El 13 de julio de 2006, hace exactamente 16 años, cinco delincuentes ingresaron al Banco Río de Acassuso, tomaron como rehenes a 23 personas y se hicieron de un botín de cerca de 19 millones de dólares.

Aquel hecho, ocurrido en la calurosa esquina de Perú y avenida del Libertador, en San Isidro, se conocería posteriormente como el Robo del Siglo, por todo lo que implicó. No solo la cantidad de dinero sustraído, sino también -sobre todo- el procedimiento utilizado, que les garantizó a los cacos total impunidad.

El primero en ingresar fue Alberto “Beto” de la Torre, quien se dejó ver con un delantal y una peluca. A partir de allí, comenzó una odisea de casi siete horas. "Alcanzó con mostrar el arma de juguete y reducir al policía que había dentro del banco. El guardapolvo lo usé para distorsionar la figura un poco, parecer más gordo", contaría posteriormente el propio De la Torre. En ese punto, empiezan a mezclarse los datos fehacientes, las leyendas urbanas y los inventos que introdujeron los propios ladrones, para darle más épica a la historia.

“Siempre se le agrega algo de ficción a las historias policiales, lo hacen todos. Es como ponerle pimienta a la comida, la vuelve más interesante”, admitió uno de los que planificó el robo, con obvia reserva de fuente. No obstante, aclaró: “El 90% de lo que se ha publicado es real”. ¿Y el 10% restante? Allí abrevan anécdotas incomprobables, sospechas y tramas imposibles.

Muerte, misterio y rumores: la sorprendente trama política detrás del Robo del Siglo, 16 años después

La política y ¿la ficción?

“El cerebro del golpe no es un tipo cualquiera, es un político muy conocido de Buenos Aires”, dice el remisero, que lleva a su lado a uno de los “ladrones del Siglo”, interpretado por Diego Peretti. Es que el golpe al Banco Río fue tan espectacular que hasta dio tela para hacer una película, que fue todo éxito de taquilla. Y es curioso, porque el film sigue a pie juntillas lo ocurrido aquel día de enero de 2006, pero al final se cuela esa escena, que refiere a un “conocido político” bonaerense. ¿Cómo se explica ese “desliz” por parte del director, Ariel Winograd? ¿O fue algo más que un desliz?

Quien escribe estas líneas ha buceado en su momento en la trama profunda del robo, avanzando en media docena de entrevistas que buscaron ir más allá de lo que se reflejaba en el frío papel del expediente judicial. Incluso reporteando a los investigadores que en su momento se abocaron a aclarar lo ocurrido en el Banco Río.

“Siempre hubo dudas, que no significan nada al final, pero que despertaron nuestras sospechas, como la frase que dejaron los ladrones”, reconoció un auxiliar judicial que en 2006 aportó a la instrucción de la causa judicial. Sus palabras refieren a una oración con la que se encontraron los policías cuando lograron ingresar a la entidad bancaria: “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”.

¿Por qué alguien aclararía que solo se buscó robar dinero? ¿Acaso había algo más para sustraer? Esa sola frase despertó las sospechas, y derivaron en una investigación que terminó en la nada misma.

“Hubo muchos llamados anónimos en esos días, y uno contó una historia increíble: dijo que el robo había sido planificado por un político bonaerense, que lo que buscaban eran documentos, ni joyas ni dinero, nos invitaba a investigar la muerte de un contador ocurrida pocos meses antes, que era testaferro de ese político, pero nunca encontramos nada”, contó el mismo informante.

Este cronista no se quiso quedar con la “espina” y decidió hurgar en los archivos de diarios de la época. Se encontró entonces con una sugestiva información acaecida el 25 de julio de 2005, cuando fue hallado sin vida el contador Adolfo Herro, quien había ocupado cargos en la gobernación y en la Legislatura provincial desde fines de la década del 80.

No fue el único caso: unos meses más tarde, el 25 de diciembre de 2005 apareció asesinado el asesor de un senador bonarense llamado Angel Marcos junto a su pareja, Nancy Nolazco. Marcos, de profesión docente, poseía tres teléfonos celulares y tenía en su poder —al momento de encontrarse su cuerpo— una docena escrituras de propiedades inmuebles. Jamás se esclareció el crimen.

¿Tenían esos hechos algo que ver con el robo al banco Río o fueron solo casualidad? ¿Era fiable lo que aportó aquel llamado anónimo a la Justicia o se trató de “carne podrida”?

Se lo pregunté directamente a uno de los ladrones del Robo del Siglo, cuando tuve oportunidad de hablar con él. “No me consta”, me dijo. Pero dejó la puerta abierta: “El que manejaba todo era Fernando, que planificó todo. Si hubo algo así lo manejó él, los demás solo seguimos sus instrucciones” .

Sus palabras direccionan hacia la figura de Fernando Araujo, el “cerebro” de todo el plan, quien jura hasta el día de hoy que todo se le ocurrió a él mientras fumaba marihuana. “¿Pero pudo haber algo más?”, insistió este periodista. “Sí, siempre puede haber algo más”, sostuvo el malviviente.

No son pocos los elementos que hacen sospechar de algo más que un simple robo detrás de lo ocurrido: el explosivo colocado para proteger el túnel, las granadas, la sincronización con la que actuó el grupo, el cuidado de todos los detalles y el conocimiento del plan de acción de la policía para utilizarlo en provecho propio, etc. Demasiados elementos que descartarían la mera ocurrencia y planificación de un hombre que consume marihuana.

En aquellos días, diario La Nación también destacó el sospechoso profesionalismo con el que actuaron los delincuentes: “Quedó demostrado cuando, al dividir a los rehenes en tres sectores, privaron a los grupos de elite de tener un 'núcleo' por donde irrumpir, con la certeza de que las personas que nada tenían que ver con el atraco no iban a ser heridas. Otro dato que llamó la atención fue que posibilitaran las comunicaciones de los rehenes con sus familias. De ese modo, los parientes de los rehenes llegaron hasta las inmediaciones del banco. La posibilidad de tenerlos tan cerca evitaba una irrupción policial prematura, antes de que los ladrones terminaran de abrir las cajas de seguridad y asegurarse el túnel de fuga".

Pero hubo más: el mismo día del robo al Banco Río, aquel 13 de enero, en Villa Ballester, partido de San Martín, un abogado intentó ser secuestrado y todo terminó en un tiroteo donde un policía murió y otro resultó herido. Los cuatro delincuentes que iniciaron la batahola estaban armados con un fusil M16, un lanzagranadas, pistolas 9 mm y chalecos antibalas.

Los investigadores sospechaban entonces que todo ello fue pergeñado adrede para distraer a los uniformados y que no pudieran aparecer en la zona de Acassusso mientras robaban el banco. Las suspicacias partían de una duda: ¿Qué clase de delincuentes intentarían hacer un simple secuestro con un M16, un lanzagranadas y dos pistolas 9mm?

Como sea, al día de hoy los investigadores aún siguen sin encontrar el total del botín que se llevaron los ladrones: sólo se recuperó el 18% de lo hurtado. Entretanto, Noticias Argentinas intentó hablar con uno de los actores centrales de la trama, Luis Mario Vitette, quien se excusó de hablar. “Te agradezco, pero no. Ahora estoy en mi comercio”, dijo escueto. En cambio, utilizó sus redes sociales para referirse al afamado robo.

Aquello que describe como “comercio” es en realidad una ostentosa joyería llamada “Verde esmeralda”, ubicada en un San José, una zona tranquila de Uruguay, a una hora de Montevideo. Ciertamente, un buen final para Vitette. Y una verdad que jamás saldrá a la luz.