Por Daniel Dauria (*)

Los emojis son esos dibujos que se usan como símbolos y sirven para comunicar algo entre los usuarios en las redes sociales. Según su color, tamaño y expresividad, tal será su significado. Rojo, negro, verde, partido, doble, todos tienen como base, la expresión de un sentimiento. El icono del corazón, particularmente, condensa un significado de fácil decodificación en el mensaje.

Habiendo miles de idiomas en el mundo, de seguro no podremos entendernos con los que hablan diferente a nosotros, aun así podemos expresar nuestros sentimientos, a través de un idioma, el idioma del corazón.

Si hablamos de lingüística, al comunicarnos podemos hacerlo tanto en sentido literal como figurado. Quiero detenerme en el sentido figurado, por el cual una palabra expresa una idea en términos de otra, apelando a una semejanza. Por ejemplo, expresiones como “Me late el corazón”, “ Me rompiste el corazón”, “ Te llevaste mi corazón”, “Se me paró el corazón” y tantas otras frases que hacen referencia al órgano vital.

Por similitud o metáfora, semejanza o relación, el corazón está presente en el lenguaje cotidiano y esto denota la importancia que se atribuye al “lenguaje del corazón”.

Podría ahondar en la dialéctica subjetiva, de los fenómenos corporales y su relación con las palabras en la propia estructuración del “yo” freudiano, pero me alejaría de la comprensión general del público al que quiero llegar. Se habla del corazón, se ve su uso frecuente en los íconos de las redes y se escucha en el discurso: ¿Por qué está tan presente el corazón en pandemia?

Las consultas cardiovasculares se retrasaron, incluso las graves, aunque los problemas del corazón no se toman cuarentena. El miedo al contagio, al ir a una guardia médica, la focalización de la clínica médica en sumar sus esfuerzos para frenar los contagios y aminorar las consecuencias del Covid tienen consecuencias en otras patologías que necesitan de atención inmediata.

Los casos del síndrome de Takotsubo, que se conoce con el nombre de «síndrome del corazón roto», aumentaron en cuarentena. Se manifiesta con dolor en el pecho y falta de aliento, suele confundirse con un ataque cardíaco, pero se desencadena por eventos estresantes. La sociedad está saturada por el aislamiento.

Las secuelas mentales de la pandemia comienzan a ocupar un lugar en la agenda de los Jefes de Estado y su equipo de asesores en todo el mundo. Quizás sea una novedad llamativa, pero para los que trabajamos en salud mental, hace mucho tiempo que venimos denunciando las otras plagas de la pandemia. Angustia, ansiedad, miedo, muerte, insomnio, adicciones, enfermedad, soledad, depresión y “El síndrome del corazón roto”, entre otras, son palabras que se replican en las anotaciones que hacemos los profesionales en nuestras sesiones.

La pandemia junto al aislamiento prolongado, que nos hace conscientes de que la única defensa confiable, por ahora, es permanecer lejos de los otros, se está cobrando víctimas que ya no pueden ser invisibles. El coronavirus, sin lugar a dudas, vino a mostrarnos la estructura injusta de nuestras sociedades y que los grupos más vulnerables con problemas de necesidades básicas y falta de ingresos la están pasando aún peor.

Ella dejó en claro, también, que no todos tenemos la misma estructura psicológica, ni recursos afectivos para atravesar estos momentos críticos. Nos duele el corazón, nos carcome la ansiedad, pero también nos duele la injusticia y el impacto del encierro está mostrando estados alterados. Hay enojo, violencia, y el aislamiento provoca incomodidad. Nos sentimos saturados, justo en el momento donde la tasa de contagios y la letalidad crecen a un ritmo que prevé cifras temerosas.

Ante un contexto que muestra su rostro más amenazante, nos vemos sumidos en la más profunda vulnerabilidad, y el Covid 19 deja mucho más que secuelas físicas y muertos. El covid 19 empieza a dejar víctimas con serias secuelas mentales. Se debe actuar con rapidez, la economía está deprimida, la salud está comprometida, y el equilibrio psicológico empieza a caminar sobre una cornisa con caída al vacío.

Ahora, que pasó a ser un tema de Estado, las alarmas están encendidas, incluso los miles de pacientes recuperados, dan cuenta que no existe la inmunidad psíquica si no se desarrolla. Está en juego nuestra supervivencia y no se trata de una especulación filosófica, ni de los riesgos de la inseguridad, que también viene en aumento, sino de la incertidumbre de no ver un horizonte. Se trata de una incertidumbre, que impacta de manera negativa en la mente de los argentinos, y muchos lo sienten en su corazón.

Como dicen los que viven en vértigo permanente y podría hacerlo extensivo a los que viven más de seis meses de cuarentena: “Así no hay corazón que aguante”. La estrategia utilizada por algunos países de ”la inmunidad de rebaño” no pudo frenar al coronavirus, e incluso mostró al mundo imágenes dignas de películas de terror, pero hay otra inmunidad que asoma, se posiciona y pide participación.

Ante la irrupción de la psicología, al servicio del comité de asesores del presidente, es imperativo desarrollar en nuestra sociedad “la inmunidad psíquica”, la única barrera defensiva ante el colapso del humor social de una nación atacada por un enemigo global, invisible y letal. Nuestro corazón resiste pero la pandemia lo deja sensible y dolorido.

(*) Licenciado en Psicología Daniel Dauria, M.N. 37695.