Por Federico Giannetti

El 19 de marzo de 2020 se anunció la cuarentena por la pandemia de coronavirus y muchas personas no anticiparon que por más de medio año no podrían tener relaciones sexuales -sin tener en cuenta a quienes rompieron el aislamiento o viven con sus parejas, por ejemplo-, y, ante esto, son diversos los interrogantes que aparecieron respecto al impacto que este contexto atípico podría llegar a tener, tanto en el durante como en el después: desde la idealización de lo ya experimentado, hasta nuevas expectativas, temores y prácticas para evitar reprimir el deseo.

En diálogo con la agencia Noticias Argentinas, la licenciada en Psicología y sexóloga Jennifer Selles analizó cuáles pueden llegar a ser los efectos en la vida sexual: la cuarentena como "causante de la privación del goce" o "una oportunidad para reconectarnos con nuestro cuerpo y reaprender la forma de estimularnos".

¿Se puede pensar en una modificación de la vida sexual de las personas después de haberse privado de los encuentros durante tanto tiempo?

Sólo pensar en un nuevo encuentro sexual genera ansiedad, y esa ansiedad no tiene otro origen que el modo en que tendemos a ver nuestras relaciones sexuales en una sociedad marcada por la productividad, donde las marcas de rendimiento no concluyen con la jornada laboral sino que también aparecen en la cama. Esta ansiedad de desempeño, está en la base de todas las disfunciones sexuales. Lejos de culparnos por todas estas exigencias que nos impusimos y nos privaron de sentir placer, es el momento de cuestionarlas, de comprender que son parte de una sociedad que exige productividad, que incentiva la competencia y que en el plano sexual se traduce en tener que tener una erección, tener que lubricar, tener que durar mucho, tener que orgasmear y tener que eyacular.

¿Qué se puede hacer para evitar esa ansiedad lógica después del largo período de aislamiento y a medida que avance la "nueva normalidad"?

Pongámosle un freno a estos pensamientos, corramos el foco del orgasmo y la eyaculación y pongámoslo en el disfrute. Todo el día estamos siendo medidos de acuerdo a objetivos, las prácticas sexuales no tienen que seguir la misma lógica. Acá no se tiene éxitos o fracasos, no se mide si hubo orgasmo o eyaculación para cantar el triunfo. Si hay un fin del acto sexual, es el placer, y este cambio de enfoque nos bajará mucho los temores.

¿Es realmente un antes y un después en la vida sexual?

Las expectativas se incrementan en la medida en que pensamos la cuarentena como un hito en nuestra vida sexual, como si el aislamiento representara una ausencia de sexualidad. Somos seres sexuales, independientemente de nuestras prácticas. La sexualidad nos acompaña a lo largo de toda la vida, es nuestra forma de comunicarnos, de mirarnos al espejo, de vestirnos, de vincularnos con otras personas, de excitarnos. La actividad sexual involucra actividades autoeróticas y aloeróticas, es decir, masturbatorias y con otres. Muchas veces, priorizamos y jerarquizamos las segundas sobre las primeras y esto tiene consecuencias sobre nuestro disfrute. Las prácticas autoeróticas nos brindan independencia sexual, ya que nos colocan en una posición de elegir a un otre para que nos dé placer, pero no desde el lugar de necesidad. Nos permiten mayor autoconocimiento, dado que durante la práctica podemos concentrarnos únicamente en nuestro placer.

¿Cuál es la diferencia con otros períodos en los que una persona decide no tener relaciones sexuales?

En aquellos momentos donde el período de abstinencia está marcado por una decisión personal, no se vive con el mismo grado de ansiedad, acá hay un deseo socialmente reprimido que puja por satisfacerse. Este contexto bien podría utilizarse para que la práctica masturbatoria empiece a tener el beneficio del ritual que muchas veces tiene un acto sexual. La cita con une misme es totalmente diferente si nos tomamos nuestro tiempo, si no lo hacemos sobre un cúmulo de ropa sin doblar, con las noticias de coronavirus de fondo. Paradójicamente, mientras tratamos de prolongar el tiempo de las relaciones sexuales, en nuestras prácticas masturbatorias corremos tras las agujas del reloj. Nos estimulamos mecánicamente, hacemos lo que sabemos que funciona y tenemos un orgasmo que marca el fin de toda estimulación, fin en tanto "objetivo como cierre del acto". Ese tipo de estimulaciones son imposibles de reproducir en un encuentro con otre, lo que lleva a que haya ciertas expectativas frustradas. Queremos que el otre se apure, que responda a ese automatismo al que nosotres mismes malacostumbramos a nuestro cuerpo. En una sociedad que premia la productividad, la masturbación es una práctica por y para une, únicamente orientada al ocio, ese que muchas veces no nos permitimos.

En ese sentido, entonces, se puede ver un lado positivo...

El aislamiento puede ser el momento para reaprender a tocarnos. Que podamos desnudarnos totalmente, así como si estuviéramos con otre. Que nos estimulemos todo el cuerpo y no sólo genitales. Que experimentemos distintas formas de estimularnos, distintas intensidades, ritmos y temperaturas. Lo que nos genera placer se educa, y si limitamos nuestro goce a un único modo de tocarnos, nos volvemos dependientes de un único estilo. Así como el flujo de agua que realiza siempre el mismo recorrido y genera una hendidura que no le permite ir en otras direcciones, nuestras posibilidades de orgasmo se limitan a una única técnica. Reaprender a masturbarnos tiene que ver con frenar la carrera al tiempo, ampliar el abanico de posibilidades y que nuestro cuerpo responda a distintos estímulos.

Entonces, si tuvieras que definir cómo afecta el largo período de aislamiento a la vida sexual de las personas, ¿Qué dirías?

El aislamiento social, preventivo y obligatorio puede ser leído como un golpe duro en nuestra vida sexual, como el causante de la privación del goce, así como una oportunidad para reconectarnos con nuestro cuerpo, reaprender la forma de estimularnos y romper con esas lógicas de productividad que nos llevan a tocarnos rápido, mecánico y lineal.