La denuncia contra el conductor Jey Mammón encendió a la opinión pública como pocas veces sucedió en los últimos años. Fui víctima de abuso sexual en mi infancia en dos ocasiones. Soy padre y trabajo como periodista especializado en diversidad sexual. Por ende, quiero mencionar omisiones y proponer preguntas.

En una coyuntura así, ¿se puede mantener silencio? ¿El silencio que mantienen tantos y tantas, es cómplice? ¿Mantener silencio es sospechoso? ¿Si no hablo, si no me expreso, si no opino, si no cuento si por estas horas mandé o no mensajes al victimario o a la víctima, es porque oculto algo? 

A quienes por el contrario sí se manifestaron públicamente, ¿alcanza con repetir “Con mis hijos no se metan” o “Con los chicos, no”?

Decido compartir estos interrogantes y no lo hago para responderlos del todo. Lo hago porque sé muy bien que hay una urgencia. Una realidad irrefutable: las infancias y adolescencias de la Argentina son, cada día más, víctimas de violencia sexual. 

Según datos oficiales del Ministerio de Justicia, en los últimos cinco años hubo más de 14 mil niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual, un número que viene creciendo de forma constante desde 2017. 

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Casi el 85% de los abusadores son del ámbito familiar de la víctima: a la cabeza, padres, familiares o conocidos.

La urgencia también es esta: además de conmovernos con los relatos de las víctimas, nos tiene que conmover el hecho fácilmente comprobable de que las herramientas para prevenir los abusos sexuales en infancias y adolescencias no se usan como corresponde.

Desde hace cerca de 20 años, la Argentina cuenta con una ley ejemplar, la de Educación Sexual Integral. Sin embargo, no se implementa en todas y cada una de las escuelas del país. ¿Por qué razón? Porque los mismos que se indignan con los abusadores suelen ser los que se niegan a que en la escuela de sus hijas e hijos se implemente la educación sexual integral.

Indignarse es insuficiente. 

¿Alcanza con exigir penas una vez perpetrados los abusos sexuales o alcanzaría mejor -y más- con exigir también que niñas, niños y adolescentes puedan educarse con cuidado y conciencia?

La niña que en el jardín de infantes aprende a que nadie debe tocar ciertas zonas de su cuerpo o el alumno de séptimo grado que entiende que un abusador no es la salida a una situación familiar problemática, son personas que evitarán con mayor solvencia ser víctimas de abusos. 

Quienes sólo se regodean con el sufrimiento de las víctimas siguen generando víctimas toda vez que les niegan a niñas, niños y adolescentes el derecho a aprender, a prevenir e identificar abusos. Aprender a cuidarse. 

Las cifras son claras: el 80% de las niñas, niños y adolescentes que se dieron cuenta que fueron abusados y pudieron denunciarlo, descubrieron que fueron abusados después de tener una clase de educación sexual en la escuela.

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Si en efecto no queremos más víctimas de abuso, hay que hacer mucho más que especular sobre cuántos abusadores habría en este momento en pantalla o cuántas lesbianas serían capaces de asesinar a sus hijos.

Propongo negarnos como sociedad a vivir escandalizados constantemente. Nada de todo esto es un escándalo: es una lógica tenebrosa, silenciosa y cotidiana. Un sistema destructivo.

Cuando hace algunos años acompañé a Teresa, mi hija, a una clase de natación, ella me indicó dónde estaba el vestuario para cambiarme. Mientras me vio entrar, me dijo: “Cuidado papá, que ahí adentro nadie quiera tocarte o te mire raro”. 

Teresa tuvo y tiene educación sexual en su escuela. 

Yo, que padecí abuso sexual precisamente en un vestuario, siendo niño, no.

*Conductor del programa Francotirador en AM990.