El desgarrador relato del único sobreviviente, testigos que aportan dudosas versiones de los hechos, un clima de extrema tensión en cada audiencia y un único policía que aceptó declarar en indagatoria conforman el escenario del juicio oral por la “Masacre de Wilde”, un caso de gatillo fácil ocurrido en 1994.

Durante toda la semana desfilaron ante los jueces  Martina Celone, Luis Gabián y Marcelo Dellature una docena de testigos y uno de los imputados, Marcos Ariel Rodríguez.

En su extensa exposición, Rodríguez –quien estuvo 20 años prófugo- negó haber estado en la escena de los hechos y explicó que se había sustraído de la acción judicial porque había sido elegido por sus colegas para endilgarle a él toda la responsabilidad.

Sin embargo el viernes, un oficial de la Brigada de la Bonaerense en Lanús, Hernán Marcelo Trama, declaró que todos los policías acusados estuvieron en ese operativo, incluido Rodríguez.

Más aún, sostuvo: “según tengo entendido se escapó” antes de que llegaran las autoridades judiciales tras la masacre

El 10 de enero de 1994, una decena de policías de la ex Brigada de Investigaciones de Lanús dispararon casi 300 tiros de Itakas y ametralladoras sobre dos autos en busca de supuestos delincuentes.

Cuatro personas que nada tenían que ver con el delito presuntamente investigado murieron en esas circunstancias.

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El único sobreviviente, Claudio Díaz –quien viajaba en el Dodge 1500 amarillo en que murió Edgardo Cicutín- , describió la lluvia de balas, unas 300, que mataron entre otros a su compañero de trabajo.

Díaz aseguró que Cicutín fue “rematado fuera del auto, indefenso, sin motivo y sin explicación”. Luego estremeció a los asistentes al juicio cuando expresó que él “debería estar muerto” y que eso fue lo que pensó mientras intentaba guarecerse de la balacera.

“Desde aquel día, todos los años festejo dos veces mi cumpleaños. Ese día debí morir y sin embargo, nací de nuevo”, reflexionó.

Las víctimas mortales, además de Cicutín, fueron el conductor de otro remís, un Peugeot 505 que manejaba por Norberto Corbo, a quien acompañaban Enrique Bielsa y Gustavo Mendoza como pasajeros.

Una extraña versión sobre lo ocurrido fue introducida por un detenido, Andrés Arnaldo Quintana, quien se reconoció como “ladrón” y describió un supuesto plan para asaltar una casa de cambio en Wilde, partido de Avellaneda, en la que supuestamente había medio millón de dólares.

Quintana es uno de los supuestos integrantes del grupo real de presuntos delincuentes al que perseguía la policía bonaerense cuando los confundieron con otros vehículos parecidos y descerrajaron la balacera.

Su versión pareció apuntar a justificar el accionar policial, pero fue careado con Correa y se desdijo.

El dueño de la agencia de remises donde trabajaba Corbo lo describió como “un buen tipo, que nunca usó armas” y explicó que el viaje en el que encontró la muerte fue “al azar, tal cual surge de la planilla” aportada como documentación en el juicio.

Otro testigo que presenció toda la situación desde una parrilla cercana al escenario de la balacera, declaró haber visto cómo un policía vestido de civil intentaba “plantarle” un arma en la mano de Corbo, quien yacía sin vida.

Esta persona afirmó que desde el Peugeot 505 de las víctimas no hubo “ningún disparo” ni tampoco detectó que allí hubiera habido arma alguna. También presenció cómo salvó su vida Díaz: “Nació de nuevo, se salvó de milagro, fue un amasijo, los acribillaron a balazos”.

Durante el proceso además depusieron como testigos Raquel Gazzanego, viuda de Cicutín, y Patricia De Angelis, viuda de Corbo.

Gazzanego contó las penurias que sufrió a lo largo de la tramitación de toda la causa y reivindicó a su marido, “un laburante al que asesinaron”.

De Angelis recordó entre sollozos que quedó sola con dos niños y rescató la conducta de su suegro, quien impulsó la investigación y ello le valió que lo encarcelaran bajo un pretexto para ocultar que se trataba de una maniobra de presión para que desistiera de su actitud.

Patricia Bielsa, hermana de otra de las víctimas mortales, declaró el viernes: “mi hermano nunca tuvo un arma en sus manos. Lo asesinaron sin ninguna razón”.

Los acusados, el ex oficial Marcelo Valenga (59), los ex comisarios Roberto Mantel (65) y Eduardo Gómez (61, quien se retiró en 2005 como comisario inspector), el oficial Osvaldo Lorenzón (69), el ex subteniente Pablo Dudek (76), el ex cabo Marcos Rodríguez (59) y el ex oficial Julio Gatto (56), son asistidos por los abogados José Manuel Ubeira, Javier Leira, Liliana Martínez y defensores oficiales.

Marciano González, otro imputado, quedó excluido del juicio por razones de salud.

Las defensas habían planteado al momento del inicio del debate la prescripción, prescripción por violación de la garantía a ser juzgados en un plazo razonable, inconstitucionalidad por doble juzgamiento, pedido de juicio por jurados, nulidad por falta de notificación y nulidad por imposibilidad de realizar nuevamente la pericia balística.

Los jueces rechazaron esos planteos, que en caso de ser aceptados hubieran puesto anticipadamente final al expediente, que está próximo a cumplir 29 años desde los hechos.