Al momento de estallar el calor, romper los termómetros y antes de que el mercurio nos salpique, la ciudad tiene pocas alternativas para soportarlo.

   El domingo, la Costanera Norte se pobló de vecinos y vecinas, porteños y bonaerenses en busca de esa bocanada de aire fresco.


Por suerte el río color de león regalaba una suave sudestada y junto a él la vida era hermosa.

   Es notable como todo fluye en sus cercanías, felicidades de niños y niñas correteando, enamorados al sol en su ritual de dorarse, el mate y el tereré, la siesta y el silencio de los pescadores, observados desde las bicis.

   Recorrer ese día la Costanera Norte fue reconfortante, fue comprobar que la vida en la ciudad puede ser mejor junto al río.

   Pero hubo una serie de datos curiosos e interesantes: uno la cantidad de pájaros que rondaban las copas de los árboles con sus cantos, más presentes que lo habitual.

   Y claro, si sumamos los efectos colaterales de la pandemia más el cierre por obras de ampliación en el Aeroparque, no hace falta ser un avistador de aves muy entrenado para darnos cuenta de por qué vuelven, mientras nos olvidamos del ensordecedor ruido de los aviones, que como los pájaros también padecemos.

   También uno observa el avance veloz de las obras en Costanera Norte con su nuevo diseño, seguramente impelida por las obras que beneficiarán al aeropuerto para hacerlo internacional, pero que volverán a comerle las entrañas al río.

   Un relleno de seis hectáreas supone un parque en superficie, pero esconde las cocheras en el lecho para un estacionamiento de un futuro aeropuerto internacional.

   Sumemos también las tierras utilizadas para correr la Avenida Rafael Obligado y hacer que el Club de Pescadores no sea más aquel lugar que nos permitía entrar en el río por esa hermosa rambla, la única que teníamos.

   Debemos darnos un gran debate de qué cosas deben ocupar nuestras riberas, incluido el Aeroparque, que muy lejos está del fin para el cual se le otorgó ese sitio.

   Nuestra ribera, protegida por la Constitución de la ciudad, no tiene ningún tipo de planificación, allí todo puede ocurrir.

   Recordemos que allí están las casas de la 9 de julio, también se sepultó el pedazo de ciudad que el ex intendente Osvaldo Cacciatore extirpó para las autopistas, los subtes, y los dolorosos escombros de la AMIA.

   Buenos Aires siempre estuvo en una carrera demencial por rellenar su río, como si fuera una ciudad amenazada por la escasez de tierra, una ciudad de los Países Bajos, extrapolada a Sudamérica.

   Lo cierto es que el escombro luego deviene en negocio inmobiliario y esos sobrantes sostienen lo más caro de la ciudad, anulando ese espacio público para el bienestar del pueblo.

   Otra observación para mi asombro fue que muchas y muchos se le atrevían al agua, se daban un baño de inconsciente disfrute, era la expresión más acabada del deseo en sordina de la ciudad bochornosa, del no se banca más.

   El río presta un gran servicio ambiental, este domingo pasado junto a él la vida era disfrutable, para las y los porteños y también para las vecinas ciudades de Avellaneda, Quilmes, Vicente López, San Isidro y San Fernando y otras.

   Lugares entre otros que deberían establecer algún consorcio o ente que planifique y nos ponga al río en el horizonte, para entender que cualquier cambio influye por positivo o negativo en el cuerpo de agua y su biodiversidad.

   El río es una unidad surcada por caprichosas jurisdicciones burocráticas, que nos impiden una solución común.

   Lo entendimos en el saneamiento de la Cuenca Matanza-Riachuelo, costó mucho y cuesta que se entienda una cuenca como unidad y no como fragmentos.

   La biodiversidad está interconectada, unida a una enorme cantidad de relaciones que son interdependientes, las cuales al producirse generan sus propias mejoras, generan la vida.

   Pero hay una interconexión que es hoy la más importante. La que debe tener nuestra sociedad, la mayor depredadora de nuestros ríos.

   Seguro que no son procesos fáciles, lo sabemos, pero tendríamos que aspirar a tener organizado un mapa de cuidado, de recuperación urgente.

   Muchos porteños y porteñas gracias a Costa Salguero pudieron revalorizar su relación con el río, la que debería ser escuchada por el ejecutivo de la Ciudad.

   También la ciudad desde el sur y muy lentamente, viene superando su relación adversa con el Riachuelo, llama la atención, porque la Costanera Norte avanza tan rápido y el Camino de Sirga, que es la recuperación de la margen del Riachuelo, tan lentamente.

   También la celeridad que tuvo la resolución de la Villa Rodrigo Bueno, en Costanera Sur, incluyendo ese barrio dentro de los convenios de vivienda que la ACUMAR tiene para resolver la situación de las familias en la cuenca.

   Ese barrio está fuera de ella y aún se tiene una gran deuda con las familias de la calle Lamadrid en La Boca, y en la Villa 21/24.

   Un extraño silencio acalló esa velocidad constructiva, donde nadie dijo nada, durante los cuatro años de la gestión anterior.

   Se priorizó algo sobre lo que claramente ya se había priorizado, tal vez a eso se lo llame "la impronta del mercado"
por sobre la política pública.

   Pero me quiero quedar con esa brisa de disfruté en el Parque de La Memoria, donde es imposible no asumir la tragedia del país con esperanzas (gran virtud de un espacio público bien hecho) me la quiero quedar para pensarla y extenderla para todos y todas. Para eso solo hace falta un plan y voluntad política.

   Bajo la amenaza del cambio climático, del cual las grandes ciudades son responsables, es prioritario este río.

   Lo que necesitamos para ser un poco más felices, en un ambiente más justo.

   Inspirados en Luis Alberto Spinetta, que descansa en sus aguas, y que tan presente tuvo a nuestro río en su obra, utilizaremos con respeto tendencioso, aquello de ¡qué calor hará sin vos en verano!

   Para reflexionar sobre la ausencia, la ausencia del río en la ciudad.


   (*) - Director general de Gestión Política y Social de ACUMAR.