar en la rutina familiar el diálogo con ellos acerca de cómo se sienten, el resto del camino resulta más fácil. A medida que crecen pueden escribirlo, incluso hablar un diario de emociones para anotar las emociones que sintieron en su día. Pensemos que una emoción dura solo 10 segundos en nuestro cerebro; aprender a gestionarla (en nosotros y en las infancias) nos ayuda a salir de esa emoción más rápido evitando que quedemos presos de ella durante todo el día.

Segundo paso: reconocer las emociones en los demás a través de la empatía. “Tener la capacidad de darnos cuenta que a otras personas (compañeros de escuela, hermanos, amigos del barrio) también le suceden cosas y tiene distintas formas de expresar lo que están sintiendo, es clave para lograr ser empáticos ya sea con su dolor, tristeza o alegría, entre otras emociones primarias”.

Tercer paso: Encontrar un método o estrategia para educar o criar a cada infancia. “De acuerdo a cada personalidad, a un chico le puede servir respirar para calmar el miedo o el enojo, pero a otro por ejemplo, eso puede alterarlo más y en su caso sea mejor salir a dar una vuelta o poner música y bailar. Como educadores o cuidadores es importante tener en cuenta la personalidad de cada uno para ir logrando la mejor estrategia posible para gestionar esa emoción. En la escuela, en tanto, cada educador tendrá que ver de acuerdo a su grupo cuáles son las pautas que mejor funcionan para la gestión de emociones.

Por último, establecer momentos de conversación donde cada niño/a pueda expresarse. “Hacer preguntas donde puedan responder más allá de un sí o un no.  Preguntas donde puedan contar una situación (lo que pasó durante el día en la escuela), y una vez que el diálogo se abra, consultar cómo se sintieron con lo vivido; si hubo un conflicto puntual, cómo cree que se sintió la otra parte también; o qué hubiera hecho diferente o qué es lo que lo puso triste y lo enojó. Es clave que ellos se sientan escuchados, atendidos y que puedan mostrarse vulnerables sin miedo. Que reconozcan que está bien demostrar lo que sienten y que se puedan permitir estar enojados”.

La represión emocional: “No te enojes”, “no llores”, “no es para tanto”.

La experta consultada también habló de lo que pasa entre los cuidadores, educadores y todas aquellas personas que hoy superan los 25 años, quienes en su mayoría fueron educadas bajo paradigmas restrictivos y negadores respecto las emociones. Mostrarse “emocional” era un signo de debilidad, y en un mundo donde los “fuertes” llegan a la meta, la consecuencia inmediata fue negar todo tipo de emoción. Poco a poco eso fue cambiando, sin embargo, para que las nuevas generaciones sean educadas más libres en este sentido, también es prioridad que los adultos indaguemos sobre nuestras propias emociones y nos permitamos mostrarnos vulnerables ante los ojos de las infancias.

Vivimos varias generaciones de adultocentrismo donde no se nos permitió expresar lo que nos pasaba, lo que nos dolía, enojaba o asustaba: las consecuencias de es abordaje emocional hoy se ven hoy en nuestra sociedad, con baja tolerancia a la frustración, agresividad constante, distintos trastornos en la personalidad, la inseguridad y falta de autoestima, entre otras. Por ejemplo, cuando un niño se lastimaba antes de preguntar cómo se sentía con eso que pasó, enseguida el adulto resolvía con un “listo, no pasa nada”: se tapaba o se quitaba importancia a lo sucedido. De a poco eso fue cambiando y se le fue dando lugar a esa emoción que se despertó ente determinado conflicto”, detalla la educadora consultada.

Los cambios también se ven en los estereotipos de género: A las nenas se le decía, “si te enojas tanto te vas a poner fea o arrugar”, a los nenes, “los varones no lloran”.
Entonces, como mencionamos al inicio de esta nota, para poder gestionar las emociones primero hay que poder comunicarlas, y para eso, es clave reconocerlas y dejar de reprimirlas.

Salud mental infantil: cómo ayudar a las infancias a gestionar las emociones

- ¿Cómo hacemos para dejar de reprimir nuestras propias emociones luego de tantos años de educación restrictiva en este sentido?

- Hay que hacer el esfuerzo por repensarnos porque los adultos educamos a través del ejemplo. Lo que hacemos (por encima de lo que decimos) es la clave en el aprendizaje. Por eso, tanto en la familia como en la escuela, la estrategia o método más eficaz que podemos encontrar para educar a través del ejemplo: Si ellos nos ven reprimiendo nuestras emociones, ya sea porque no nos lo permitimos o nos avergüenza, ellos también van a aprender que mostrarse vulnerables no está bien o no es lo esperable.

- ¿Cuáles son los principales riesgos de desatender las emociones en las infancias?

- Fomentar la invalidación emocional con serias consecuencias: cuando las infancias no logran expresarse libremente con sus emociones y contar cómo se sienten, se observan problemas directamente relacionados en el desarrollo de la personalidad, problemas de atención en el aula, retrasa el desarrollo de la autonomía, agresividad verbal y física y autoagresión, entre otras. Muchas veces, los problemas de conducta tienen que ver con las emociones reprimidas”, indica.

Dos consejos para educar en inteligencia emocional

  1. Fomentar vínculos de confianza donde se pueda establecer comunicación sincera. “La mayor responsabilidad que tenemos como adultos en una sociedad hiperconectada, donde la información está al alcance de todos desde temprana edad, es lograr un vínculo de confianza donde se puedan hablar todos los temas sin juzgar.
  2. Entender que el niño/a no está exagerando ante una emoción de enojo o dolor, está sintiendo. Las emociones se viven de maneras diferentes y está bien, hay que respetar eso.